La alternativa del centro-izquierda
De muy diversos ángulos de la sociedad española han comenzado a brotar voces de alarma que nos ponen en guardia ante el proceso de crispación cada vez más evidente en nuestra vida política. Desde el cardenal Enrique y Tarancón hasta Camilo José Cela, las apelaciones a la serenidad se han hecho oír también, aunque no tan agudas como ciertas estridencias de los catastrofistas de siempre.En realidad, y contempladas con una cierta perspectiva histórica, las razones para la crispación sólo se apoyan en un hecho: la libertad de movimientos que una clara mayoría parlamentaria otorga al partido ganador de las últimas elecciones para desplegar un programa político. Y digo un programa político, no su programa político, puesto que, para empezar, la prudencia del Gobierno le ha llevado a convertir la utopía en racionalidad, según los términos utilizados en un reciente y lúcido artículo por el profesor Velarde Fuentes. Prudencia y racionalidad, muy alejadas de la utopía -y sólo contrastadas por las salidas de tono de Alfonso Guerra- han sido replicadas, no obstante, con toda clase de malas artes: desde el intento sistemático de desacreditar, desfigurando su verdadera imagen, a alguno de los ministros más eficaces del equipo en el poder -ahí está el caso de Fernando Morán- a la ofensiva difamatoria explícita en el monstruoso montaje del caso Flick. El despliegue de una relativa orientación socialdemócrata por Felipe González -situado políticamente en las antípodas del largocaballerismo de otrora- se viene presentando, por determinados órganos de prensa, como "despotismo totalitario", como "intento de bolchevización", y, en general, a la democracia en su actual versión española, como "dictadura del terror" (?), que "acollona" -entiéndase, que acobarda- al ciudadano medio, paralizado e indefenso ante la acción implacable del rodillo. (Hasta en la terminología resulta rancio el ataque.)
A cualquier demócrata sincero se le ocurre pensar que, si tan terrible es la situación, basta con almacenar un poco de paciencia y de buenas razones y remitirse a la próxima apelación a las urnas para escapar a la pesadilla; pues, felizmente, estos "chicos que dicen que nos gobiernan" -otra expresión estúpida con la cual se pretende añadir el matiz de inexpertos o alocados a los ya motejados de déspotas- nunca han pretendido convertir en proceso irreversible su triunfo electoral de 1982: aunque, por supuesto, también esta imputación ha sido insinuada desde las filas de la oposición, sin fundamento alguno en que apoyarla. Ciertamente, los que tratan de acorralar, o de "expulsar del poder", "en nombre de la libertad", a los socialistas, piensan, de momento, en la solución electoral -y, sin razones convincentes, les obsesiona la idea de "adelantar" el trance- Pero la solución electoral no es, para los catastrofistas, el cambio de mayoría absoluta a mayoría relativa -resultado posible de los próximos comicios, y añadiré que, desde mi punto de vista, en bien de la democracia-. Lo que los catastrofistas de la derecha desean y propugnan es un cambio tajante de mayoría, que sustituya el centro-izquierda encarnado por el PSOE por una derecha roma, montada sobre la negación más que sobre un programa sugestivo para los demócratas sinceros. Pues ¿a quién que sienta la democracia puede arrebatarle o, encandilarle, un programa electoral cuyo único fin y contenido sea "desbancar" a la situación gobernante? Se piensa, desde las filas de la pura reacción, en algo así como un frente popular al revés, pero cuyas consecuencias podrían resultar tan desastrosas como las del que montaron las descarnadas izquierdas españolas a comienzos de 1936.
Aún no se ha valorado suficientemente -de fronteras adentro- cuánto tuvo de original y constructivo el profundo proceso de auténtico cambio operado entre 1976 y 1980. La plataforma política que operó, con tacto y ecuanimidad admirables, rehuyendo todo revanchismo, el desguace del régimen surgido de la guerra civil, no sólo consiguió la "devolución de España a los españoles", según la insustituible expresión de Marías; consiguió algo más: consiguió montar un sistema de centro desde el momento en que, en su XVIII congreso, el PSOE abandonó la formulación marxista en nombre de un moderno -actual- planteamiento socialdemócrata. Luego, la descomposición y hundimiento de UCD dejó vacante la alternativa centro-derecha, precisamente cuando el centro-izquierda -el reciclado PSOE) accedía al poder. El problema actual radica en que, ya próximas las nuevas elecciones, sólo se nos brinda una alternativa desestabilizadora, porque representaría la quiebra del sistema centro en que se ha podido afianzar hasta ahora nuestra democracia: la de la coalición anti.
