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Finales del torneo de tenis de Wimbledon

Navratilova no dio opción a Evert en la final femenina

Alex Martínez Roig

ALEX MARTINEZ ROIG ENVIADO ESPECIAL Martina Navratilova consiguió ayer su sexto título de Wimbledon, y cuarto consecutivo, al ganar a Chris Evert por 4-6,6-3 y 6-2, en una hora y 47 minutos. Martina igualó así el récord de Helen Wilis Moody, que ganó cuatro títulos consecutivos de 1927 a 1930. Navratilova igualó también la serie máxima de títulos conseguidos después de la II Guerra Mundial, como Billie Jean King, ganadora de seis Wimbiedon. Wins Moody mantiene en su poder el récord absoluto, con ocho victorias. Martina no escondió ayer que una de sus principales ambiciones a partir de ahora será llegar a esa fabulosa e histórica marca.

Martina alzó sus brazos, se dirigió hacia su silla, se quitó las gafas y lloró. Hacía mucho tiempo que Martína Navratilova no lloraba. El tenis, saltar las barreras de los récords, había sido demasiado fácil para ella hasta el último torneo de Roland Garros, cuando fue derrotada por Chris Evert en tres fantásticos seis. Ayer la final de Wimbledon no alcanzó la intensidad de la de París. Martina sabía a diferencia de entonces, que no todo el mundo estaba seguro de su victoria, y no concedió oportunidad alguna a Chris en las dos últimas mangas. Fue una final digna de este torneo, eso sí.Las dos finalistas salieron a la pista abrazando nerviosamente el tradicional ramo de flores. Chris caminaba hacia su tercer título consecutivo del Grand Slam, algo que quizás ya no podrá alcanzar jamás. Martina pensaba que su supremacia estaba en peligro, que ya no era considerada como una aburrida ganadora.

La primera ministra Margaret Thatcher, sentada en el palco de honor, vio una primera manga de un juego nervioso, tenso. Las dos jugadoras parecían afectadas por la idea de que podían ganar, pero también de que podían perder. El brazo de Chris resistió mejor la presión ambiental. Jugó un tenis fácil, lanzando hacia los ángulos y sobrepasando a una Martina que parecía espectadora privilegiada viendo como las bolas le pasaban constantemente por la derecha por la izquierda, por arriba, y a veces también por abajo. Martina es taba nerviosa, indecisa. Parecía como si tuviese una gama demasiado amplia de golpes y no supiera cual elegir para romper el ritmo de Chris. Era una Martina demasiado complicada, y Chris lo aprovechó para ganar una manga que tuvo auténticos golpes de histerismo contenido.

Pero la hierba, no se puede olvidar, es la superficie ideal para una jugadora como Martina, que saca con fuerza y que basa su poder en una ofensiva continua. En la segunda manga Martina se sacudió de encima la presión con una decisión que se demostró vital. Pasó a atacar sobre todas y cada una de las bolas. Chris intentaba jugarle sobre la derecha, pero al final siempre se veía obligada a enviarle una pelota al revés que Martina golpeaba siempre en carrera hacia la red. Nunca se sabrá sí el detalle fue decisivo, pero en el descanso del tercer juego Navratilova se cambió las zapatillas y, apenas un minuto después, rompía por primera vez el servicio de Evert. Esas zapatillas debían ser las de ataque, porque con ellas Martina se dedicó a desgastar la zona próxima a la red con movimientos laterales, con velocidad y con voleas, que son sus mejores armas.La presión mental se había trasladado al cerebro de Chris Evert y sus neuronas estallaron en la tercera manga. No tenía la decisión de seguir insistiendo que le llevó a la victoria en París. En la tercera manga perdió su primer servicio, y Martina le señaló que ya estaba relajada y disparada hacia el título cuando bromeó por la ausencia momentánea de un recogepelotas que había ido al lavabo por razones obvias. Martina sacaba, Chris restaba como podía, y cuando levantaba la cabeza, Navratilova ya estaba voleando hacia el lado contrario. Así una y otra vez, hasta el final.

La hierba nunca ha simpatizado con Chris, aunque sus seguidores le fueran fieles hasta el punto de abuchear a Navratilova, en el último juego, con la excusa de una decisión dudosa. La bola es demasiado veloz sobre la hierba para que Evert juegue con la tranquilidad que necesita en el fondo de la pista. Cuando Martina dejó el pánico en sus primeras zapatillas, el final podía preveerse en su mirada. Había recuperado el instinto criminal.

Una bandeja para cada silla

"Tengo ocho sillas en el comedor de mi casa, y quiero ganar ocho bandejas de Wimbledon para atender a todos mis invítados". De esta forma Martina Navratilova dejó claro ayer que pretende igualar el récord de triunfos del torneo, en poder de Helen Wills Moody, con ocho victorias. "Esta ha sido la victoria más importante de mi carrera", dijo Navratilova para justificar las lágrimas derramadas en la pista. "No sé lo que pensaría la gente, pero en el vestuario, durante estos quince días, todo el mundo estaba seguro de que Chris me iba a ganar".Navratilova, que igualó también el récord de la francesa Suzanne Lenglen con seis títulos en seis finales, sorprendió a todos cuando dijo: "La rival que más me preocupa en el futuro es Chris Evert. Sé que no estará mucho tiempo en el circuito, pero yo me quedaré sólo dos o tres años más, y no veo a ninguna jugadora capaz de crearme serios problemas en ese espacio de tiempo. Gabriela Sabatini tendrá 18 o 19 años cuando yo me vaya, y quizás sea ella la que tome el relevo, pero no veo a ninguna otra con verdaderas posibilidades. Chris es la que más clase sigue teniendo, y la única que me obliga a aumentar mi porcentaje de aciertos para ganar".

Chris Evert eludió definirse sobre el futuro: "No tengo ni idea de cuando se producirá mi retirada. Cuando termine esta temporada decidiré si sigo un año más. Ganar o perder en Wímbledon no tiene importancia para mi decisión".

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Sobre la firma

Alex Martínez Roig
Es de Barcelona, donde comenzó en el periodismo en 'El Periódico' y en Radio Barcelona. En EL PAÍS ha sido redactor jefe de Deportes, creador de Tentaciones, subdirector de EPS y profesor de la Escuela. Ha dirigido los contenidos de Canal + y Movistar +. Es presidente no ejecutivo de Morena Films y asesora a Penguin Random House.

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