Pitita existe; yo, no
Pitita existe. No es un ente de ficción de Paco Umbral. Yo había llegado a pensar que, para que EL PAÍS no perdiese comba con las revistas del corazón, Paco Umbral se había inventado a Pitita Ridruejo. No es cierto. Pitita es de carne y hueso -más bien hueso-, y muy alta. Como un elegante personaje de El Greco. Cuando ella y Francisco Umbral se pongan a hablar en un cóctel como el de hace unos días, es seguro que los demás se tienen que callar porque no se encuentran a su nivel.Pitita existe. El que no existe soy yo, que a las horas en que se dan los cócteles generalmente estoy dando clase de inglés a los alumnos del nocturno de un instituto de al lado de donde hacen este periódico y no me conocen todos los que me tenían que conocer.
En el cóctel de hace unos días en casa de Pitita, prácticamente no me conocía nadie. Tanto es así que una señora que, por su parte, se parecía mucho a José Luis Cano, sin pintarse ni nada, se me acercó a preguntarme cosas, seguro que con la sospecha de que yo había entrado allí a ver si podía llevarme algún, cuadro. Le hablé de mis libros, pero no los había leído, claro. Mis artículos, tampoco. De mis cartas al director de EL PAÍS no llegué a hablarle, porque estoy convencido de que, a pesar de que son el esfuerzo que hago para que, opinando de todo, se vea que soy uno de esos intelectuales engagés que quiere Günter Grass; a pesar de todo eso, digo, no me conoce nadie.
Lo digo para tranquilizar al señor Joan Calventus i Llopis, de Barcelona, que el día 4 de junio amagaba con publicar las cartas que no le publicaron en EL PAÍS y pedía orientación y más espacio. No hay que soliviantarse. La cosa no tiene mayor importancia. Con las cartas no se consigue nada.
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