Cuando el monte se quema
Expansión de los incendios por una mala repoblación
Arde España por los cuatro costados. El veraneo hispánico se caracteriza por las invasiones pacíficas de nórdicos en bañador, las fiestas horteras y los incendios forestales. Los turistas dejan sus divisas y las resacas se capean, pero tras los incendios sólo queda un rastro de madera quemada, de pérdidas económicas y naturaleza desolada. A veces también quedan cadáveres calcinados, muerte en el verano.La inconsciencia homicida de un fuego mal apagado o de una colilla fuera de lugar pueden provocar la catástrofe. Miles de hectáreas que han tardado siglos en cubrirse de árboles arderán en pocas horas, y con ellas, todo el esfuerzo acumulado, todo el trabajo del hombre, del agua y del sol. El incendio forestal no se acaba cuando se apagan las llamas. Después de quemarse los árboles y desaparecer todo rastro de vida, el suelo del monte queda abrasado y se rompe la delicada trama de relaciones que lo mantenía unido. Las lluvias del siguiente invierno arrastrarán los horizontes superficiales y se desatará inevitablemente la erosión, la pérdida irreemplazable de un bosque y un paisaje.
Quizá lo más sangrante es que buena parte de los incendios son provocados. No es fácil saber quién quema el monte ni por qué. En las distintas regiones españolas se quema por razones diferentes. Las repoblaciones forestales chocan a Veces con intereses particulares, y la respuesta es el fuego. Otras veces, con el incendio se logra la reclasificación de una zona para desarrollo urbanístico o es un modo de obtener madera todavía aprovechable a precio de saldo. También se quema por envidia o por locura.
Parece claro que la periódica. ola de incendios forestales no consigue atajarse. Se moviliza a la población y se persigue al pirómano, pero no se investigan las causas. Este terrorismo incendiario no puede solucionarse con medidas exclusivamente policiales o judiciales. La tentación de resucitar la vieja ley de Alfonso X ("al que haga fuego, se le eche en él") es grande e inútil. Ha llegado la hora de reflexionar sobre la política forestal adecuada.
,A partir de los años cincuenta se decidió, con ilusión pero sin gran acierto, repoblar España con especies de crecimiento rápido, sobre todo pinos. A menudo no se podían conseguir bosques con otros árboles por lo inadecuado del terreno, pero en muchos sitios se quitó la vegetación natural de melojos, carrascas o encinas para plantar pinos. El pino, que es un árbol maderero aceptable, tiene una gran pega: arde con facilidad extrema, al contrario que los bosques naturales. No se evaluaron en su día los riesgos potenciales que suponía el pino. Las repoblaciones con especies del país -robles, alcornoques, encinas, quejigos- fueron mínimas. Estos árboles crecen más despacio y dan rendimiento económico a más largo plazo, pero tienen a su favor dos grandes ventajas: crean unos ecosistemas equilibrados y arden con gran dificultad.
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