Dos facciones irreconciliables
Merengue o colchonero, Montesco o Capuleto, los madrileños están divididos en dos facciones irreconciliables en el terreno deportivo, y esta división afecta también a aquellas personas ajenas al deporte balompédico; ser de uno u otro bando se hereda, y esta adscripción, que surge desde la cuna, es imborrable. Puede haber apóstatas, ovejas negras que afirman su personalidad negando los colores del club paterno, pero no existen casi agnósticos; incluso los individuos más indiferentes a la emoción de este deporte totémico no se sustraen a echar una ojeada al tablero de los resultados y, en mayor o menor grado, sufren un cierto estremecimiento.No suele haber tránsfugas, muy pocos cambian de bando durante su vida adulta, casi todos soportan con resignación los reveses de la adversa fortuna, y cuando uno de los ídolos de la afición cambia la elástica blanquirroja por la blanca, o a la inversa, nadie le sigue; las peñas recogen sus pancartas y se aprestan a buscar en sus filas un sustituto que canalice sus ardores guerreros en la nueva temporada.
Entre los tópicos más al uso hay uno que señala importantes diferencias extradeportivas entre ambas hinchadas: los seguidores del Atleti, según esa peregrina teoría, pertenecen a las clases más populares y son más bien de izquierdas, mientras que los del Madrid, equipo oficial del antiguo régimen, tie nen que ser irremediablemente burgueses y de derechas. Quizá la larga dictadura de Santiago Bernabéu, paralela mucho tiempo a la de Franco, pudo contribuir a crear esta impresión errónea, a la que contribuye también cierta iconografía, hoy en desuso, que representaba al club merengue con un futbolista con bombín y puro, dejando para los atléticos la menestral gorrilla a cuadros.
Pero el Madrid de la transición, el Madrid posmoderno tras el interregno de Luis de Carlos, el Madrid de Mendoza y de la quinta del Buitre, se ha convertido en un equipo diferente, casi socialdemócrata, mientras que en las poltronas atléticas se siguen sentando auténticos señores feudales con modos predemocráticos. Ni el Madrid ni el Atleti son los mismos de antes, e incluso se están empezando a producir trasvases entre sus respectivas formaciones.
La política de fichajes del Madrid también ha cambiado y su forma de juego se ha hecho menos conservadora; en detrimento de la zaga, y a mayor gloria de las vanguardias goleadoras, ahora existe un curioso mimetismo entre los irreconciliables.
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