Socialismo sobre las huellas de tres imperios
LOLA GALÁN, Asediada históricamente por tres poderosos imperios, el austrohúngaro, el ruso y el otomano, Rumanía presenta al visitante un aspecto confuso, fruto de tan encontradas culturas. Con todo, los casi 40 años de sistema socialista bajo la peculiar dirección de Nicolae Ceaucescu han terminado por encauzar todas las huellas históricas en una única estética.
Bucarest, la capital, extiende sus barriadas a lo largo de 150 kilómetros cuadrados flanqueados por decenas de lagos espléndidos y parques de principios de siglo, donde es frecuente encontrar grupos de gente jugando al ajedrez.
Las huellas del terremoto de 1977 no se han borrado totalmente de la ciudad, algunas de cuyas calles son verdaderas montañas rusas piara la circulación rodada, sin que la precariedad económica del país haya permitido al Gobierno emprender una tarea profunda de remodelación de la capital.
El propio edificio del Comité Central del Partido Comunista de Rumanía, una mole construida antes de la guerra, sufrió graves daños tras el movimiento sísmico, y los habitantes de Bucarest recuerdan con cierto humor cómo aquel día de marzo los funcionarios del partido abandonaban apresuradamente esta sede para buscar refugio en el sólido palacio real, residencia del príncipe Miguel I, que no llegó a reinar en el país.
En Bucarest se concentra el 14% de la industria rumana , los 30 ministerios, las decenas de oficinas de exportación, las ocultas residencias de Ceaucescu y el impresionante plantel dirigente y el 10% de la población rumana, acostumbrada a una vida dificil, especialmente en los últimos años de crisis económica. Los rumanos soportan, sin embargo, esta adversa situación, que ha llevado al Gobierno a adoptar fuertes medidas restrictivas en el capítulo energético que dejaron sin calefacción el pasado invierno a domicilios, a centros oficiales e incluso a las embajadas.
Por lo demás, la vida de esta ciudad parece llena de códigos secretos inaccesibles para el extranjero que espera encontrarse con esa latinidad de la que presumen los rumanos y que tropieza más bien con la peculiaridad de lo balcánico y lo turco que hermana a Yugoslavia, Rumanía o Albania de una manera tan firme como inconsciente.
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