Panorama electoral a tres en el Reino Unido
EL RESULTADO de la reciente elección parcial en el distrito de Brecon y Radnor, en el País de Gales, parece haber demostrado dos cosas: la impopularidad de la política económica del Gobierno y la paulatina consolidación del sistema de tres partidos en las próximas elecciones generales británicas. Sin embargo, lo que no ha demostrado es la posibilidad de que laboristas o aliancistas, en conglomerado que agrupa a liberales y socialdemócratas, puedan gobernar solos a partir de los próximos comicios.La elección parcial fue ganada en apretada lucha por el candidato liberal, que batió al laborista por la escasa diferencia de 559 votos, un resultado que consolida a la Alianza como tercer partido en la lucha por el poder. Los conservadores, que defendían el escaño con una mayoría de cerca de 9.000 votos en 1983, obtuvieron el tercer lugar, el peor resultado en una elección parcial para los tories desde 1981. Los portavoces cualificados del partido en el Gobierno, empezando por su presidente, John Selwynn Gummer, cuya cabeza al frente de la maquinaria conservadora probablemente rodará en la reorganización que prepara la primera ministra Margaret Thatcher para principios de septiembre, han tratado de quitar importancia a la derrota atribuyéndola al "clásico cansancio" de los electores con un Gobierno a mitad de mandato.
Sin embargo, los límites de la derrota son superiores a la media de este tipo de elecciones parciales. Cierto que los conservadores perdieron tres elecciones parciales en 1981, para luego alzarse con la victoria más espectacular obtenida por el partido desde finales de la II Guerra Mundial, en las elecciones generales de 1983. Pero el análisis no sólo de Brecon y Radnor sino de las elecciones para escaños vacantes desde la celebración de las generales debe ser aleccionador para el Gobierno, porque una gran parte de su electorado tradicional, obreros especializados, funcionarios y miembros de la tercera edad, les abandonaron para otorgar sus votos al candidato de la Alianza. La causa hay que encontrarla en el desempleo, los recortes presupuestarios en los servicios locales y la amenaza de la reforma de la seguridad social.
El Partido Laborista se encuentra en estos momentos en los mismos niveles de aceptación popular que en 1979, un avance considerable si se considera su espectacular derrota de 1983, e incluso las dos últimas encuestas hechas públicas en el Reino Unido le sitúan en primer lugar en intenciones de voto seguido de cerca por la Alianza, y un distante tercer puesto para los tories. Si extrapolamos los resultados de esas dos últimas encuestas los laboristas conseguirían entre 300 y 350 escaños, logrando una mayoría suficiente para gobernar en el caso más favorable de las dos consultas mencionadas, los conservadores apenas superarían los 200 puestos y la Alianza quedaría algo por encima del centenar de diputados. La razón de que la aritmética del voto popular no tenga una exacta correspondencia en el número de escaños conseguidos por cada partido, es la de que el sistema electoral británico no prima la uniformidad nacional del voto sino su concentración en un número suficiente de escaños para obtener la mayoría. De esta forma, tener un voto alto pero muy repartido con menor concentración de la necesaria para ganar en un número suficiente de circunscripciones, aun atestiguando la fortaleza del sufragio socialdemócrata y liberal no le daría el triunfo en unas elecciones generales.
Y ahí empiezan los problemas. Porque la alianza todavía no ha decidido, por sus propias contradicciones internas, a cuál de los dos partidos tradicionales apoyaría. El líder liberal, David Steel, heredero de la tradición whig gladstoniana, es totalmente reacio a prestar su apoyo a un Gobierno tory, mientras que su compañero dé coalición, el socialdemócrata David Owen, considera la idea de una coalición con los laboristas como prácticamente impensable.
Las indecisiones de la alianza con respecto a la política de coaliciones reforzarán, sin duda, las posiciones de los dos partidos tradicionales y, por tanto, no habría que descartar que las próximas elecciones generales produjeran lo que en el Reino Unido se conoce como un hung Parliament, o Parlamento en suspenso, donde no habría una mayoría clara para gobernar. Para conseguir ese Gobierno que quizá tuviera que ser minoritario, los laboristas necesitan afianzar su posicion como partido de centro-izquierda y conseguir que el nivel de popularidad de los conservadores siga en la actual curva descendente. Interrogantes todos ellos lo bastante sólidos, cuando faltan al menos dos años para la próxima consulta electoral, como para considerar que todavía la carrera sigue abierta a los tres principales competidores.
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