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Ni circo ni bronca: algo sobre el teatro español de hoy

Los lectores de una excelente periodista de esta casa -reportera, creo que le gusta denominarse a ella, y en las actuales circunstancias distinguirse del estamento crítico no comporta demérito alguno, sino más bien a veces todo lo contrario- habrán reconocido quizá esta expresión, "ni circo ni bronca", como la que encabezó hace unas semanas su información sobre el match Arrabal-Sastre, que se celebró en una de las salas del Círculo de Bellas Artes. Por cierto que está muy bien -y cada vez tendrá que estar mejor- que se haya creado o se esté creando una especie de pequeño cogollo cultural, con bastante presencia del teatro, en esa zona de Madrid: la calle del Marqués de Casa Riera, esquina o semiesquina a nada menos que la calle de Alcalá. El pionero de ese núcleo teatral es, sin duda, José Tamayo, que abrió su teatro cuando en la casa de al lado, el Círculo de Bellas Artes, dormitaban algunas momias, más o menos ilustres. Andaba yo aún de pantalón corto cuando, alguna que otra vez, entraba, un tanto impresionado, en aquel ámbito para visitar a mi tío, Juan del Sarto, que era socio del Círculo y escribía sus artículos y reportajes en la biblioteca de tan docta institución, y la verdad es que todo aquello respiraba un aire de muerte. Desde mi lejanía, al menos topográfica, no sé lo que ha ocurrido o lo que está ocurriendo en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, pero la verdad es que ahora se respira un aire de vida cultural en aquellas salas, aún un tanto laberínticas para el pueblo llano, que sólo empezó a cruzar las con alguna desenvoltura cuando, hace ya muchos años, una de esas salas se abrió al público cinematográfico bajo el título de "Palacio del Cine", si mal no recuerdo. Ahora he vuelto a esta sala y la he encontrado, felizmente para mí, convertida en un teatro: magnífico fenómeno que, tal como van las cosas, pa rece contra natura, pues lo que se suele considerar natural es que los teatros desaparezcan. Sea como sea -o haya sido como haya sido-, es el caso que ahora hay tres o cuatro salas de teatro en ese pie de pava madrileño, y que ello, aunque haya ocurrido (o está ocurriendo, como decimos) en función de ciertos azares o no planeadas circunstancias, va en el sentido en que parece que va a ir el teatro en Europa en cuanto a su organización como espectáculo en las grandes ciudades: al antiguo desiderátum de un teatro popular según el modelo de la gran sala capaz para albergar en cada sesión a un numerosísimo público estaría sucediendo el modelo de centros compuestos de varias pequenas salas, de manera que el fenómeno popular se produciría en el conjunto del fenómeno. Algo así está pasando en el campo cinematográfico, por otra parte. (La escala pequeña y humana de este fenómeno lo guardaría de los peligros implosivos del tipo que Jean Baudrillard definió como "efecto Beaubourg".)Ambiente para un poco de bronca o, por lo menos, para algo de circo sí que había cuando se anunció nuestro encuentro, que se celebró en la sala donde uno! días después iba a representarse su obra Fando y Lis, mientras dos pisos más abajo ya se estaba dando mi tragedia quinquillera y había un ambiente de exposiciones y otros hechos culturales. Estaba bien aquello (ojalá se consolide como ambiente, en una línea experimental, de vanguardia), y la verdad es que yo me sentía bastante feliz en un madrid -escríbase así,

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con minúscula- que tan afectuosamente me recibía; en ese madrid -así, con minúscula- que es mi pueblo, a fin de cuentas; y sobre todo en una circunstancia teatral y polémica. ¿Y qué pasó? Ni bronca ni circo, efectivamente; pero algo más interesante, en mi opinión, introducido en forma muy laudatoria para nosotros -lo que evidencia la gran simpatía que nos profesa- por el profesor Ángel Berenguer, que actuó como moderador y que prefirió señalar puntos comunes e indicar diferencias o contradicciones. Según él, Arrabal anticipó hace tiempo que el teatro volvería a concebirse desde la palabra (y ello estaría sucediendo), y un servidor habría anticipado que el realismo llegaría a imponerse como vanguardia (lo cual, según nos informó Berenguer, es ya un hecho en el teatro norteamericano de hoy) Cierta virtud profética junto a la condición marginal en el teatro español serían esos elementos comunes, sobre la base, claro está, de una cierta pasión por el teatro (una cierta pasión en el sentido, más bien, de una pasión cierta). Tratemos de precisar algo estos puntos, una vez descontada, por supuesto toda presunción de profecía sobre tales asuntos: palabra y realismo en el teatro... eurooccidental o, si se quiere decir de otro modo, euroamericano; área en la que, por cierto, lo que se llama teatro español es una entidad vacía de contenido propio, pues setrata de una práctica colonizada, en la cual, si se vuelve a considerar la importancia del texto, por un lado, y la vigencia del realismo, por otro, ellono ocurrirá en función de práctica alguna relativamente autónoma, a la que hubiéramos podido contribuir gentes como Arrabal o yo mismo sino como recepción de los nuevos modos vanguardistas que se producen en las metrópolis culturales. Así es la cosa; así es lo que exageradamente se viene llamando teatro español.

