Fantismo
Mi descubrimiento de que esto ya empieza a ser un país posindustriafizado ocurrió en un autobús de trayecto rural. Uno de esos rugientes, sudorosos y dicharacheros Pegaso de estética guineana que conectan las ferias con los mercados, de parada aleatoria, con cinta egipcia de Rocío Jurado a toda pastilla y el portaequipajes repleto de pollos moribundos y hortalizas recién asesinadas. Ocupaba yo un asiento a medio metro escaso de esa pegatina que representa un pobre cigarrillo humeante incrustado en el universal logotipo rojiblanco de prohibido el paso, cuando, estimulado por el ambiente bullicioso del cacharro, se me ocurrió la infeliz idea de encender una Farias, como suelen llamar en tales sitios al famoso puro nacional.Apenas esbozadas las primeras bocanadas, me sale de un rincón un basilisco de la liga antitabaquista profiriendo alaridos contra mi intolerable falta de civilidad y conminándome a apagar inmediatamente la Farias bajo amenaza de denuncia o cosas peores. Uno ya está acostumbrado a ser humillado en público, y a grito pelado, por los apóstoles de la salud en aviones, taxis, ascensores y restaurantes, pero lo del autobús guineano que apestaba a ferias y mercados fue el dato que me faltaba para entender la gran mutación que vive este país. Porque la forma externa del fanatismo antitabaquista es más o menos la misma que la de nuestros viejos demonios cainitas (pupilas inyectadas en intolerancia, prosodia pendenciera, imperativo categórico militar, chulería de gallo de pelea y, sobre todo, esa mirada terrorífica de los que van por la vida en posesión de la verdad: el humo ciega sus ojos), pero las razones del nuevo espíritu fanático han cambiado profundamente. Ya no son aquellos motivos cochambrosos, chapuceros, francamente preindustriales, relacionados con la religión, la ideología o el ser, el quién y el no sé cuánto de los españoles. Ahora están dispuestos a matarte si descubren que te estás matando.
Seguramente la prueba de que ya estamos más cerca de la deseada civilización posindustrial es que la zona de no fumadores progresa en la misma proporción geométrica que en los países más avanzados. El problema es que muchos confunden esa zona con la mismísima zona nacional.
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