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Carta a Pablo Serrano

Querido Pablo: aquí, ante el mar de Mallorca, me vienen a las mientes tus guitarras picassianas, que yo vi, no hace mucho, en una exposición madrileña. Allí estaban, poderosas, laberínticas, gesticulantes y, a la vez, tácitas. Asociadas al transcurso cronológico al que, por modo mágico, aquietaban, densificaban. Como si, al adueñarse del espacio, también tomasen posesión del tiempo. Como si fuera tiempo coagulado. Tiempo hecho figura. Tiempo metido en los recovecos de la guitarra.Emergían, pues, las guitarras. Surgían. Aparecían como movidas desde dentro de sí mismas. Es evidente que el escultor no amasa las formas. Lo que hace el escultor es empujarlas. Descubrirlas. Allá está él en el duro trabajo del desbroce. Ante el barro innominado, sus dedos -tus dedos y tus espátulas- quitan, sustraen, despejan. Y poco a poco, lo que era pesado volumen, volumen sin más, va dejando ver la figura que ocultaba, la realidad formal inserta en la realidad sin contorno anterior al desbroce. Dicho de otro modo: tu creación es una suscitación. Es una liberación. Tú abres puertas y descubres lo encubierto. Pero ese descubrir lo encubierto anda en los arrabales del acceso a la verdad: a la aletheia. El maestro Eckhart ya lo había advertido: el que elabora una imagen "no hace que la imagen entre en la madera, sino que va sacando las astillas que tenían escondida y encubierta a la imagen". Y mas tarde, Miguel Ángel: "... si pone / in pietra alpestra e dura / una viva figura, / che l'più la pietra scema". Sí, la forma crece cuanto más la piedra mengua.

Todo esto equivale a buscar la transparencia en lo opaco. O lo que es lo mismo: a penetrar en la entraña -si es que la tiene- de lo inmediatamente dado. Pero siempre conviene, para llevar a cabo labor de creación, preguntarse por las cosas más elementales -como tú le preguntas a la materia bruta- Es lo que practican los grandes artistas. ¿Recuerdas a Joyce, del que tanto y tanto hemos hablado? El artista adolescente comenzó inquiriendo: "What's in a name?". "¿Qué es lo que hay en un nombre?". Claro está que en un nombre puede haber muchas cosas. Puede haber de todo. Y mucho más si el que pregunta se llama Stephen Dedalus. Porque en los nombres y en cualquier palabra, por humilde que sea, pueden aparecer abigarradas realidades, dramáticas o ledas, sencillas o complicadas, que, sin saber cómo, se deslizan por los entresijos de cada conjunto fánico, de cada nominación biográfica, y desde ella nos hacen guiños de extraña y enigmática complicidad.

Pues bien, tú, ante el barro, o la piedra, o la madera, no procedes, así, sin más, a modelar una guitarra. No. Tú, ante la materia prima, inquieres sobre lo que ella guarda, sobre lo que ella cela. Sobre sus problemáticos guiños. Pero no lo preguntas como Dedalus, es decir, con palabras de concepto. Tú preguntas a golpe de cincel. Cada golpe tuyo equivale al planteamiento de un problema. Y la solución es una figura, o lo que es lo mismo, una idea convertida en realidad apresable por los ojos. Por eso hay mucho de velado diálogo en tu obra. ¿Qué es una piedra? ¿Qué es una madera? ¿Qué hay en ese pan partido? Y la piedra, la madera y el pan te ofrecen, al final del camino, al final del desbaste, su entraña, el meollo de la propia sustancia. Es la respuesta de lo originario. A ti te entrega, como en un mensaje, la forma recién nacida. Tú no has hecho otra cosa que facilitarla. La has tornado expresiva, habladora, comunicadora. Has hecho que pueda escucharse su corazón, hasta entonces mudo. De ahí, como te digo, el diálogo. Mas, llegados a este punto, parece que es preciso dar un paso adelante. Éste: ¿qué dicen tus picassianas guitarras? ¿Qué es lo que hay en ellas?

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La guitarra, que el hombre abraza para arrancarle gemidos que son como volutas de placer melódico, la guitarra, digo, ¿dónde guarda sus capacidades sonoras? ¿En qué rincón de su cuerpo se agazapa el fluir armónico? ¿Qué buscas tú en la curva figura? Por de pronto, ello es evidente, celebrar a Picasso. Pero Picasso, en su frenesí cubista, descoyuntó el precioso instrumento. Lo desbarató. Lo rompió gloriosamente en cien pedazos. ¿Por qué? Pues, sencillamente, porque ansiaba apresarlo y, en consecuencia, contemplarlo desde todas las posibles perspectivas, pero sin salirse de la superficie del lienzo. O lo que es igual: pretendía entenderlo en todas sus caras, en todos los intríngulis que colaboran a la función comunicadora. Quería atrapar, en simultaneidad, lo que hay de movible en los volúmenes. En los volúmenes que llevan en su entraña una oculta capacidad de despliegue formal. En los volúmenes que hablan a través de la mudez. Y la guitarra -hecho curioso- ya dice algo, o intenta decirlo, antes de comenzar su movimiento sonoro. Y aún más: cuando vibra, actualiza, realiza la armonía virtual que sus amplias redondeces anuncian. La guitarra, forma femenina, reúne en sí misma la pasión y el recato. La libertad y la llamada al orden. La prima y el bordón.