Vengan ahora, por fin, las precisiones que, en principio, me movían a escribir este artículo. Sobre la palabra en el teatro es preciso decir que suele haber una confusión cuando se trata de este tema, pues entran en juego dos instancias claramente diferenciables: la palabra que se habla y el texto que se escribe. El hecho de que haya textos que no incluyen palabras para hablar -como los Actos sin palabras, de Samuel Beckett, sin ir más lejos- ilumina suficientemente este punto; y nos permite distinguir entre la importancia, que puede considerarse primordial, del texto y la condición esencialmente secundaria de la palabra hablada en el teatro, lo cual es, bien sabido desde Aristóteles, -para quién las ideas y las palabras del teatro son generadas en una situación de personas, que pueden pensar más o menos, o no pensar, y hablar más o menos, o no hablar en absoluto. Así pues, cuando se dice "volver a la primacía de la palabra", creo que se quiere decir: volver a considerar la importan cia de los textos previos, que, a su vez, no son generados por pa labras, sino por situaciones imaginadas por el escritor.

En cuanto al asunto del realismo, es, sin duda, una forma; lo cual ya está claro para mí desde hace bastante tiempo, cuando conseguí desenredarme de la concepción contenidista de Lukacs. El realismo es un estilo, un modo de escribir o de pintar, y, por cierto, un estilo que se puede rechazar muy legítimamente -¿cómo no?-, salvo cuando se trate de hacer una literatura fantástica. Quienes hemos pensado en estos temas sabemos, sin necesidad de leer, por ejemplo, a Todorov, que el efecto fantástico sólo se consigue sobre una base de reconocimiento de la realidad cotidiana; lo cual sólo ocurre por métodos realistas, que son los capaces de suscitar en nosotros las atmósferas de lo conocido, de lo corriente. La calidad estética de los efectos que así se pueden producir es muy bien observable a la luz del concepto de lo siniestro, que empezó a ser desvelado por el genio de Freud (lo unheimlich), ese lugar de misterioso encuentro entre lo familiar y lo extraño. Cuándo yo he hablado del realismo como Una vanguardia futura, me he referido siempre a esto, y no, naturalmente, a cualquier nostalgia decimonónica.

P.S.

Cuando acabo este artículo, veo que acaba de salir el de Fernando Savater Otra vuelta de tuerca. Algo más de bronca y unas gotas de circo sí hay en este pequeño intercambio de guantes, en estos guantazos. De lo que se trata, según dice Savater, es de entretener al respetable, y para ello, ahora lo veo claro, acude, más que a ideas, al tonillo con que dice las palabras (pues ciertamente en la escritura se da una correspondencia con lo que en las hablas propiamente dichas es el tonillo). Aquí se puede recordar aquello de "a mí no me molesta que me llamen hijo de puta, lo que me fastidia es el tonillo"; chiste que ilustra bastante bien sobre la relativa autonomía del acento, del tono -y del tonillo- como mensaje.

¡Entretener al respetable! De ahí que acuda, con no demasiada imaginación, a ese modelo consagrado en la técnica del entretenimiento que e s la pareja circense. El hombre se maquilla de listo -del augusto- y pinta al otro de clown, y, tan contento, desarrolla las dudosas gracias de su caricatura. Así, hace nuevamente gala de sus dotes de caricato -seguimos en el circo- y me pone a elegir entre dos caricaturas: la de Euskadiko Ezkerra, en la que ese partido sale muy favorecido, casi precioso, y la de Herri Batasuna, en la que Savater se muestra, poco más o menos, a la altura de los caricaturistas de El Alcázar. Así no hay manera, por mucha buena voluntad que quiera uno poner en el juego. Por lo demás, su tonillo pertenece a un estilo retórico-polémico bastante rancio, en el cual ahora yo podría decir, por ejemplo: "El señor Savater (don Fernando)"... y bobadas así. Es malo, además, que cuando de un discurso se quite el tonillo quede muy poca cosa. Vale.

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