Pienso que nunca está de más el recurso a la historia próxima para valorar la situación presente y proyectar la construcción del futuro. Hace un siglo, la primera Restauración -la canovista- quebró una cadena de guerras civiles mediante la construcción de un sistema centro, basado en la dualidad de partidos que sintetizaban los términos dialécticos de la revolución liberal -tradición y progreso-, sustituyendo la confrontación armada por el pacto. La insuficiencia de ese pacto en su vocación integradora -el hecho de que nunca lograse la incorporación o la asimilación de la nueva izquierda social- sería a la larga la razón de su fracaso, pero por lo pronto había proporcionado al país medio siglo de paz interior y la configuración de un Estado civilista. En cambio, la II República fracasó por su negativa inicial al pactismo -que se rechazaba como imagen del régimen anterior- El 14
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de abril trajo una eclosión democrática tan insólita que quienes debían haber sido sus valedores nunca supieron asumirla de hecho. El trágico desenlace del régimen en guerra civil fue resultado del encastillamiento de dos posiciones extremas que habían renunciado a la civilizada convivencia parlamentaria; y los 40 años siguientes trajeron -con todas las matizaciones que la imprescindible adaptación a las circunstancias internacionales hizo inexcusables- una prolongada imposición de "media España sobre la otra media", según la patética expresión acuñada por Larra: todo lo contrario de la transacción, del pactismo, de la- búsqueda de un centro convivencial.
La segunda Restauración ha significado, por fin, el reencuentro, en una plataforma de necesario consenso, de los dos ciclos revolucionarios de la época contemporánea: el liberal -culminante en 1869- y el socialista -que tomó pie en España en esa misma fecha- Impulsado inicialmente por la generosa voluntad de la Corona, decidida a cerrar la guerra civil (latente en las exclusiones y condenas mantenidas durante 40 años) el joven régimen español surgido a partir de 1976 ha venido funcionando, según antes advertíamos, como un sistema de centro, sin las limitaciones clasistas de ¡la primera Restauración, antes y después de las elecciones de 1982. En cuanto tal ha suscitado las reacciones extremas de las minorías irreconciliables enquistadas en las actitudes maniqueas de 1936: actitudes preocupantes, pero de alcance minoritario, según han puesto de relieve los dos grandes retos -terrorismo y golpismo- en que hasta el momento dieron muestra de sí. El peligro viene por otro lado.
La desaparición de UCD ha dejado, según advertíamos, sin cobertura -sin polarizador visible- al centrismo expreso. Difícilmente puede encarnarlo una gran derecha acaudillada por Alianza Popular, puesto que ésta arrastra un lastre de apoyos muy reticentes para la democracia -la reciente presencia del señor Kirkpatrick en Roma, junto a los neofascismos europeos, es todo un síntoma, y desvela la real ideología de un amplio sector de seguidores de Fraga que sólo provisionalmente apoyarán al jefe: mirándolo como ariete posible para desbancar al socialismo-. En cuanto a la plataforma reformista, que en principio pareció una esperanza, sigue teniendo más de interrogante que de afirmación -Roca, dentro y fuera; acaudillando un partido nacional del que no forma parte, e integrado en un partido nacionalista que últimamente, a través de los nítidos razonamientos de Trias Fargas, obliga a reflexionar sobre el verdadero papel del nuevo Cambó en la política española-.
Parece, pues, afirmarse nuevamente como la alternativa auténtica para el actual centro-izquierda (¿para dentro de seis años?) el centro liberal -en su nivel de nuestro tiempo: democrático y sociad- acaudillado por Adolfo Suárez: verdadero artífice del único cambio real efectuado en España -a nivel político- desde el final de la guerra civil. Sabemos las animosidades feroces que despierta en determinados sectores de opinión: pero ello le avala, porque lo que esos sectores de opinión no le han perdonado nunca es, precisamente, que llevase a cabo con éxito y limpieza el desguace de la nave franquista, cuando esperaban de él un simple barnizado que no alterase las estructuras fundamentales. Su pasado servicio a la democracia es una garantía de continuidad para el futuro.
Entre tanto, una crecida de la representación parlamentaria de este grupo político, y un descenso del PSOE a la situación de minoría mayoritaria en las nuevas Cámaras, puede reconstruir un equilibrio de partidos, y significar, en fecha próxima, el mejor antídoto para la crispación creciente que cada día nos alarma más en la situación española.
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