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Tribuna:LA MUERTE DEL 'VIEJO PROFESOR'
Tribuna
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Hasta siempre, Profesor

Para algunos viejos compañeros de tantas y tantas cosas, el profesor ha sido una especie de guía política, cultural y, sobre todo, sentimental sin la que en adelante nos va a ser mucho más difícil encontrar el camino. Porque a lo mejor, a bocajarro y en la hemorragia de los sentimientos que fluyen en momentos como éste, se puede decir -es lícito decir- que es verdad aquello de lo que se nos acusó cuando el PSP, aquello que nos decían para molestarnos y que alguno negó por mera táctica política: con Tierno había culto a la personalidad. Yo no lo negué jamás y ahora es muy posible que casi todos entiendan que no era un culto gratuito o inmerecido. Para mí, el viejo profesor, el VP, don Enrique, ha sido y será, mientras que mi memoria tenga capacidad para almacenar recuerdos, el hombre que mayor huella ha dejado en mi vida y del que más y mejor he aprendido a ser lo que soy, si es que en comparación con él se puede ser algo.Al viejo le conocí mucho antes, en sus tertulias de Marqués de Cubas, en sus reuniones-seminarios de Marqués de Urquijo. En aquellas charlas del tercer piso primero, y luego del cuarto, de Marqués de Cubas, 12, donde él hablaba y escuchaba, pero en las que siempre aprendíamos algo. (Yo, hasta la última vez que le he visto, hace unos días, he seguido aprendiendo de él. Siempre y cada vez.)

Un charco sosegado

Pero aunque le viera -le conociera- mucho antes, el día que conocí a Tierno fue una mañana de 1976, por una anécdota trivial que me reveló mucho de cómo era el profesor: yo acostumbraba a llevarle en mi Seat 600 desde Marqués de Cubas hasta Marqués de Urquijo cuando en ambos sitios tenía despacho que atender. Y un día, lluvioso y gris, le llevé hasta la esquina con Ferraz, en donde solía dejarle. Me dio las gracias como de costumbre, abrió la portezuela y, mirando hacia el suelo, permaneció inmóvil. Yo no entendía por qué no se bajaba hasta que giró su cabeza, me miró y me dijo, con su natural cadencia de voz:

-Se le ve tan tranquilo y sosegado, ahí en el suelo, que me da no sé qué pisarlo. Si pudiera adelantar un poco el coche...

Había un charco.

Enrique Tierno Galván se ha ido de este mundo sin competir. Odiaba la competición, porque quizá estuviese seguro de que no tenía por qué hacerlo, y cuando a su alrededor surgía la discusión, la disputa o la intriga, procuraba hacer como que no se enteraba y que lo importante era seguir adelante, diciendo las cosas como son, aunque redoblando su educación, sus modales, su buena crianza cuando lo que tenía que decir podía desagradar a su interlocutor. No ha competido a pesar de que muchos le hemos incitado a hacerlo: ahora me arriesgo a decir que no siempre acertó, pero que siempre hizo bien. A la postre, y pronto se dirá, cada siglo da muy pocos hombres como él, porque el VP es una de las figuras indiscutibles del siglo XX.

Cuesta trabajo improvisar unas líneas coherentes cuando el nudo no desaparece de la garganta. Todavía siento su voz en mi oído, su presencia cercana, su mirada no siempre transparente. Y me cuesta jirones expresar con palabras los sentimientos. Quizá la frase más sencilla es decir que le quería, y no creo exagerar si digo que él me quería también. Para él, el mundo se dividía en dos clases: los buenos chicos y los botarates, y aunque éstos eran la mayoría, siempre tuvo una frase amable, una cortesía, un piropo para cuantos le rodeaban. Sus antipatías las supo guardar por el mero hecho de no molestar.

Su obra queda impresa en su práctica totalidad; su capacidad política ha quedado demostrada; su calidad como orador, reconocida por cuantos le han escuchado; su inteligencia y cultura, puesta de manifiesto; su talla humana, reconocida por todos. Muchos han tardado en conocerle y quererle; otros no le conocerán ya nunca.

Pero en estos momentos lo que de verdad importa es que nadie pueda dudar de que soportó su enfermedad hasta el último día trabajando, sirviendo a los madrileños y a los españoles; entregado a toda la humanidad, luchando primero por la libertad y la democracia, siempre por la paz, hasta el último suspiro.

Él nos dijo en una ocasión, allá por 1975, que su deseo era que alguna vez, en las páginas de la historia de España, su nombre apareciera aunque no fuera más que en una nota a pie de página. No sé si será así, pero hoy nadie puede dudar que se lo ha merecido.

Frase tópica es la de que "aunque haya muerto, su recuerdo siempre estará presente entre nosotros". Para algunos viejos compañeros, de tantas cosas, eso que se llama ejemplo queremos conservarlo porque nos ha enriquecido espiritualmente y es un patrimonio que siempre nos acompañará.

Ejemplo enriquecedor

Cuando nuestros ojos dejen de estar empañados, cuando el corazón recobre sus latidos perdidos, cuando el alma se serene, habrá que decir muchas más cosas, redactar con mayor coherencia y analizar detalladamente lo que el viejo profesor ha supuesto en la historia de nuestros días. Entre tanto, aún estremecido el espíritu, sólo cabe dejar que la herida se cure con el tiempo. Porque la muerte, ahora lo veo más claro que nunca, no es una desgracia para el que muere, sino para el que sobrevive.

Antonio Gómez Rufo dirigió el Centro Cultural de la Villa de Madrid durante parte del mandato de Tierno en la alcaldía.

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