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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La liberación de la mujer

EL FORO y la conferencia mundiales que tienen lugar estos días en Nairobi tratan de hacer un balance del decenio transcurrido desde que en 1975 se proclamó el Año Internacional de la Mujer y proponer nuevos estímulos para mejorar la condición femenina. Los informes y las ponencias acusan un desencanto, más pronunciado en las organizaciones independientes que en las gubernamentales, que siempre tienden a mostrar con ufanía su propia legislación. Este desencanto no es diferente al de otras grandes causas de nuestro tiempo: la lucha contra el hambre, la aspiración al desarme, los objetivos del ecologismo... El aquí y ahora tropieza en muchos casos con milenios de adversidad, como en el caso de la condición femenina; tantos milenios de una forma de desigualdad y de injusticia que han podido confundirse con la idea de lo natural, que para las fuerzas conservadoras es como un dogma, como si lo natural no fuese aquello contra cuya rudeza original lucha la humanidad.Precisamente la noción de civilización o de progreso como forma de despegarse de las condiciones originales abona la razón feminista: es en los países más civilizados donde la condición de la mujer, sin llegar nunca a ser óptima, alcanza un grado mejor. Parece que está estrechamente ligada a la expansión de conceptos generales de igualdad, de libertad, de tolerancia y también de mayor seguridad frente al hambre y el clima, de mayor progreso económico, industrial y tecnológico. Por eso, dentro de su reivindicación específica, uno de los objetivos primordiales de la militancia femenina es el de la mejora global de las sociedades.

Tan grandes son las diferencias, no obstante, en lo que laxamente podríamos llamar movimiento feminista que las reuniones de Nairobi las acusan crudamente. Aparte de la división fundamental entre gubernamentales e independientes, entre las 15.000 personas que van a desfilar por la reunión hasta fin de mes hay un reflejo considerable de las sociedades a las que pertenecen. Incluso en España, donde existe una considerable homogeneidad de condiciones, hay una división entre distintas asociaciones feministas, desde las gubernamentales hasta las que se han negado a asistir o a participar de cualquier manera, acusando a las otras de colaboraciónistas. El movimiento, que alcanza bastante unanimidad a la hora de reivindicar educación, salarios, puestos de trabajo o responsabilidad política, se desmenuza al relacionarse con temas como la forma de enfrentarse con la vida sexual y conyugal o la maternidad. Las legislaciones proteccionistas, que para muchas son detestables por lo que suponen de discriminatorias, para otras resultan imprescindibles en tanto no cambien las actuales relaciones de poder. Sobre todo este debate interno flotan datos, cifras o estadísticas que muestran una realidad: ni aun en las naciones más desarrolladas están cumplidos totalmente ni siquiera los objetivos más elementales.

Habría que repetir que esta situación está en correspondencia con los otros grandes ideales contemporáneos y que, como ellos, no sólo en el decenio que se examina, sino en el siglo largo desde que aparecieron las primeras reivindicaciones organizadas en Europa y en Estados Unidos no tienen todavía peso histórico como para producir el cambio definitivo. Habría que añadir, en muchas sociedades, el nacimiento de una actitud defensiva de los hombres ante la utilización del feminismo como arma personal, la de una gran cantidad de mujeres que se sienten perfectamente cómodas en las actitudes antiguas y las de otras, que se pueden contar por millones, que ni siquiera saben de qué se está hablando (las congresistas de Nairobi podrán comprobarlo en el mismo país que las alberga). El hecho de que algunas mujeres estén realizando hoy su cambio en un sentido negativo al reivindicado por la generalidad -las shiíes del Irán, las estudiantes integristas de El Cairo; tantas católicas que reclaman un concepto de maternidad que parecía periclitado y su papel en la familia tradicional- enturbia también la situación.

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De todas maneras, y desde fuera de cualquier militancia, observando la sociedad española al menos en los núcleos urbanos, no puede negarse una considerable transformación respecto a las últimas décadas. Éste el el mensaje de optimismo -limitado, pero real- que España puede llevar a Nairobi. Un mensaje que exige un esfuerzo permanente y una atención constante en la lucha por lo que justamente se llama la liberación de la mujer.

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