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Cuando las finanzas de ETAm cuentan más que la ideología

En unas circunstancias como las actuales en que, tras un largo período de escasa operatividad, los milis irrumpen nuevamente en la esfera terrorista con una serie intermitente de atentados, no parece que el secuestro de Juan Pedro Guzmán pueda ser atribuido, como se ha hecho, a razones puramente propagandísticas. Por el contrario, se sabe que ETA Militar se encuentra desde hace meses en una delicada situación económica y que sus refugiados, cientos de refugiados, viven apretadamente con unas exiguas ayudas de la organización y en muchos casos gracias al dinero de sus familias. Pasaron los años en los que el cobro del denominado impuesto revolucionario apareció como un negocio fácil, floreciente y relativamente estable. Como se ha difuminado ya la imagen acuñada en esa época de un pintoresco desfile de empresarios buscando a su cobrador en determinados bares del País Vasco francés.Hoy, el presunto responsable de aquella hacienda boyante se encuentra deportado en Cuba y su seguro sustituto ha debido comprobar que la contabilidad de la organización acusa el retraimiento de los empresarios, muchos de los cuales incluyen las partidas de impuesto revolucionario dentro de los gastos generales de sus empresas.

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Los milis son un colectivo abultado, aunque sólo exista un núcleo verdaderamente operativo, que tienen que hacer frente a gastos regulares, entre ellos al mismo alquiler de las viviendas y a los costes extraordinariamente elevados que supone mantener una estructura armada de cierta envergadura.

Tiempo atrás, la dirección de ETA Militar no ponía reparos a aquellos que decidían regresar al País Vasco una vez comprobada la inexistencia de cargos contra ellos y estimulaba la partida a países latinoamericanos de grupos de refugiados desvinculados del aparato. Con la oferta de reinserción, el regreso al País Vasco ha quedado limitado a quienes deciden acogerse a esta propuesta.

Durante el pasado año, algunos grupos optaron por instalarse en determinadas regiones de Francia, abonando así la idea de que el aparato de ETA Militar prefiere evitar la concentración de refugiados en el País Vasco francés ante una población que ha reaccionado ante ellos con recelo e incluso hostilidad.

Desde esta perspectiva, el secuestro de Juan Pedro Guzmán parece responder a dos objetivos preferentes: obtener una importante partida de dinero por un procedimiento expeditivo y servir de aviso a todos aquellos que esperan ver un síntoma de debilidad en ETA Militar para liberarse del chantaje terrorista.

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El afán publicitario, si es que existe, sería en todo caso un objetivo añadido, meramente secundario. De hecho, la entrada en escena de los milis ha sido lo suficientemente sangrienta y oportuna en las fechas pasadas como para que una mano, desde luego mordaz, escribiera en vasco en las calles de Vitoria un mensaje navideño verdaderamente sarcástico: "ETA, feliz Año Nuevo 1986".

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