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Reagan tiene ya un indiscutible 'primer ministro'

La caída del consejero de Seguridad McFarlane, confirma el imparable ascenso de Donald Reagan

Francisco G. Basterra

La caída de Robert McFarlane como consejero de Seguridad Nacional del presidente Ronald Reagan significa la definitiva confirmación de Donald T. Regan, un millonario hecho a sí mismo que escaló hasta la cumbre de Wall Street, como el auténtico número dos de la Administración norteamericana. El dibujante Block ha definido con gran precisión el enorme poder que acumula este hombre de 66 años, que también es de origen irlandés, como el presidente, y que, como el jefe del Estado, es asimismo un optimista contagioso. En un chiste publicado en The Washington Post se ve al jefe del Gabinete de la Casa Blanca a punto de firmar una carta, dirigida al presidente, que dice: "¿Ron, crees que aún necesitamos a Nancy?".

Por primera vez desde que Reagan tomó posesión, en enero de 1981, las decisiones en la Casa Blanca no son obra de un equipo colegiado. Durante el primer mandatofuncionó la troika Baker, Meese y Deaver, y el consejero de Seguridad Nacional, el director de la Oficina del Presupuesto o los asesores económicos eran consultados y tomaban parte en el proceso de toma de decisiones.Pero en febrero de este año llegó a la Casa Blanca Don Regan, procedente de la Secretaría del Tesoro, para sustituir al jefe del Gabinete James Baker. Enseguida impuso su ley y dirige la mansión presidencial como si se tratara de una gran empresa. El presidente del Consejo, ya anciano y al que no le gusta el detalle, prefiere delegar. Se llama Ronald Reagan. El director ejecutivo, principal jefe operativo, como le gusta autodenominarse, es Regan. Desde ahora pasa a controlar también el proceso de toma de decisiones en política exterior y ya ha advertido al nuevo consejero de Seguridad Nacional, el almirante John Poindexter, que "no quiere sorpresas".

McFarlane, que llegó en octubre de 1983 al puesto de consejero de Seguridad Nacional como un perfecto número dos, fiel y disciplinado y sin una base de poder propia, se había convertido con el paso del tiempo en algo más. Alcanzó la confianza presidencial y era el único alto cargo de la Casa Blanca con un dominio de los complejos temas armamentísticos y de las relaciones Este-Oeste.

En febrero pasado, Don Regan llegó a su nuevo puesto con un único objetivo: ser el único consejero privilegiado del presidente y monopolizar sus ojos y sus oídos, para dejar que "Reagan sea Reagan", y su personalidad se exprese hasta sus últimas consecuencias a través de una agenda política conservadora. Difícilmente toleraba que McFarlane despertara a Reagan con motivo de las grandes crisis sin avisarle previamente, ni que el asesor de Seguridad Nacional tuviera acceso directo al despacho oval.

Don Regan, muy inexperto en temas de política exterior, no apreciaba el tono profesoral de McFarlane y su estilo retraído, que contrasta vivamente con el espíritu cálido y agresivo, de buen contador de chistes, al igual que el presidente, que exhibe el jefe del Gabinete presidencial.

Reagan y su primer ministro se entienden muy bien humanamente, son personalidades de la misma generación poco reflexivas, sospechosas de lo que huela a intelectual y extrovertidas.

Protagonismo

Regan aceptó a regañadientes que fuera McFarlane el encargado de preparar la cumbre de Ginebra, pero una vez en la capital suiza el jefe del Gabinete presidencial acaparó la escena. Se sentó siempre a la derecha de Reagan y, en las fotos claves, su cabeza aparece siempre entre la del presidente y la de Mijail Gorbachov, sugiriendo cosas a su jefe.

Ya durante el cáncer de Reagan, a comienzos de verano, Regan limitó los despachos de McFarlane con el presidente a informes escritos, reservándose él las entrevistas personales en la habitación del hospital. En aquellos días, sin embargo, se vio muy clara la ambición y el ego que consumen a este hijo de ferroviario, que en 25 años en Wall Street, donde entró de modesto empleado, llegó a convertirse en el presidente ejecutivo de la empresa Merrill Lynch, revolucionando el sistema de intermediación financiera y haciendo a su compañía competir incluso con los bancos en los servicios que prestaba.

Don Regan sugirió que debía volar en helicóptero todos los días desde la Casa Blanca hasta el hospital naval de Bethesda, donde se hallaba el presidente, que está sólo a 25 minutos de automóvil del centro de Washington. Nancy Reagan, que posiblemente aún siga siendo la persona más influyente de Washington, cortó en seco sus deseos.

Sin embargo, la personalidad de Regan agrada a la primera dama. Cuentan que no le desagrada que le llamen presidente adjunto. De aquella época es recordado un chiste en que se veía a Regan informando al presidente, postrado en cama: "No se preocupe, señor presidente. Todo va bien. He llegado".

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