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El SIDA y la paz genital

Al leer la Prensa atrasada, a mi regreso de un viaje a Kenia, ante mis ojos encuentro una avalancha de información en torno al SIDA. Editoriales, entrevistas, noticias, comentarios, notas y artículos de opinión se me aparecen como una catarata ¿incontrolada? ¿Cómo es posible que en tan corto tiempo -un mes aproximadamente- se haya magnificado tanto un fenómeno que se nos quiere presentar de soslayo como azote de lujuriosos?

El SIDA, de forma más o menos tendenciosa y especulativa, ha sido pasto de la imprenta en los últimos años, pero sin alcanzar las recientísimas cotas de frecuencia. ¿Por qué esta fustigante e inversamente acendrada virulencia informativa?

Parece que en la búsqueda de la verdad resolutiva y resolutoria se utilizan unidades de medida distintas, según se empleen éstas para desentrañar el misterio de lo buscado o para indicar la estrategia profiláctica a seguir, haciendo suyo, en este caso, aquello de prevenir es mejor que curar. Lo que en un principio no tendría nada de objetable conviene, para que la búsqueda de la verdad sea más densa y verdadera, matizar. De lo contrario no se juega equitativamente, reproduciéndose los típicos desequilibrios, fácilmente observables a través de la historia de la ciencia.

Cuando en las investigaciones de laboratorio se hacen pruebas para localizar, esclarecer y, en definitiva, combatir el virus del SIDA, la unidad de medida utilizada, o al menos la que se nos presenta informativamente, se manifiesta como una unidad vacilante que por medio del ensayo y error intenta justamente, sin desdeñar las múltiples posibilidades combinatorias, aproximarse y acertar con la (re)solución. Cuando se nos recomienda, como medida cautelar, el comportamiento a seguir, la recomendación, la estrategia profiláctica encomendada deja de ser dubitativa, se nos presenta con firmeza, haciendo caso omiso de la complejidad cultural combinatoria. Los específicos protagonistas sociales fácilmente portadores, transmisores y acumuladores del estigma se delimitan con nitidez. La recomendación profiláctica se convierte en taxativa orden desde el momento que se enumera firmemente a los detentadores: homosexuales, drogadictos y hemofílicos. Olvidándose, sin embargo, que con la misma firmeza y fuerza, poco tiempo atrás, el SIDA se nos presentaba como el juego de las tres haches: homosexualidad, hemofílicos y haitianos.

El desconocimiento tantas veces tiende a enmascararse presentando las medias verdades como verdades completas, cuando no la ignorancia góticamente supina en incontestable dogma. La ignorancia se redondea a medida que la arrufianada simplificación toma carta de naturaleza. Hasta que el ensayo y error no consiga resultados sistemática y fehacientemente verificadas se requiere de una mayor humildad expositiva. Nunca los palos de ciego obtienen diana al primer envite. Del oscurantismo masturbatorio y sifilítico al oscurantismo del SIDA median años, pero no parece que medien cambios radicales y sustanciales de comprensión científica. Toda enunciación científica tiene efectos sociales que se agigantan desde el momento que el saber de la ciencia se elabora mentalmente en la cabeza del llamado ciudadano medio. Si el enunciado científico, en lugar de presentársenos socialmente de forma abierta, se nos introduce con juicios de valor represores disfrazados de objetividad se nos está tergiversando la realidad. La contundencia requiere del análisis.

La ignorancia de nuestro desconocimiento ayuda a que nos comportemos en términos analíticamente bufos. Unas veces nos hace atrevidos; otras, temerosos, hasta el punto de paralizamos. En cualquier caso, ya hay evidentes indicadores de que distintos sectores sociales han captado, traduciendo a su manera, el conocimiento que el saber científico les ha transmitido. Valga un ejemplo... En mi estancia en Kenia, en una sala de fiestas de Nairobi, pude comprobar personalmente cómo un grupo de españoles, entre los que me encontraba, aunque aceptaba el coqueteo de palabra y obra con las nativas, rechazó como un todo el acto copulatorio por miedo al SIDA. Y les aseguro que el número de señoritas presentes era alto, su belleza y porte físico, descomunal, propio de fantasía inalcanzable, y su acoso, si se me permite la expresión, incansable. Difícilmente equiparable la escena a cualquier otra que se pudiese producir por estos pagos, el grupo de españoles dejó perder la oportunidad porque ya tenía el miedo introducido en el cuerpo.

El geográficamente impreciso y no confirmado origen africano del virus del SIDA se conforma, confirma y precisa en mente, canalizando inhibitoriamente pautas de comportamiento que, en ocasiones similares, sin ideas preconcebidas, hubiesen sido caldo de cultivo para alardes, hazañas y picas sexuales en Flandes. El legítimamente indagador ensayo y error científico al manifestarse socialmente como producto acabado hace mella afectando conductas y comportamientos.

Los condicionamientos socioculturales imprescindibles para entender cualquier fenómeno se omiten casi siempre desde la estricta ideología científica. La osadía puede llegar a cifrar países como si estos fuesen entidades étnicamente homogéneas. ¿Cómo se puede despachar un asunto científicamente diciendo, por ejemplo, que el país X es cuna del SIDA? Kenia, pero podría servir de muestra cualquier otro país africano, es una nación multiétnica. ¿Todas sus etnias al unísono son portadoras del virus? ¿Por el contrario, son los kikuyu, los luo, los masai, los gabbta, los kamba, los tuken o cualquier otro grupo étnico? ¿Acabamos las preguntas?

La delimitación vírica del SIDA necesita del tamiz cultural y éste es multidimensional. Las relaciones intergrupales, y las sexuales no son excepción, unas veces se dan conflictivamente; otras, en el plano de la cooperación. Los cruces interétnicos, tantas veces, son de tan amalgamada complejidad que decantarse por una vía, en detrimento de las demás, es suplir lo realmente múltiple por lo ficticiamente singular. La falta de comunicación real o, lo que es igual, la sesgada comunicación intercultural es fruto de la asimétrica y prejuiciada relación que el etnocéntrico mundo euroamericano (atención al japonés) establece con otros pueblos. La omisión intracultural, ya lo decíamos, es el reflejo de carencias científicas que se manifiestan no sólo en agrupar en una las distintas etnias, sino también en desconocer otras variables acreditadas por lazos de edad, de clase, de sexo, de parentesco, de educación, de casta, contractuales, de permanencia, transistorias, etcétera. Discriminar a no importa qué grupo o estrato social, con tal marasmo de complejidad cultural, es agredir fomentando una especie de metafórico genocidio sectorizado. La aseveración no constatada, aunque no se pretenda, funciona como el calumnia que algo queda. En Kenia nos dimos cuenta. El miedo al SIDA hizo más por la castidad que todos los discursos papales. La vergacracia carcomida. Las feministas triunfan con otros medios. El sexo descansa en paz.

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