Destruir a Suarez
AGUSTÍN RODRÍGUEZ SAHAGÚNEl autor de este trabajo muestra su repudio a las descalificaciones personales como instrumento de lucha política. Y lo afirma respecto de su impresión de que Adolfo Suárez vuelve a sufrir una nueva campaña de acoso político, que identifica con el lema Hay que destruir a Suárez a cualquier precio. Manifiesta en este sentido su premonición de que este tipo de actuaciones acabará por emponzoñar la convivencia política en España y se volverá contra quienes las ponen en práctica.
Se argumenta con frecuencia que más importante todavía que la vista, el oído, el gusto, el tacto o el olfato es ese otro sentido denominado sentido común. A lo largo de mi experiencia vital he llegado a la conclusión de que hay otros dos sentidos que cuentan todavía más: son los sentidos de la justicia y la lealtad.Ese es mi caso respecto a Adolfo Suárez frente a la ferocidad agresiva y falaz con que un día se le acosó, y que hoy parece de nuevo querer acecharle con diversos pretextos de una u otra condición. No es que yo salga a defenderle de sus adversarios o enemigos, ni desde mí amistad personal ni desde nuestra identidad política. Mi registro es otro: el repudio de las descalificaciones personales como instrumento de la lucha política, mi rechazo de los apasionamientos viscerales contra cualquier líder, mi no aceptación de que necesariamente el hombre tenga que ser un lobo para el hombre y mi incapacidad para admitir que en la vida política sea imprescindible la existencia y actuación de las aves de rapiña. Y el hay que destruir a Suárez a cualquier precio que algunos pretenden entra de lleno, en esta descripción. Allá cada cual con sus pasiones y actitudes; pero téngase en cuenta que se están introduciendo elementos de una nocividad psicológica y moral que acabarán emponzoñando el estilo de nuestra convivencia y volviéndose tarde o temprano contra los que así actúan.
En la vida pública está justificada, y hasta es deseable, la confrontación de las posiciones políticas desde las convicciones ideológicas en que cada uno se apoya, pero nunca el juego sucio ni los intentos de descalificación personal. Es por la persona y por su radical dignidad y merecimiento de respeto por lo que escribo estas líneas, sin otro propósito que el de la expresión de mis sentimientos profundos.
Algunos hombres tienen la fortuna excepcional de convertirse en símbolos de una época, rompedores de costras y tabúes, forjadores de una gran ilusión colectiva. Son como grandes ventiladores que disipan la espesa cortina de lo rutinario, lo caduco, y abren la ventana a nuevos aires. Con su capacidad de diálogo tienden puentes donde otros levantan muros y siembran moderación y afán de entendimiento donde no había crecido antes más que resentimiento o intolerancia. Con su imaginación y tenacidad hacen posible lo que sólo poco tiempo atrás todos consideraban imposible, encarnan el espíritu de modernidad que muchos han soñado y hacen crecer a un pueblo entero, en su seguridad y confianza.
Creo que este es el caso de Adolfo Suárez, y pienso que por ello, más allá de maniobras de acoso, envidias, incomprensiones, traiciones y rencores pasados o presentes, son cada día más los españoles que se sienten identificados con sus planteamientos e interiorizan como propia y personal la actitud que Suárez representa, y se identifican con él, incluso desde posiciones ideológicas diferentes.
Parte de la historia
Me parece obvio que Adolfo Suárez pertenece ya a la gran historia política, a esa historia que se escribe con mayúsculas. Hay unas cuantas cosas que son nuestras ya y para siempre, que encontraron en Suárez el artífice que aceptó el riesgo y las tribulaciones del pro ceso de cambio. Nuestra hoy, de todos, es la calle. Nuestra hoy, de todos, es la libertad. Nuestra, de todos, es la posibilidad de una sociedad abierta hacia el futuro y no volcada hacia el pasado. Y si no son nuestras todavía en plenitud la justicia y la solidaridad es por que el proceso de cambio social resulta siempre más lento y requiere una actitud de avanzar permanente mente hacia adelante sin marcha atrás. Pero Suárez no sólo está en la historia de España desde una perspectiva política, sino también en la intrahistoria que pertenece al cambio de actitudes, a la apertura de la mentalidad, a la mutación del súbdito en ciudadano, al diálogo social. Esa intrahistoria que casi nunca se refleja porque raramente se escribe sobre ella, pero que es sustancial para la existencia que vivimos y fundamento y clima de la convivencia en paz y bienestar. El papel de Adolfo Suárez tiene tanto valor como acontecimiento psicosocial que como hecho político, y por ambas cosas muchos lo consideramos un don inapreciable y nos sentimos orgullosos de haber colaborado y qolaborar con él.
Creo que si se pregunta uno por uno a los españoles, hay bastantes que piensan sobre Suárez como yo y que habrían firmado con gusto estas líneas por mí escritas. Quizá por eso y por la defensa permanente del valor del pluralismo político desde una opción de centro progresista que impida la consolidación del bipartidismo artificial que otros quieren implantar ha surgido el hay que destruir a Suárez que parece percibirse hoy. Algunos aceptarían a Suárez como gran patrimonio histórico del pasado. Estarían incluso dispuestos a su reconocimiento y a elevarle a los altares de la gran política para recordarle una vez al año y agradecerle cuanto hizo por los españoles. Pero Adolfo Suárez es también una gran esperanza de futuro. Y una esperanza sólida, porque en lugar de caer en la tentación de hacer puras operaciones electorales para echar a éstos o a aquéllos del poder, lo que pretende es edificar desde la base un partido fuerte y engarzado en el tejido social. Un partido que, con la cuota de responsabilidad que le asigne en cada momento el pueblo español, lo que hará será gobernar para todos desde el interés general si obtiene mayoría, o colaborar, si es minoría, como oposición constructiva a que existan mayores niveles de diálogo y se aborden en profundidad los problemas que preocupan a los españoles. Nadie que no sea el pueblo español retirará a Suárez ni a su partido de la escena política, ni nadie puede hacerles callar. Que no se confundan el sentido de Estado y la prudencia política que da la experiencia de gobierno con silencios cómplices, satelizaciones ni mordazas de ninguna especie. No es gritando como se tiene más razón, sino con argumentos sólidos y aportando soluciones positivas. Ese es el talante personal de Adolfo Suárez y el de su partido. Estoy seguro de que, aunque no disponga de tantos altavoces como otros, acabará llegando al pueblo su mensaje y su palabra y consiguiendo la confianza de los españoles.
es diputado del Centro Democrátjco y Social.
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