Un error de cálculo de los asesores de Díaz Miguel propició la victoria sobre la Unión Soviética
ENVIADO ESPECIALUn error histórico, una suma mal realizada en una mesa de café, propició la más inesperada victoria que se recuerde ante la URSS. España, sus jugadores, salieron a ganar por más de 13 puntos. Salieron a ver si era posible lo imposible. Salieron al mando de Vicente Gil, un hombre con conciencia de desahuciado. Y no cumplieron con su objetivo, porque ganaron por siete puntos. Era imposible. Pero triunfaron y con eso bastaba. Bastaba con un punto. Si lo llegan a saber quizá no ganan.
Al mando del desahuciado Gil, España iniciaba a veloz carrera un desesperado tránsito hacia la derrota. El encuentro frente a la URSS no importaba, era el comentario general. Había que ganar por 13 tantos para ocupar la salvadora segunda posición que evitaba un nuevo enfrentamiento ante la URSS en semifinales, según los cálculos elaborados en una mesa de un hotel, cálculos apresurados, descuidados, desenfadados, porque nadie pensaba en una victoria. Y así salieron. Los españoles jugaron con la cuentas mal hechas.
Un día redondo
La jornada fue tan redonda que, encima, Israel venció a la RFA en la grupo A, lo que significaba que Bulgaria podía sustituir a los alemanes como rival de España en cuartos de final. Además, Francia ganó a Rumanía (110-97), Yugoslavia a Polonia (106-94), Bulgaria a Checoslovaquia (84-68) e Italia a Holanda (112-76). La selección de Díaz Miguel se quitó de encima a alemanes y soviéticos. No estuvo mal la equivocación.
Los jugadores salieron a la cancha como quienes estaban preparados para morir. Algunos lo hicieron en tal grado de desesperación que la derrota no les preocupaba en exceso, sino morir con dignidad. Al galope de Gil, a la decisión de Iturriaga acompañó la seriedad de Sibilio y la velocidad y fuerza de Martín y Jiménez. Era un equipo muy bueno, que jugó a su aire, sin tácticas preconcebidas. Díaz Miguel reservaba a Epi, incluso, para que no empeorara su contractura. Ayer, Díaz Miguel aprendió una lección de sus jugadores. Ellos ganaron el partido.
Al galope de Gil, la selección recuperó velocidad, alegría y belleza en el juego. Aunque fuera una selección dispuesta a perder Al galope de Gil, España se puso en 18-9 en menos de cinco minutos de acciones espectaculares Los jugadores buscaron su propia defensa individual.
Al galope de Gil, Iturriaga, Sibilio, Martín y Jiménez se habían acomodado a sí mismos, entre ellos, que para eso habían estado dialogando horas antes por una solución a alguno de sus males. Al galope de Gil, algunos estaban dispuestos a aprovechar la oportunidad que les ofrecía un error de cálculo hecho en una mesa de café. Gil salió como titular porque en la conciencia de todos era imposible ganar a a URS S por 13 puntos. Gil estaba para dirigir su último partido y su primera derrota. No le importaba nada.
Cuando Gil paró un momento el balance era impresionante Once puntos de ventaja y un juego veloz y brillante. Iturriaga abrió la llave del contraataque y su primera canasta impecable de tres puntos. Era el mejor Iturriaga y eso es suficiente. Sibilio, además de defender más de lo que puede, era un jugador serio disciplinado, en su sitio, era el mejor Sibilio. Jiménez, ¡ay Jiménez!, era el pivote más veloz de todo el Eurobasquet y Martín, como siempre, la fuerza.
Era un Martín observado en directo por ojeadores de otro equipo profesional americano, los Phoenix Suns. De pronto, el banquillo se paró para examinar las consecuencias del galope de Gil. Once puntos arriba y excepcional disposición para ganar Estaban en su día, los jugadores habían decidido ganar a la URSS. Lo habían decidido quienes iban a morir. Que eran más de uno. Al descanso, el resultado era de 57-52.
Obuchov, el técnico de la URSS sustituto de Gomelski tras una larguísima espera, se encontraba sorprendido, pero reaccionaba sacando toda la artillería, moviendo todas sus líneas, sus tiradores de tres puntos, la facilidad de Sabonis, la fuerza del joven Volkov y, por fin, el carro de combate, Tachenko, que apenas había necesitado jugar en los anteriores partidos.
Si Obuchov se ve obligado a arriar de sus principios renovadores del baloncesto soviético, de sus principios basados en el juego veloz; si Obuchov decide, por un momento, volver a la ortodoxia del juego pesado de Tachenko es que la cosa estaba grave. Mejor señal que esa no pudo tener Díaz Miguel. Los soviéticos vieron el galope de Gil y la fuerza de los españoles y decidieron cortar de raíz. En los minutos iniciales de la segunda parte consiguieron su único empate (61-61), pero ni lo repitieron.
Costa se había unido al galope de Gil, y Villacampa iba a convertirse en el más digno sucesor de Iturriaga. Mientras, Romay aportaba la seriedad que siempre gusta de ofrecer ante los soviéticos; porque Romay jamás ha jugado mal ante un conjunto de la URSS. Y él lo sabe.
La segunda parte fue toda ella, brillante, emotiva. Fue un período sin circunstancias estratégicas. No hubo más que una defensa, una individual de corte más clásico, y no hubo más que una sola dirección, la dirección de la victoria cuando los protagonistas se empeñan en ella.
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