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Tribuna
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El garrote

El plan Fraga de belleza vasca en siete días se reduce, en lo fundamental, a declarar el estado de excepción y dar garrote a los terroristas que se pongan por delante. Así, de pronto, el plan puede resultar atractivo para una buena parte de ciudadanos afectados por esa taquicardia casi cotidiana provocada por las acciones de ETA. Incluso muchos ciudadanos demócratas se descubren a sí mismos como seguidores de la ley de Lynch y en cuanto oyen hablar de la Parabellum se van a buscar a su particular desván mental del Far West la cuerda del ahorcado.La ley de excepción en Euskadi sería la caída de la primera ficha de dominó. Luego caeríamos las demás. La pena de muerte que reivindica Fraga, tendría que firmarla o ratificarla el Rey de España, es decir, salpicaría la sangre a una institución que hoy por hoy atraviesa la transición limpia como los chorros del oro, bajo los efectos de un detergente constitucional de espuma controlada y biodegradable. El primer ajusticiado vasco conseguiría reunir en una piña antiestatalísta no sólo a los vascos que votan PNV, Euskadiko Ezkerra y Herri Batasuna, sino a muchos más y a todos los españoles opuestos a la puerilidad de matar al que mata. Para redondear el efecto ejemplar buscado, tal vez sena conveniente que además los cadáveres fueran descuartizados y los restos expuestos en los cruces de los caminos.

Sin duda el plan Fraga tiene seguidores. Pero no tantos como para darle la victoria electoral en 1986.

Por lo tanto o Fraga se ha equivocado una vez más de tambor y de momento para tocarlo o ha declarado lo que sentía y salga electoralmente el sol por donde salga, aunque sea por Antequera. Dificil aconsejarle a don Manuel un buen sofá de psiquiatra, pero lo necesita para, clarificar ese instinto autodestructívo que le ha convertido en el cadáver político más votado de la derecha española. Este hombre estaría a punto de ganar las elecciones y se comeríacrudo a un fotógrafo demasiado empecinado o reclamaría a Estados Unidos la devolución de las Filipinas. No quiere ganar o no sabe ganar. Se autocastiga, quizá, por haber sido franquista o no controla al franquista que lleva dentro.

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