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Fernand Braudel, algunos recuerdos

Anteayer 29 de septiembre, a las cuatro de la tarde salía de mi seminario, rodeado de jóvenes amigos españoles y americanos, en el moderno edificio del Boulevard Raspail que alberga la Maison des Sciences de I'Homme y la École Des Hautes Études de Sciences Sociales, cuando oímos una voz: Braudel ha muerto. De pronto el edificio me pareció vacío. Y mi vida un tanto cambiada, imperceptiblemente como es natural, pero ya no era la misma.Porque el mundo está hecho, para cada uno de nosotros, de las miradas que ponen sobre uno mismo los hombres que escogemos, las miradas que Braudel dirigía al mundo y también las miradas que el mundo posaba sobre él. Aunque me irritara a menudo también me revelaba siempre algo importante, sobre nuestra sociedad, sobre nuestro siglo.

Sin embargo, le veía poco en estos últimos años en que se había convertido en uno de los personajes clave de la intelligentsia parisina. La última vez que le vi, con ocasión de su entrada en la Academia Francesa, no pudo evitar, bajo los bordados del habit vert, mirarme sin retener sus ganas de reír. A menudo nos entendíamos de esta manera, sin necesidad de hablarnos. Su capacidad de penetración en la psicología de su interlocutor tenía algo de prodigio.

Conocía a Braudel desde 1945. Durante largos años. A decir verdad, hubiéramos podido conocernos antes. Sólo tenía 4 años más que yo y desde los años 30 nos interesábamos los dos por el Mediterráneo, por España y por los tiempos modernos. Si se hubieran realizado entonces tantos coloquios como se hacen ahora seguro que nos habríamos encontrado antes. El azar no lo quiso. Y no tuve conocimiento del Mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempos de Felipe II hasta terminada la guerra. No me sorprendió el que hubiera reunido tantos los materiales, lo que me dejó estupefacto fue que lo hubiera redactado en el cautiverio. Lucien Febvre, en una célebre reseña del libro, le relacionaba con Henri Pirenne quien había conseguido escribir su Historia de Europa durante otra guerra anterior. Yo mismo escribí en las mismas condiciones un pequeño libro de 120 páginas y, por lo tanto, me manifiesto humilde ante mis mayores y, evidentemente, en condición fraternal.

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Fue a partir de 1948 y durante los años cincuenta cuando mejor conocí y más me acerqué a Braudel, joven maestro consagrado que supo acogerme como lo hicieran mis viejos maestros Lucien Febvre, Ernest Labrousse y Marcel Bataillon. Especialmente, después de una desgraciada medida que me había alejado de las fuentes de mi propio trabajo. Me asoció a los equipos de los Annales y, muy deprisa, los Hautes Études me fueron abiertos. Recuerdo que en aquellos años centrales de su actividad conocí su capacidad de crear instituciones, presidirlas y escoger los hombres y de hacer colaborar las diversas disciplinas.

Me acuerdo del día en que me pidió que reflexionara con él ante una bastante numerosa asamblea sobre el tema sociología e historia. Con cierta frivolidad pedí si no se podría aplicar la noción de ciclo a las variaciones de longitud de las faldas femeninas (estábamos entonces con la minifalda). Una voz tímida desde el fondo de la sala respondió: "He publicado un artículo sobre el tema". Braudel, acercándoseme, me dijo: "Es un chico con porvenir. Se llama Roland Barthes". ¡Cómo pasa el tiempo!.

Braudel relacionaba esta búsqueda de hombres, esta confrontación de métodos con una preocupación epistemológica verdadera. Entre las tentaciones de los inmovilismos estructuralistas y el riesgo siempre recurrente del acontecimiento como "nouvelle sonnante", Braudel intentaba siceramente conseguir una salida hacia la historia total con estos tres niveles: economia, sociedad, civilizaciones. No me gusta oír cómo la radio (la francesa, hoy, no se priva de ello) repite hasta la saciedad que Braudel es la escuela de los Annales y la nueva historia a un mismo tiempo. No!. La escuela de los Annales es Febvre y Bloch. La nueva historia es muy a menudo la fragnientación por razones de facilidad de esta materia que los fundadores habían proclamado indivisible.

En el intervalo Femand Braudel, había reflexionado largamente en sus artículos sobre las relaciones espacio y tiempo, entre centros creativos y periferias inmóviles, entre presencia espiritual de larga duración y maneras de evadirse de ellas. Creo haber sido justo con este esfuerzo epistemológico a menudo ignorado por los historiadores que trabajan los acontecimientos el día al día y por los filósofos profesionales. Y creo que Braudel lo supo.

En su segunda fase de la producción histórica, tardía teniendo en cuenta las responsabilidades asumidas, Braudel sobrevoló de nuevo la historia de la Edad Media y, en algunas ocasiones, llegó hasta nuestros días. Lo hizo a través de lo que denominó "las estructuras de lo cotidiano", "los juegos del intercambio" y "los tiempos del mundo". Creo poder afirmar que Braudel ha sido mejor comprendido fuera de Francia, en Italia y en los Estados Unidos, y también mejor entendido en los años ochenta que en los sesenta. Se trata de una cuestión difícil puesto que el historiador está en la historia. Nuestro siglo terminando ya, parece o tiene la ilusión de quererse parecer a los siglos de los grandes financieros y de los grandes intercambios más que a los siglos de producción pesada que les precedieron.

Nunca escondí que no seguí a Braudel ni menos a sus continuadores en la pendiente de ciertas justificaciones ideológicas. No quisiera que cuando describo mi admiración hacia él se atribuyera la acción a las puras normas del estilo necrológico. La aportación de Braudel no puede ser menosvalorada. Iba a decir, incluso, aunque sea exclusivamente por su forma de hacer, que se sabe abrumadora. Pero, aquí, tampoco, quisiera ser mal interpretado. Braudel se parece quizá más a Monet que a Cezanne, pero incluso si se prefiere a Cezanne, no puede negarse al genio de Monet su fuerza reveladora.

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