Wilde
Casi a punto de que Nuria sea precisamente Salomé en Mérida, hojeo yo en un vuelo transmoruno esos Herald Tribune donde lo mismo viene la última sotisse de Reagan que un anuncio proponiendo villas a alquilar a orillas del Garda.Pero, a causa de la ocasión, me acojo a un chisme que, por casualidad, concierne a las dos señoras Wilde: a Óscar, claro, y a su vera esposa.
Sabíamos ya del escritor cuanto había que saber (¡ese infausto Lord Douglas!) pero siempre juzgamos a la esposa de Óscar cauta celadora de virtudes victorianas: que sea el marido un tanto loca no tiene por qué impedir que la esposa continúe siendo una vestal.
El grillo del hogar, vamos, citando a otro autor de prosapia. Bastante calvario tuvo Oscar, diría, para que encima le saliese mujer con la alcuza sin aceite de las vírgenes imprudentes.
El Herald Tribune para viajeros pentalingües -and so I am- nos descubre de repente, indiscretamente, que la señora Wilde (no Óscar, la otra) mantenía relaciones sexuales con un librero de cierta calidad y consideración, llamado en su siglo Arthur (no Saville, que ya sería mucho azar).
Se han descubierto misivas en las que agradece la dama al librero la noche que le hizo pasar. ¡Y qué noche no sería, para que le mandase hasta un thank you por vía epistolar!
En este punto, una yanqui, con aspecto cretino, exclama a mi lado:
-¡Ah, la vil! ¡Ah, la impúdica!
-¿Óscar? -pregunto yo.
-No. La esposa. La adúltera. La gorrina.
-Madama -digo- Piense que, entretanto, Óscar le daba al manubrio con Alfredito, el infausto.
-Es distinto -dice la gringa. Un hombre, ya se sabe. Todo le está permitido.
Dejo la cultura aparte, me olvido de Nuria y Salomé y decido que ante una norteamericana estúpida, uno no tiene otra opción que volverse, de súbito, feminista militante. Yes.
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