Chema Fernández-Isla
El arquitecto de la 'bodeguilla' de la Moncloa es un madrileño de 37 años especializado en obras internacionales
"Me encanta ser madrileño, y ejerzo de ello", dice este arquitecto de origen asturiano que empieza ya a tener proyección profesional fuera de nuestras fronteras. Autor de un pequeño corner comercial en Hong Kong y coautor de la tienda Loewe de Nueva York, lo que le ha llevado más a menudo fuera del país ha sido un proyecto en Irak en el que ha invertido cuatro años. Pero la nota curiosa de su currículo es ser el autor, por encargo del presidente González, del acondicionamiento de la famosa bodeguilla de la Moncloa.
"Al llegar Felipe González a la Moncloa se encontró con que debajo de uno de los muros de contención del jardín del palacio había un recinto, probablemente la vaquería o lechería del antiguo palacio, que quedó destruido en la guerra civil". En 1951 el palacio se reconstruyó a raíz de la visita de Eisenhower, pero nadie se dio cuenta de la existencia de este recinto, una bóveda de ladrillo "de esas que ya no sabemos hacer".Chema Fernández aclara que su trabajo no tuvo ninguna complejidad técnica. "El túnel tenía 14 metros de largo por 3 de ancho, y para dar la sensación de acortamiento forramos los dos muros de los extremos de azulejos sevillanos de Mensaque, una cerámica preciosa". Se le dio al ladrillo "un chorro de arena", para limpiarlo y, por lo demás, sólo se construyó una chimenea, un pequeño office y unos servicios;el presidente puso una mesa de billar y se amuebló con dos sofás y una mesita. Creo que tanto él como Carmen Romero están encantados con ese rincón".
No pudo asistir a la inauguración, en febrero de 1984, porque estaba en Irak, donde ha pasado cuatro años realizando un proyecto de su empresa, Hispano Alemana, entidad ex Rumasa que acaba de ser adquirida por el holding Transworld Constructions, de capital norteamericano, canadiense, suizo, holandés y mexicano.
Soltero ("No se me podrá llamar solterón hasta que no cumpla los 50") pero no misógino, se considera un hombre sociable, y sin duda lo es, además de un conversador vivaz y espontáneo que entre sus intereses incluye algo aparentemente tan lejano de su profesión como la ciencia política, una carrera que estudió "para desengrasar, con el mismo placer con que se lee un libro de cabecera".
Aunque le gustan los pequeños trabajos "aquéllos en que puedes proyectar hasta el último rincón", su trayectoria va hacia el otro extremo, sobre todo a partir del proyecto de Irak, 3.000 viviendas de funcionarios. "Fue una experiencia fuerte en todos los sentidos. A los 15 días de que la empresa ganara el concurso, empezó la guerra con Irán, y luego hubo que islamizar todo el proyecto: cambiar terrazas, las ventanas, incluir arcos y alterar los colores". A todo ello se unía el hecho de trabajar en un país enrarecido por la guerra, sin contacto personal con nadie, viviendo en campamentos y tomando copas los viernes en hoteles internacionales, "para acabar siempre hablando del trabajo. Era agotador".
Así, a lo largo de cuatro años, con períodos de vacaciones intermitentes, tuvo la oportunidad de echar de menos Madrid, una ciudad cuya arquitectura anónima le encanta y en la que se encuentra realmente bien. "La Castellana es perfecta", se entusiasma, "en ella se puede estudiar arquitectura porque allí está todo: desde lo sublime hasta lo peor".
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