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Tribuna:TEMAS DE NUESTRA ÉPOCA
Tribuna
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La persuasión por la violencia

Seguramente una de las creencias más arraigadas en el ser humano es la confianza en la propia racionalidad. El hombre es un ser racional... o por lo menos así es como prefiere verse a sí mismo: razonable, bastante consistente, hasta cierto punto predictible. Y es esa confianza también la que le permite y facilita la relación con los otros, la expectativa de que ellos también lo son. Quizá por eso las recientes noticias sobre los inesperados cambios que acontecen a los individuos en condiciones de presión extrema -secuestros prolongados de aviones, confinamiento en lugares desconocidos y sin contacto con el exterior, captación por sectas religiosas- son especialmente inquietantes: ¿qué mecanismos explican que una persona modifique drásticamente sus opiniones y puntos de vista hasta el punto de aceptar los de quienes le extorsionan y someten a violencia? ¿Qué les ocurre a las personas atrapadas en esas situaciones extremas? ¿Qué procesos se activan cuando es la incertidumbre sobre la propia suerte y la ruptura de las expectativas razonables sobre los otros los que priman? Y ¿cómo es posible que el proceso se deshaga y se invierta tan pronto como el individuo vuelve a la normalidad? ¿Hay algunas conductas, pensamientos o emociones que puedan ayudar a mantener un funcionamiento más próximo al habitual incluso en condiciones de amenaza? ¿Hay estrategias para resistir, y si es posible controlar, los efectos de la presión?CATÁLOGO DE AMENAZAS

Las reacciones de los rehenes, personas azarosamente involucradas en secuestros, son típicamente respuestas de estrés, estado que se produce cuando las demandas de la situación exceden los recursos de los individuos o grupos para hacerles frente. Confluyen en esta situación cuatro tipos de amenazas, cada uno de los cuales tiene capacidad suficiente como para generar un choque emocional por sí solo: amenazas a la propia vida, a la integridad física, a la seguridad emocional y a la autoimagen y al sistema de valores. El constante temor del secuestrado va más allá de la probabilidad de ser herido o maltratado y procede de la disonancia que le produce la incapacidad de utilizar, en el trato con los secuestradores, los mismos principios de que se sirve en su relación habitual con cualquier ser humano. La manipulación de los secuestradores priva a las víctimas de la propia identidad e individualidad, y esa imagen deshumanizada de sí mismo puede afectar el autoconcepto de un modo imprevisible. La imposibilidad de predecir la duración y el resultado del secuestro, la ausencia de medios de defensa y la inquietud adicional por la crisis de los familiares producen una situación de vulnerabilidad extrema, que explica la gran similaridad entre los modos de reaccionar en estas situaciones de niños y adultos. Diversos informes de personas afectadas revelan la aparición de procesos regresivos a formas de pensamiento mágicas, supersticiosas e irracionales.

Una parte esencial de la tensión continua que se experimenta depende de la interrupción y alteración de aspectos clave en el funcionamiento regular del individuo, como son el proceso habitual de tomar decisiones y la percepción de responsabilidad respecto a los propios actos. Normalmente, las decisiones que uno toma se producen después de analizar en detalle las alternativas posibles y examinar las consecuencias que seguirían a la elección. En este caso, sin embargo, aunque se perciba con gran urgencia la necesidad de decidir las consecuencias de cada alternativa son impredictibles -tratar de aproximarse a los secuestradores para humanizar su posición, resistirse, organizar huidas, distraer la atención para que huyan otros- y, por tanto, la decisión final, rápida y arbitraria. Muchos de nuestros actos cotidianos están mantenidos y consolidados, por otra parte, por la impresión que nos producen de que somos capaces de controlar nuestra propia vida, y el mismo funcionamiento diario requiere una cierta dosis de ilusión de invulnerabifidad. La eliminación radical de estas importantes fuerzas motivadoras produce un estado de indefensión que se exacerba, en muchos casos, al no satisfacerse necesidades básicas como alimentación, sueño y seguridad, y por la aparición de reacciones de pánico y descontrol en algunos miembros del grupo.

Esta compleja situación psicológica favorece enormemente la sugestionabilidad. En condiciones mucho menores de tensión emocional se han inducido experimentalmente estados de hipersugestión que han llevado a personas normales a aceptar declaraciones que habitualmente rechazarían. El debilitamiento producido por la desnutrición y la enfermedad cumple asimismo un importante papel en los fenómenos de conversión religiosa que emplean deliberadamente el ayuno con el fin de promover el cambio. La repetición continua de un mismo mensaje, al modo en que se manejan ciertas declaraciones en política y publicidad, y la presentación de una información, muchas veces nueva para la víctima, de modo que haga comprensibles y justificables los actos violentos, son técnicas de persuasión fácilmente utilizables por los secuestradores.

LAS CONVERSIONES

El aprovechamiento de un estado de debilidad psicológica para introducir un mensaje y prescribir ciertos comportamientos normativos es práctica común en las sectas religiosas que se nutren básicamente de adolescentes e individuos crédulos con problemas de adaptación familiar y social. Las prácticas persuasivas de la secta -ritos y oraciones a horas intempestivas, prescripción de actividades colectivas en que el individuo pierde su capacidad de juicio y disuelve sus cualidades más personales en el anonimato del grupo, cambios de nombres e indumentaria acordes con la ideología, restricciones en refuerzos básicos como comidas y contactos con el exterior, eliminación de cualquier información que pudiera activar el sentido crítico de los miembros- se intentan compensar a menudo por los esfuerzos de los familiares de las víctimas por desprogramar lo que aquéllas han programado. La existencia de un grupo alternativo del que el individuo afectado pueda recibir el apoyo que le daba la secta es básico para que estos intentos tengan un efecto.

