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El ruedo de la fortuna

Tentar la suerte es el lance más coreado de todas las mojigangas que conforman la gran fiesta nacional. A todos los españoles desventurados les gusta huir de los cuernos del hambre por la vereda más rápida. Pocos son los que se quedan en la plaza con suficiente voluntad o afición para torear el bicho y morir en el ruedo laboral con la dignidad dé su lucha y lo estoico de su pobreza. Al pobre es año¡ o al español pobre, que no es lo mismo, les gusta, ya ven, hacerse ricos lo más urgentemente posible y, sobre todo, con mínimo esfuerzo. El Estado le suele meter en la cárcel sí esta rapidez sospechosa de enriquecimiento nace del propio individuo, pero, a cambio, mima, amansa y consuela permanentemente a este mismo individuo, legalizando incluso la riqueza súbita e institucionalizando el ensueño a través de la lotería.

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Por lo que podría entenderse como una imperceptible inversión, cualquier súbdito tiene derecho a tentar un futuro próspero y encima se le da libertad para que lo imagine a su antojo; a este absurdo y estúpido derecho de poder ser millonario repentino se le suele llamar suerte, y su unidad a menudo va precedida de múltiples e inútiles fetichizaciones y esperanzas.

Recuerdo, por ejemplo, al amigo argentino de los buenos tiempos del café Gijón que respondió a la encuesta de un periodista sobre nuestros proyectos caso de ser agraciados con el gordo con esta frase: "Prefiero dejar en maqueta el castillo de ilusiones que esa pregunta sugiere en mi imaginación".

O aquella madre de un conocido actor que rompía en pedazos casi microscópicos el décimo adquirido, escondiéndolos más tarde en lugares distintos y distantes, de forma que la reconstrucción del billete fuese, tarea casi imposible. Con esta zancadilla a sí misma, con este falso disfraz de perdedora o víctima, nuestra buena señora pensaba acercarse sutilmente a la varita mágica.

Conozco bien todos esos exorcismos y encantamientos. Por eso mismo en mi obra he intentado siempre miserabilizar la esperanza, precisamente para no caer en sus redes. Uno de los guiones que no he podido realizar estaba basado en un relato de Rafael Azcona sobre un vendedor ambulante de lotería que hacía desembocar en tragedia el júbilo inicial de los ganadores del premio de Navidad por haber vendido excesivas participaciones del número agraciado.

También creo que hay bastantes fórmulas para huir de la esperanza. Una de ellas es especular con el cálculo de probabilidades y oponer a la estadísica gozosa aquella de tintes trágicos. Por la misma razón que uno al comprar un décimo piensa en que puede ser seleccionado para el goce entre 80.000 o 90.000 (no sé con exactitud los números sorteados) posibilidades, también el que compra un billete de avión tiene derecho a pensar que tiene las mismas probabilidades de ser elegido, pero en este caso el sorteo es de bien distinto y desesperanzador signo.

En fin, que está bien que se compre lotería y se manipule el azar, porque uno siempre ha defendido lo lúdico y lo mágico como ejercicios cotidianos, pero hayjuegos y sueños que quizá ofrezcan al hombre menos premios gordos, pero que van, eso sí, acompañados de muchísimos menos castigos.

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