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La vida como conducta y como función

Este artículo no es, por supuesto, una hagiografía, ni tan siquiera una más o menos larga nota necrológica o de pésame -cientos de miles de madrileños, cientos de miles de españoles, están llorando ya esta muerte-. Es, pretende ser, el análisis y la reconstrucción conceptuales y, en parte, imaginarios, problemáticos, porque ni yo, ni quizá nadie, conoció suficientemente a una personalidad como la suya, tan compleja, irónica y, en su fondo, oculta. Tras una aparente sencillez de trato -en realidad, las más de las veces, condescendencia-, era inevitable sospechar a quien le trataba que "otra le quedaba dentro". Sí, pero ¿cuál? En años pasados habríamos dicho, él mismo lo decía, que una racionalidad agnóstica, y no sólo en sentido religioso; una racionalidad escéptica; y, a la vez, para emplear lenguaje suyo de aquellos tiempos, funcional. Racionalidad instrumental con respecto a las cosas, racionalidad funcional con respecto a los seres humanos, destinados, todos, a desempeñar y ser una función.¿De dónde venía Enrique Tierno? ¿Cómo habrían sido sus primeros, oscuros años? ¿Dónde adquirió aquellos cuasi eclesiásticos modales y ademanes? Todos, por mucho que haya cambiado nuestra forma primera de vida, conservamos testigos -en mi caso baste citar uno relevante, el querido José Antonio Muñoz Rojas- de los años colegiales, de lo que fuimos en los años preintelectuales. Él, no. Se cree saber que durante la guerra civil militó en el Ejército republicano; bastante joven fue catedrático, primeramente en Murcia (se dedicó, dato significativo, al estudio del tacitismo) y luego, desde 1953, en Salamanca, donde ya estuvo rodeado de un muy distinguido plantel de discípulos; elaboró su racionalismo crítico que, ya lo dije, denominó funcionalismo; dirigió la publicación del importante Boletín de su cátedra de Derecho Políico, y en 1957 tradujo el Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein. Simultáneamente adopó una posición de abierta disidencia del régimen y un marxismo teórico; presidió conmigo la Asociación para la Reforma de la Universidad, fundó el PSP o Partido Socialista Popular (en realidad mucho más minoritario e intelectual que popular), se acercó a los monárquicos antifranquistas y a ver la monarquía como "salida"; y en 1965 fuimos suspendidos y meses después separados de nuestras cátedras (durante ese período, de febrero a agosto, es cuando más nos vimos y tratamos). Muerto el general Franco y reintegrados a la cátedra, hubo de sufrir la disolución del PSP y su absorción por el PSOE. Justo aquí es donde quiero detenerme y hacer punto y aparte.

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Líder de la 'movida'

Con el giro del PSOE en el congreso de Suresnes, el triunfo dentro de él del eq¡po andaluz y la subordinación de los socialistas procedentes del PSP, la vocación eminentemente política de Enrique Tierno, hasta en el puro orden de la mera dirección ideológica, se vio frustrada, y su actividad desviada a la vía, políticamente muerta, de la gestión municipal, donde se decidió dejarle, si ello cuajaba, vitaliciamente aparcado. Mas ¿tenía sentido tal decisión? A él, tan poco administrativo, tan poco gestor, ¿se le habría pasado alguna vez por las mientes que el final de su carrera política había de ser la alcaldía de Madrid? Y persona tan reticente y poco interesada en la popularidad, muy de estilo viejo profesor, ¿cómo ha podido trocarse tan popular (premonición del nombre de su partido) y convertirse en el líder de la movida juvenil y de su animación sociocultural? Se dirá, no sin razón, que ha sabido "hacer de la necesidad virtud". Sí, pero tratemos de entender ésta, mucho más que cambio de papel, verdadera transpersonalización o transmutación de personalidad, asunción de una personalidad distinta y nueva.

Partamos de los supuestos de que la vida ha sido o puede ser visualizada como representación (en el gran teatro del mundo"); de que un lector y estudioso (aunque sólo fuera como "pretexto") de Diderot, como lo era Tierno, hubo de ser sensible a la "paradoja del comediante"; y en fin, de que una filosofía de la función es eo ipso, de representación. No pues, "genio y figura", sino hasta cierto punto, y corregido el proverbio, con una paráfrasis de Pascal, tal que ésta: "Toma la vara de alcalde y termínarás creyendo"... en una forma de vida que, hasta tomada, era completarnente ajena a ti. Sí, la construcción de la identidad es siempre, en mayor o menor grado, un proceso de identíficación por reconstrucción: terminamos identificándonos con la imagen y proyecto que la realidad nos propone, cuando lo aceptamos y asumimos como nuestro. Estoy en personajes de Pirandello; estoy pensando sobre todo en San Manuel Bueno, mártir. Al final de esta obra se dice: "Para el pueblo de Madrid, digo de Valverde de Lucerna, no hay más confesión que la conducta; las palabras no sirven para apoyar las obras, sino que las obras se bastan". En el caso de nuestro alcalde esto no ha sido exactamente así: junto a la conducta había también las palabras, los bandos, a primera vista divinas palabras en sentido valleinclanesco, es decir, palabras que en sí no apoyarían las obras, por barrocas y de lenguaje ininteligible para el pueblo, y que sin embargo eran entendidas por el pueblo, precisamente a la luz de aquella conducta.

No lo sé; este artículo es casi pura conjetura que, por lo mismo, le habría gustado a él. Podría corregirse su unilateralidad funcionalista atendiendo al efecto de bondadosidad o aire bondadoso que, con frecuencia, acontece con el envejecimiento. (Un querido amigo, Javier Muguerza, me decía hace sólo unos días que no le parece mía alguna de las últimas fotos, precisamente por ese aire bondadoso que en ellas muestro y que, piensa él, no corresponde a lo que verdaderamenmte he sido y -espera- sigo siendo.) Pero Tierno, hablando en público, siempre adoptó esa expresión, bondadosa por oficio, de predicador secularizado. Sin embargo, la última vez que yo le oí, en su discurso dentro de la clausura del congreso El espacio cultural europeo, añoró con palabra precisa, es verdad, una vieja Europa de racionalidad humanística y hasta metafísica y cuasi teológica, difícilmente conciliable con la de aquella filosofía suya de la que hemos partido para esta interpretación.

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Para terminar, volvamos a ella. La vida de Enrique Tierno, particularmente en su última etapa, su último acto, ha sido muy alto exponente de la conducta como función y reconversión, representada en el escenario del gran teatro de Madrid: apoteosis de -¿quién lo hubiera dicho?- el alcalde por antonomasia y por excelencia. O, por acabar volviendo a sus propias palabras, la realidad -la suya- como resultado. Resultado, para quien le vio, y le ha visto, tan desconcertante como excelente.

Que, acabada la función, descanse en paz. Y que, ahora ya sí, todos le lloremos.

José Luis López Aranguren es catedrático de Ética, jubilado.

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