Amoríos
En su adolescencia, Ivan Lendl quiso entrar en un seminario. Es seguro que muchos de ustedes lo habían adivinado. Boris Becker, por su parte, vive todavía de la mañana a la noche incluido en el tenis. Su Rolex de oro es la señal de este confinamiento, mitad ajorca, mitad grillete de presidiario. El tenis es una síntesis de la disciplina deportiva. La asíntota de la abstinencia y del color. Todo el placer de este juego lleva directamente al goce de la exactitud y la transparencia. Concéntrico, individual, regido por el punto más duro de la pupila y el cerebro, ofrece poca ocasión para ser compartido. O bien toda intrusión en ese mundo de pulcritud y silencio comporta su destrucción. La limpieza del atuendo y de las pistas, la perfección de la bola y del cordaje, la atención que exige esa ciencia, son incompatibles con la carnaza del sexo y los desperfectos del amor. El encogimiento de McEnroe es el último ejemplo. Han bastado unos meses a dúo con Tatum O'Neal para que se le extraviara la univocidad del número uno.
A Borg le sucedió otro tanto. Todo fue bien hasta que con Mariana Simiunesco se le presentaran problemas difusos. El tenis es la condensación y la convergencia. Bjorn Borg trató de reencontrarlo en un reiterado peregrinar por los mismos parajes, pero ya portaba sus sentidos infectados de las cunetas de las pistas. Jimmy Connors hace tiempo que no está en la cima del Grand Slam. El desencadenante fue el universo de Patti McGuire. Inútil que siga metiéndose en el calcetín una carta de su madre que usaba como amuleto.
Finalmente, obsérvese el caso de Yannick Noah, quien por encima de haber perseguido sin desaliento una complejísima solución a través de los cambios de permanente en el peinado es incapaz de superar la ofuscación que le procura la vida con una modelo norteamericana. El único que ha tomado el asunto de otro modo y hace a mitades el amor y el set es Wilander, que vive un horizontal noviazgo de toda la vida.
Sin acritud. Simplemente, el amor, una de las ocupaciones más difíciles, duras y decisivas de esta vida, resulta, sin embargo, de las peor pagadas.
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