Picasso, audaz siempre, y quizá más en la época cubista, intentó superar la contingencia profundizando en esa misma contingencia. Y a lo que fue inicialmente problema conceptual -darle vueltas al objeto sin salirse de la delimitación de lo plano- le añadió, por obra y gracia de la genialidad creadora, el pálpito existencial que inicialmente faltaba. Así fue la visión del malagueño. Y lo notable es que de esa visión seguimos viviendo. No me refiero, naturalmente, a la visión cubista pura. Me refiero a la que arranca y tiene sus títulos de nobleza, sus títulos de continuidad, en el descubrir, en el levantar la expresividad, de lo real, arrancándole a tiras su secreto. Su melodía formal. Hasta aquí, pues, el homenaje, tu homenaje. Pero lo que ocurre es que tú, al

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Carta a Pablo Serrano

Viene de la página 13celebrar, creas. Un cuadro, para Picasso, era "una suma de destrucciones". Sí, sin duda. Destrucciones con vitalidad, es decir, como las que llevan a cabo la vida, que destruye para crear. Y aquí, en este punto, es en el que se produce la convergencia, vuestra convergencia. Pues tú también suscitas nuevas realidades. Y, en este caso concreto, en este tu homenaje, los materiales de acarreo que Picasso te suministra te sirven para operar inéditos desmembramientos. Sustraes, eliminas, aumentas, arrancas, achicas, vuelves del revés y retuerces lo ya dislocado. Unas veces yergues, poderosa y exenta, la noble presencia del objeto. Otras, lo depositas, dócil y entregado, en la horizontalidad. Entonces, en ese momento, la humilde guitarra, la cotidiana guitarra, se nos aparece inocente y reposada como un casto desnudo femenino. Con ello devuelves su radical significación o la desmantelada figura. No la eliminas. No la absorbes. Antes bien, la potencias. Le hurgas en su última y recóndita sustantividad. O lo que es igual: tú haces que la guitarra hable sin necesidad de ser pulsada. Le recuperas la línea melódica que luego, las cuerdas, al conmoverse, potencian y expanden. La figuración retorna, por distintos caminos, a la vía de la representación expresiva.

Así, querido Pablo, tus guitarras pueden contemplarse desde todos los ángulos posibles. Porque ellas son, antes que otra cosa, volúmenes inteligibles, bultos humanizados. Por eso la mirada, al posarse sobre ellas, se hace mano prensora, puro tacto gozador. ¿Recuerdas? A la mano la llamó Kant, "cerebro externo del hombre". Y tú -como todo escultor auténtico-, al operar la transformación del ojo en mano exploradora, acreces los modos del conocimiento. Acreces su perímetro operativo. La criatura que contempla con ojos acariciadores, con ojos táctiles, re-crea; desde el fondo de sus retinas, la forma ofrecida. La forma de la que el ojo que soba es el catalizador necesario. Tú obligas al que mira a un trabajo configurador. Tus corporizaciones poseen poder creador en los demás. Esto es lo decisivo. Esto es lo importante. Lo que importa. Siempre has buscado tú la colaboración del prójimo, la hermandad de todas las criaturas. Ahora se realiza con Picasso. Y, a continuación, desde Picasso y desde ti mismo, con cualquiera de nosotros. Con los que son artistas y con los que no lo somos.

Y ya concluyo. Podría seguir hablando. Podría seguir tratando de tu singular y continuado esfuerzo. Pero estamos en vacaciones. Aquí, en Mallorca, paisaje humanizado y dialogante, voy trazando pensamientos que últimamente me acucian.

Por eso me parece aconsejable decirte, que no hagas demasiado caso de todo lo que queda dicho. Se trata de muy privadas y personales interpretaciones. Y puede haber otras -muchas otras- tan válidas, o más, claro está, que las mías. Hay que huir de un peligro: el de interpretar más allá de lo que los verdaderos creadores se proponen. El ir por delante del que camina y tiene su propio, su específico ritmo caminante.

En una ocasión, Julio Cortázar explicó que a él algún crítico le dio la versión analítica de cuentos suyos que ho guardaba relación alguna con la línea narrativa ni con lo que el escritor se había propuesto.

Mas tampoco esto constituye una objeción excesivamente grave. ¿Por qué? Porque así es la obra de arte. Así es tu larga y vana obra de arte: como tus guitarras. Algo para ver desde distintas altitudes, quiero decir, para valorar desde distintas tablas justipreciadoras. Eso. Ese fluir, esa especie de simultaneidad dinámica de los volúmenes y las distorsiones, coloca a tu obra, la inserta en el presente y, a la vez, la hace viva para cualquier tiempo.

Por eso yo, al principio de esta ya larga carta, te hablaba del tiempo coagulado, del tiempo silente de tus guitarras. Un tiempo que se nos aparece, por una parte, como aguijón soliviantador -cada una de las caras de la obra-.

Por otro lado, como proceso de arrebato de la mirada. Como pura actividad cazadora. De ese tiempo, firme y fluido, remansado e hirviente, de ese tiempo, querido Pablo, son tus guitarras. Una especie de red. Y si ellas son eso, tú eres el heroico reciario.

Un abrazo.

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