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Tiempo de cometas

Como cualquiera sabe, los cometas, desde tiempos remotos, siempre gozaron de fama de agoreros, de anunciar males, días aciagos, pestes y guerras y, en general, toda suerte de catástrofes.Así este famoso Halley que ahora nos visita, un famoso artista bordador para conmemorar la llegada de los normandos al Reino Unido. Por entonces, Venecia crecía, su economía iba en aumento, conquistaba Córcega y Cerdeña, sus naves recalaban en Crimea. Al otro lado del Mediterráneo, Génova aprovechaba la gran ocasión de la primera cruzada: relacionarse con Oriente tras la toma de Jerusalén.

En tanto, las órdenes unían a su modo mujeres y hombres, eligiendo como símbolo un amor casto y puro. Otro amor, la pasión por la sabiduría, se extiende por gran parte del mundo conocido. Su lengua es el latín; prima la jerarquía en la que sobresalen Montpellier o París. La Iglesia está en plena Reforma, como el arte; Giotto, un día, pinta bajo el cielo de Florencia, en tanto en España los cristianos toman Valencia y las Baleares, al tiempo que Castilla aumenta su poder, a pesar de que ya Torquemada reina con su Inquisición.

Halley no era, lo mismo que ahora, una luz imprevista, sino, por el contrario, puntual hasta el extremo de poder ser adivinado su camino.

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Su última aparición fue prevista para 1910. Ahora no se trataba de ningún peregrino, sino de Coco Chanel llamando a las puertas de su siglo desde su tienda de Dauville, en donde crea una nueva moda. Desde su humilde mercería, sus jerseis y blusas se imponen; desdeñará un título de duquesa y acabará en Hollywood, para tornar a Europa a trabajar a las órdenes de Renoir o Visconti. El Zeppelin cruza el océano con un mensaje, no se sabe si marcial o comercial; triunfa el jazz, y Le Corbusier alza viviendas, con el tiempo inhabitables, en tanto Josephine Baker, popular también tras haber nacido en América, asombra a los europeos, mientras Charles Chaplin da al cine continuas obras maestras.

Clara Bow es modelo de muchacha de aquella época dorada para las muchachas, como lo es Rodolfo Valentino para los hombres que tratan de imitarle; aguantan la ley seca y la nueva presencia de los negros, tan oscuros como la conciencia de Capone.

Crisis económicas, paro terrible y, a la postre, la guerra más universal conocida hasta entonces. En tanto, Halley, impasible, continúa sus giros y su marcha ante ojos de los que le separan 10 siglos de paces y contiendas. Su tenue y complicada cola fue vista 1.500 años antes de Cristo sobre raras almenas, en el tapiz de Bayeux y, más tarde, en un documentado mapa, ya en el siglo XIX, donde se le puede ver sobre un título que dice simplemente: "Cometa de 1865". Su órbita y los cálculos de sus observadores; su silueta casi invisible, incluso para los actuales astrónomos, es algo mágico apuntando siempre al Sol, mirando, a las estrellas que le rodean a la tarde. Se aproxima a nosotros cada vez más aprisa, esbozando con su cola medio arco tan justo y medido que se diría realizado a compás. En cambio, el rastro de su trayectoria por el cielo puede verse desde nuestro suelo, como sus movimientos, que, si al principio toman un rumbo estrecho, después se ensanchan para irse reduciendo a medida que crece la distancia. Su dependencia del astro rey ha de ser muy sutil. Su velocidad, más la necesidad de que existan muchos de ellos, ha llevado a imaginar una fuente diferente, calculada en un principio por Ernest Opik y, más tarde, por Jan Oort.

De cuando en cuando, un leve movimiento en su camino lleva a nuestro amigo de vuelta hacia el Sol en un viaje de millones de años. Así lo vemos día y noche, a lo largo de la historia, como una nube que prolongará lo largo de su cola 10 o 12 veces más. Gran parte de los que divisamos tienen este mismo origen y corren hacia el calor solar en un periplo de ida y vuelta. Los que vemos sobre nuestras cabezas son los pocos que han quedado bajo la tela de araña que se cierne sobre la Tierra, causa desafortunada de encuentros con el grave Júpiter. Tales luces periódicas van gradualmente apagando su sustancia al desarrollar y hacer mayor sus colas, a menos que otro encuentro fortuito los libere, dejándolos escapar, una vez más, hacia la más cercana nube. Al final, el cometa cruza sobre nosotros, caminando hacia el Sol, hasta que un día tome a empezar su juego, que tanto se asemeja a la eternidad. ¿Qué ve nuestro cometa ahora, al cabo de 76 años, desde que nos visitó por última vez? ¿Por cuánto tiempo aún se seguirá acercando a nosotros tranquilo y misterioso? Su constante girar en torno a nosotros, su impasibilidad y esa luz que funde en un solo crisol ciudades y batallas, rostros e invenciones, cine y pinturas, torres y alcores por donde nos encaminamos rumbo a un incierto porvenir.

¿Cuándo surgirá Halley de nuevo ante nosotros? Nadie lo sabe, pero este año, una vez más, el mundo se halla pendiente de él. Como su hermana, la sonda Giotto, contará con un lugar particular que ha de conmemorar su inminente pasada.

No es poco lo que se prepara en esta ocasión. Si el misterio ha sido borrado por la razón, los nuevos medios técnicos (nuevos telescopios, cápsulas espaciales, planetarios, radio, sondas y ordenadores) resumen todo lo que hoy se sabe en lo que a astros se refiere. El visitante conocerá mucho de lo que sus antepasados no llegaron siquiera a sospechar. Un palacio de 30 hectáreas recuerda las antiguas y famosas exposiciones universales. Informática del espacio y últimas técnicas reunidas enseñarán sin apenas estudiar qué es eso que cuando la vida declina solemos llamar eternidad.

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