Ensayo general en Galicia
EL VIERNES dio comienzo oficialmente la campaña. electoral para designar a los 71 diputados del segundo Parlamento autonómico de Galicia. Los planteamientos estratégicos de los partidos con implantación estatal (desde Alianza Popular y el PSOE hasta los reformistas de Roca y el CDS de Adolfo Suárez) aspiran a que estos comicios, fijados para el próximo 24 de noviembre, no afecten sólo a las instituciones de autogobierno de esa nacionalidad histórica -la tercera en tener acceso a la autonomía por la vía del artículo 151 de la Constitución-, sino que influyan también sobre las futuras elecciones a las Cortes Generales. A la atribución de esa doble significación contribuye, sin duda, el recuerdo de las primeras elecciones al Parlamento gallego, celebradas el 20 de octubre de 1981, que depararon a Alianza Popular -partido relegado hasta ese momento a un tercer lugar en Galicia- su primer gran éxito en las urnas.En aquella ocasión, los conservadores de Manuel Fraga obtuvieron 301.000 votos, frente a los 274.000 conseguidos por UCD y los 193.000 logrados por el PSOE.
Los resultados de 1981 permitieron pronosticar a los analistas que en las siguientes elecciones generales UCD perdería la primogenitura de la derecha en favor de Alianza Popular. La cita de 1985 se presta a especular de nuevo con ese tipo de presagios; pero esta vez en el sentido de que un sustancial ascenso en Galicia de los conservadores -convencidos de obtener la mayoría absoluta en el Parlamento autonómico- anunciaría la segura derrota de los socialistas en las próximas legislativas. Es cierto que la experiencia del País Vasco y de Cataluña enseña que los ciudadanos pueden votar de manera distinta a la hora de designar a sus representantes para las Cortes Generales, para el Parlamento autonómico y para las corporaciones locales. Sin embargo, las elecciones legislativas de 1982 al Congreso de los Diputados registraron en Galicia una nueva victoria de los conservadores, que obtuvieron 488.000 votos, frente a los 426.000 sufragios de los socialistas. Gracias a la partida de nacimiento de Manuel Fraga y a la acertada designación de Gerardo Fernández Albor (un médico prestigioso relacionado amistosamente con sectores ilustrados. del galleguismo histórico) como candidato a la presidencia de la Xunta, Alianza Popular ha logrado conquistar en Galicia un espacio formalmente simétrico -aunque sustancialmente diferente en sus contenidos- al que ocupan los partidos nacionalistas en el País Vasco y en Cataluña. Pero la eventual consolidación de Manuel Fraga en Galicia no permitiría, empero, realizar una extrapolación a escala nacional de los resultados de las próximas elecciones autonómicas.
La enfermedad de Eulogio Gómez Franqueira (patrocinador y padrino del proyecto centrista en Galicia), la renuncia de Víctor Moro y las intrigas de Alianza Popular para debilitar a sus rivales han perjudicado seriamente las aspiraciones electorales de Coalición Galega, federada con la operación reformista de Miquel Roca para atraerse los votos de la moderación y del término medio. Aunque su entusiasmo y su obstinación resulten ejemplares por muchos conceptos, no parece que Adolfo Suárez, con un candidato improvisado, sin recursos económicos y hostilizado desde todos los flancos, pueda sacar al CDS de su actual marginalidad. Los socialistas gallegos, carentes de un líder indiscutible, víctimas de sus propias querellas internas y sometidos a las tensiones de las rivalidades interprovinciales, se han visto obligados a recurrir a la ejecutoria administrativa de Fernando González Laxe, hasta hace pocas semanas director general de Ordenación Pesquera, para cubrir la cabecera de su candidatura electoral. En el supuesto de que el PSOE confiase en la eficacia del voto deferente ante el poder, quedaría por comprobar si será la Xunta de Galicia, pese a los escasos logros de sus cuatro años de mandato, o el Gobierno socialista, criticado por su política de reconversión industrial en la región, la instancia favorecida por esa orientación respetuosa hacia los que mandan. La inhibición de Felipe González en la campaña, en contraste con el voraz programa de Manuel Fraga de recorrer 6.000 kilómetros y visitar cientos de núcleos de población durante los próximos 15 días, no puede sino perjudicar a su desasistido correligionario socialista. Los comunistas de Gerardo Iglesias y de Santiago Carrillo librarán en Galicia la primera batalla fratricida de su guerra total de mutua destrucción. Finalmente, el nacionalismo radical del Bloque Nacionalista, alineado en posiciones rupturistas, y el nacionalismo moderado del Partido Socialista Galego-Esquerda Galega, en busca de un espacio difícil de conquistar, se disputarán los sufragios de quienes se niegan, como cuestión de principios, a la extrapolación a nivel estatal de los resultados electorales autonómicos.
Por lo demás, los comicios de Galicia no parecen plantearse, al menos dentro de los límites de sus cuatro provincias, con la tensión o el dramatismo de otras convocatorias autonómicas. El principal adversario con el que se enfrentan todos los candidatos es la frialdad de los ciudadanos y la abstención de los votantes ante las urnas. El desinterés de los gallegos por su autogobierno, probable consecuencia del escepticismo engendrado por una constelación de tradiciones caciquiles y de aislamiento secular, se hizo inicialmente patente en el desconsolador resultado del referéndum del estatuto de autonomía -únicamente el 28% del censo acudió a las urnas en diciembre de 1980- y quedó confirmado con el elevado porcentaje de abstención -el 53,72%- de las elecciones autonómicas de 198 1. Los eventuales intentos de calentar la campaña por medio de descalificaciones personales, trifulcas esperpénticas o acusaciones calumniosas no lograrían, sin embargo, más que aumentar los recelos de los ciudadanos y alentar las tendencias abstencionistas. En esa misma dirección operarían las tentativas de transformar las elecciones autonómicas de Galicia en un juicio sobre los logros o los desaciertos del Gobierno de Madrid, a fin de convertir los resultados del 24 de noviembre en una especie de primera vuelta de las futuras elecciones legislativas. Sólo los esfuerzos orientados a convencer a los ciudadanos de Galicia de que sus votos son realmente decisivos para conseguir una administración eficaz y honrada de los asuntos de su propia comunidad autónoma podrían modificar esa desmoralizadora tendencia a la abstención que propician, quiéranlo o no, quienes han decidido utilizar los próximos comicios autonómicos como una simple prueba de laboratorio para la conquista o la conservación del palacio de la Moncloa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Archivado En
- EG
- Fernando González Laxe
- Manuel Fraga Iribarne
- Coalición Galega
- Miquel Roca Junyent
- UCD
- Opinión
- Gerardo Fernández Albor
- BNG
- Parlamentos autonómicos
- Elecciones autonómicas
- PSOE
- Galicia
- Gobierno autonómico
- PP
- Elecciones
- Partidos políticos
- Parlamento
- Comunidades autónomas
- Política autonómica
- Administración autonómica
- Gobierno
- Administración Estado
- Administración pública
- España