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Rumanía, paisajes y personajes

La reciente visita de nuestros Reyes a Rumanía adelanta a las candilejas un país curioso en varios aspectos: por ejemplo, el de ser el único latino en el mundo llamado socialista por ellos y comunista por los demás; por ejemplo, el de ser el único que dentro de ese bloque mantiene una cierta independencia política, que le permite mantener relaciones diplomáticas con Israel y le impide maniobrar en su terreno con las tropas del Pacto de Varsovia; por ejemplo, ser también el único que tiene un Gobierno familiar (a la filipina), con la esposa, el hijo y la nuera de Ceaucescu ocupando puestos claves en la jerarquía del Estado.

La postura rumana, para entendernos, es la contraria a la húngara, de la que hablamos hace poco. El Gobierno de Budapest hace en política exterior lo que quiere Moscú, y a cambio de eso mantiene una línea económica heterodoxa, permitiendo la libre iniciativa comercial. Bucarest, por el contrario, disiente abierta y descarada mente muchas veces de la línea exterior del Kremlin, llegando a asegurar que también el Este es culpable en la carrera de armamentos, mientras en el interior mantiene una línea, económica y políticarnente, de la más pura ortodoxia. Unos candidatos de fuera del partido como los que se han presentado a las elecciones húngaras últimamente son impensables en Rumanía.

No hay más que cruzar ambas fronteras, como yo he hecho tres veces en 15 años, para notar las diferencias de control. Anoté en mis primeros apuntes de 1977: "Hay que mencionar en la frontera rumana tanto los libros que uno lleva como los originales". En 1983 otros originales, que por cierto se referían a los pecados capitales de los rumanos, fueron leídos minuciosamente (y afortunadamente no comprendidos) por un serio y ceñudo guardia fronterizo.

Aparte de ese aduanero quedan en mi memoria grabados otros dos personajes. El primero era un gitano, pero no de raza, sino de costumbres, es decir, un gitano. En Rumanía hay más gente calé que en el resto de a Europa socialista, pero es que ade más en ella se dice que todos los rumanos lo son, aludiendo a su astucia comercial y habilidad técnica (los Adidas que se ven den por franceses se fabrican allí). No es sólo que busquen comprar lo que el turista lleva encima, porque eso lo hacen también en otros países comunistas; es que insisten pegajosamente, poniéndoos delante de las narices fajos de leis a cambio del chal, de la blusa, de la cazadora y hasta de los zapatos. De esa clase de gitano era el guía que me tocó en suerte una vez, y que cobraba sus servicios, como todos los ruma nos de entonces, en cartones de tabaco norteamericano, concretamente de Kent. Dos me costó el arreglo del coche en Nep tuno, una bella playa del mar Negro. El tal Nicolás era el clásico arreglalotodo, con una sonrisa tan constante como la posi ción de la mano siempre tendida. A las pocas horas de conocerme ya me explicó que estaba reuniendo dinero para poder huir al mundo occidental, o sea, libre, lo cual me impresionó, como supongo que les ocurría a todos los turistas a quienes servía y de quienes se servía, lo que descubrí al recapacitar sobre su historia de perseguido. Porque resultaba que había estado en Italia con un grupo de turistas rumanos -hablaba bien varios idioms-, y ante la pregunta de por qué no había aprovechado el momento para quedarse allí me dijo que "le vigilaban continuamente". Su historia no cuadraba. Cualquier persona que viaje por un país occidental y salga a la calle, aunque sea sólo una vez, puede abrazarse' como un náufrago al primer guardia que se encuentre, y de allí el paso es fácil: a la comisaría, primero; a la cárcel, después, y, finalmente, al asilo político. No, lo de Nicolás no estaba claro, y tras comprobar su aspecto elegante y lo que gastaba llegué a la conclusión de que vivía holgadamente en el país gracias al dinero que recibía para salir de él, y que le mandaban los extranjeros a quienes había contado su lastimosa historia... Entre ellos, casi yo.

Al otro personaje.le encontré durante mi primer viaje a Rumanía. La vi en el aeropuerto con un elegante sombrero y acompañada por dos individuos con aire de policías secretos. "Vaya", pensé, "seguramente la representante de la nueva aristocracia comunista, la única gente que puede viajar fácilmente al extranjero" Error. En el avión me tocó al lado y me contó su historia. Era una ex cantante de ópera llamada Ana Rosxa que había triunfado en los teatros de la Europa anterior a la II Guerra Mundial. Tras la catástrofe, el régimen impuesto en su país había dado por terminada su carrera, pero debido a su condición de artista lírica y al amor de ese pueblo a la música (en Bucarest había fijos un teatro de ópera y dos de opereta; en Rumanía, 14 orquestas sinfónicas) gozaba de una pensión del Estado por los méritos contraídos con su arte. Así pensaba seguir los últimos años de su vida, totalmente olvidada por el mundo que la había visto triunfar cuando sobrevino el golpe de escena. Aprovechando una suavización de las relaciones habituales entre Estados Unidos y Rumanía, el profesor de música de una pequeña ciudad de Alabama se había dirigido a la Embajada de Rumanía en Washington solicitando noticias del paradero de una famosa cantante cuyos discos le servían para enseñar modulación de voz a sus alumnos. Asombro en la embajada, asombro en Bucarest, y mayor asombro y estupefacción en la casa de Ana Rosxacuando le comunicaron que aquel lejano profesor le. invitaba a dar unas clases en su academia y a alojarla en su casa, al tiempo que la mandaba los billetes de avión para el viaje. "Para mí es un sueño", me decía la buena señora, "conseguir el visado de salida, volar a Estados Unidos, y sobre todo que haya todavía en el mundo quien se acuerda de mi voz...". La pregunté si en su Ministerio de Asuntos Exteriores la habían dado facilidades económicas aparte de las políticas: "¡Oh, sí!", me contestó, "me han dejado cambiar leis hasta 20 dólares. ¿Eso es mucho allí?". Le contesté que tenía para unos cafés y algún bocadillo, pero que estaba seguro de que no tendría problemas una vezén el hogar de su admirador y anfitrión. No he sabido más de ella, pero imagino que se quedó para siempre disfrutando no sólo de la libertad occidental, sino del reencuentro con la diva que había sido, y a la que no esperaba volver más.

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