_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El áspid

Manuel Vicent

En la pila del bautismo nadaba tal vez un áspid venenoso. Cuando a nuestra generación le empaparon el cogote con aquellas aguas, lejos de purificarla del pecado original, le calaron en el cuerpo para siempre el complejo de culpa, y nosotros hemos tenido que defendernos en la vida mintiendo. La ficción ha sido una forma de resistencia y también nuestra mejor obra de arte. Con reflejos increíblemente hábiles, pero inútiles, hemos engañado a los padres, al confesor, al maestro, al policía, a la novia, al marido, a la amante, a los hijos, a nosotros mismos, y todo eso a cambio de nada real, sólo por una pura creación del subconsciente. El placer unido al miedo, la dicha seguida del castigo, el sentimiento acompañado por una sensación de desarme, el sexo como un trabajo sucio, el sentido del deber cargando la nuca, la amenaza difusa de un azote que nadie sabe de dónde vendrá, aunque ninguno de nosotros ignora que será siempre merecido: esta atmósfera de naturaleza caída es la sopa de nuestro cerebro. ¿Quién daría un centavo por una generación que arrastra la culpabilidad junto con los zapatos polvorientos? Pero aquel áspid venenoso nos inoculó una especie de anticuerpo: la posibilidad de convertir la existencia falsa en una belleza inspirada por la autodefensa.Sin embargo, los adolescentes hoy se exhiben con una inocencia de ternera. ¿Se ha dado usted cuenta de que ahora los jóvenes no pueden mentir? Ya que el pecado original no ha existido para ellos, se ven obligados a ser felices, a desenmascarar el alma, a vivir con impudor todas las sensaciones. Nunca le preguntes a un muchacho qué piensa de ti porque corres el riesgo de saberlo. Estos adolescentes no conocen la culpa. Hacen el amor con una profundidad fisiológica, dicen siempre la verdad, disparan los cañones recortados entre carcajadas, te agreden con su naturalidad, el estado de gracia les hace caminar flotando, asisten con una sonrisa de compasión a tu tortura mental, aman o desprecian con una furia primigenia, juegan tiernamente con el corazón o la navaja. Pero todos estamos condenados. Ellos, a ser sinceros; nosotros, a seguir fingiendo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_