Isabel Guerra
Monja cisterciense y pintora "por intuición", expone en Madrid su obra más reciente con gran éxito de público
La mayor parte de los 35 óleos -su obra más reciente- que expone Isabel Guerra (Madrid, 1947) en la galería Sokoa de Madrid tiene ya puesto el cartel de adquirido o reservado. Un público de edad, respetable, bien vestido, llena la sala y asedia a la pintora, que hace 23 años ingresó en la abadía cisterciense de Santa Lucía, en Zaragoza. Todos quieren saludarla, encargar retratos, preguntar por su vida en el convento, por sus vocaciones. Su respuesta es clara: "Quiero exponer a Dios a través de la belleza".
Isabel Guerra vive en Zaragoza desde hace 15 años, desde que ingresó en la abadía cisterciense de Santa Lucía. Empezó a pintar a los 12 años y a los 15 presentó su primera exposición. "Cuando ingresé en el monasterio ya era una pintora conocida", asegura. Sus dos vocaciones, la religiosa y la artística, "surgieron a la vez", pero para ingresar en la abadía esperó unos años, "hasta que encontré el lugar idóneo". Carente de formación académica, pinta "por intuición" y no tiene ningún antecedente familiar.Su vida de retiro no dista de la del resto de las monjas que conviven con ella. Cumple con sus obligaciones litúrgicas y comunitarias como las demás. La única diferencia consiste en que, en vez de trabajar en el taller de encuadernación que mantiene a la comunidad, dedica a pintar su jornada laboral.
Sus cuadros son figurativos: interiores realizados en el propio convento, para los que han posado las monjas, y exteriores luminosos. Los motivos son rurales y cotidianos. El trazo es cuidado, ágil, seguro, aunque se pierde en la profundidad.
La monja pintora define así su estilo: "Empecé pintando de forma impresionista, para pasar después a una corta etapa expresionista. Los críticos dicen ahora que mi estilo es el superrealismo o realismo mágico".
Isabel Guerra cuida mucho sus exposiciones. "Hago una cada dos años, siempre por esta época y, la verdad, con bastante éxito. El resto del tiempo lo paso aislada en la abadía, pintando, que es lo que me gusta". Aprovecha su estancia en la capital ("siempre expongo en Madrid, en Zaragoza no me interesa") para visitar exposiciones y museos.
El público entusiasta que se acumula en la sala es, para la artista, "un choque fuerte". Se muestra muy interesada por la opinión de la gente y piensa que, en general, su obra es "bien acogida". Trata con ella de sugerir paz y serenidad". "Me complace saber, como me comentan algunos clientes, que vuelven a sus casas, miran mi cuadro y les da paz".
No cree que su estilo pictórico esté ya un poco superado, y cuando se le comenta afirma tajante: "Aquí abajo no cabe más gente. Vaya usted a las galerías de aquí al lado y las encontrará vacías".
Las preferencias pictóricas de Isabel Guerra no pasan por los valores hoy más cotizados, como Miquel Barceló: "Un pintor tiene que demostrar que lo es en una larga trayectoria. No creo en la gente que aparece de pronto, como de una varita mágica. Creo mucho más en una obra continuada, como la de Antonio López, por ejemplo".
Isabel Guerra no cree que su condición de monja influya en su enorme poder de convocatoria: "Muchas personas no saben que soy monja y se sorprenden mucho. Otras, al saberlo, comprenden mucho más mi pintura".
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