Lo que estas situaciones extremas vienen a mostrar es que nuestros actos, pensamientos y sentimientos dependen en gran medida del medio ambiente, y nuestra estabilidad psicológica se relaciona con las situaciones y roles sociales en que nos encontramos. No es de extrañar, por ello, que ciertas actitudes y opiniones adquiridas en condiciones de extrema tensión se modifiquen y desaparezcan una vez que el individuo vuelve a su medio. Al salir del aislamiento, reducirse el estrés y volver a tener acceso a refuerzos primarios y sociales, se recuperan las condiciones que aseguran un funcionamiento regular, al tiempo que se empieza a recibir información complementaria procedente de otras fuentes. El impacto traumático de estas situaciones, sin embargo, puede ser duradero y dar lugar a una serie de reacciones emocionales condicionadas ante futuros sucesos mínimamente perturbadores. En algunos informes de supervivientes de secuestros prolongados se revelan alteraciones psicológicas semejantes a las de los supervivientes de campos de concentración. Insomnio, pesadillas, alteraciones psicosomáticas e hipersensibilidad a los ruidos son los trastornos más frecuentes. En los casos en que el individuo resulta ileso y ha habido otros heridos o víctimas mortales, son frecuentes las reacciones de culpa.

La propia capacidad para soportar la ansiedad, la amenaza o el dolor y el repertorio de recursos personales previos para enfrentarse a situaciones difíciles modifican el alcance de estas reacciones. Algunas personas descubren en sí mismas capacidades desconocidas tras una experiencia traumática, que van desde la misma resistencia física a facultades de liderazgo o de servir como cohesión en un grupo, y esa experiencia les facilita una resistencia mayor ante futuros accidentes. Los psicólogos han mostrado gran interés por conocer las conductas que pueden ser eficaces para reducir las amenazas físicas o psicológicas y ayudar a mantener el control de la situación para uno mismo y para otros. Aunque pocos la inician espontáneamente, la actividad física y mental es una de ellas. Apoyar y consolar a otros miembros del grupo, atender a los heridos, analizar realistamente el peligro y el posible rescate, generar estrategias internas que contrarresten y transformen la situación de amenaza -recuerdo de sucesos pasados, imaginación y fantasía agradables- practicar recursos de relajación y diálogo interno tranquilizante, son actividades que se han mostrado eficaces en la reducción del impacto en situaciones muy adversas. Las características específicas de cada caso determinan los comportamientos más idóneos e impiden las generalizaciones (por ejemplo, ciertos mecanismos defensivos en forma de negación parecen adaptativos si la amenaza es inevitable), pero la adecuada estructuración del grupo, cuando la situación es colectiva, parece un aspecto fundamental. La distribución de distintos papeles y funciones y la eliminación de ciertos comportamientos que exacerban la ansiedad -rumores, actos descontrolados- ayudan amantener la resistencia. La importancia de un grupo de apoyo es también decisiva en las reacciones posteriores al rescate, ya que se ha encontrado que la persistencia o resolución de los efectos traumáticos depende tanto de la propia situación de tensión como de las que le siguen. Un problema frecuente es la victimización secundaria, estigma social que cae sobre la víctima y produce en ella un rechazo a cualquier información y comentario relativo a la situación que ha vivido, lo que impide integrarla adecuadamente.

ENTRENAMIENTO Y PREVENCIÓN

La frecuencia con que estos casos se producen en ciertos lugares ha permitido que en algunos países se desarrollen programas de entrenamiento para preparar a la población ante emergencias, que tienen por objeto enseñar a los habitantes de zonas de alto riesgo a categorizar y discriminar indicios amenazadores y a desarrollar habilidades para manejarse ante situaciones inesperadas. El problema de muchos de estos programas preventivos es que, al desarrollar una actitud vigilante, pueden estimular la sospecha y la angustia y reforzar de modo no deliberado estereotipos sociales e ideológicos. La identidad de un individuo consigo mismo, la existencia de una cierta coherencia en nuestros actos y la atribución de todo ello al propio responsable y no al ambiente caracterizan la idea, vulgar y especializada, de la personalidad. Demostrar que la identidad puede alterarse y la coherencia quebrarse por procesos externos no significa aceptar el desorden y representarse al ser humano inerme y capaz de cualquier conducta errática. Uno no piensa cualquier cosa que los demás quieren que piense; se adapta, con sus recursos, y de la manera menos dolorosa para su organismo, a las situaciones que le toca vivir. Cuando los recursos son pocos y la debilidad extrema, el comportamiento puede entrar en franca contradicción con otros anteriores, si la presión externa llega a ser muy fuerte. Afortunadamente, no siempre la situación nos determina de un modo tan violento, y existen ejemplos que muestran que algunas estrategias psicológicas pueden incrementar los recursos personales y contrarrestar las presiones cuando éstas se dan. Como individuos podemos mantener todavía nuestras viejas creencias sobre nosotros y nuestros semejantes; como psicólogos no renunciamos a explicar por qué la gente se comporta como lo hace y anticipar, dentro de un orden, qué es lo más probable que haga en el futuro.

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