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La actualidad política, en sus textos

Como se ha llegado ya a la mitad de la legislatura, ha quedado abierta la precampaña electoral y comienzan a desatarse las lenguas. Eso, en principio, no tiene por qué ser malo, puesto que así se comprueba cómo, al fin y al cabo, los secretos de los iniciados no son nada del otro mundo. Sobre todo, no son nada diferente de lo que puede apreciarse desde la calle, el observatorio común de todos los que se interesan por el espectáculo político. ¿Y quién puede desinteresarse realmente de él?Ni los parados; ni los sujetos a la reconversión presente o inmediata; ni los que temen que "OTAN, de permanencia, sí"; ni los pensionistas que van a ser víctimas de las imprevisiones actuariales; ni los nacionalistas de los otros nacionalismos, que ven imponerse de nuevo, como siempre, el de costumbre; ni los socialistas que queden -si es que queda todavía alguno- sin cargo de consolación para esperar confortablemente el momento adecuado; ni los centristas, que quisieran, ¡ay!, una derecha capaz de respetar, aunque pierda, los resultados electorales sin romper la baraja por eso... En fin, que la lista es interminable. No se puede decir ahora que ocurre lo que durante el franquismo. Entonces la paz -a aquello le llamaban paz- estaba sometida al orden -a aquello le llamaban orden- y nadie parecía ocuparse de política. Ni siquiera quienes ejercían de políticos. Quizá por eso quienes desde aquellos tiempos continúan, a pesar de todo, en activo político, hartos quizá de las alabanzas a que estaban obligados, han dado rienda suelta a su contenido espíritu liberal y andan ahora tronando contra todo a diestra y siniestra.

Aunque, eso sí, a veces se pasan, y dicen cosas, que producen rubor a los lectores ingenuos, como, por ejemplo, este servidor de ustedes. Ya me dirán, si no, cómo se puede leer, sin la más mínima alteración en los colores de la cara, que el señor Osorio diga lo siguiente: "Vamos a dejarnos de tonterías; aquí la libertad y la democracia la hemos traído nosotros" -él mismo, el señor Fraga, el señor Martín Villa, el señor Suárez y hasta el señor Verstryrige, al que apenas se le nota que no viene del pasado como sus mayores, tan exactamente los reproduce-, "quienes hicimos la ley de Reforma Política, convocamos el referéndum, las elecciones generales...". "Ya está bien", añade, "de complejos de inferioridad". Pues nada, señor Osorio, muy agradecidos. Aunque a muchos nos gustaría saber por qué no empezaron antes, antes del 20-N de 1975, por ejemplo, y también si hubieran hecho todo eso que dice que hicieron de no morirse aquel día el fulano que se murió.

Así pues, el señor Osorio cree que la derecha ha de abandonar su complejo autoritario, que, según reconoce, tuvo algún día: "La derecha", son sus palabras, "durante muchos años" -¡y tantos!, más que años siglos y épocas históricas enteras, toda la historia, en realidad-, "ha sido excesivamente autoritaria, y ese complejo le dura". El señor González, sin embargo, teme que la izquierda haya de empezar a serlo. "Yo prefiero", dijo en El Paular hace unas semanas, "la libertad a la seguridad, pero se está produciendo un fenómeno que presenta numerosos riesgos, como es la creciente arrogancia del delincuente ante la sociedad y el Estado". Esto, refiriéndose a la delincuencia común, pero no olvidó la terrorista, de la que aseguró lo siguierrite: "Ya sé que se dice que frente al terrorismo el único sistema posible es el aumento de las libertades, pero ese mensaje no llega a los terroristas, porque no comparten los.valores comunes a todos nosotros". ¿Quiere decir eso que el presidente González, como Goethe, prefiere el orden a la libertad? De momento, ahí está la ley antiterrorista, única que no han objetado los amigos ex autoritarios del señor Osorio que nos han traído la libertad y la democracia. El presidente González quiere que "no haya ninguna duda al respecto": la calle es suya. En ella perdió la II República las elecciones que había ganado en las urnas -dicen que opina Alfonso Guerra-, y la mayoría socialista no está dispuesta a dejarse ganar en ese terreno. ¿Fueron los electores quienes le negaron a la República en la calle lo que le habían dado en las urnas? No lo parece, porque en febrero de 1936 volvieron a decir lo que habían dicho en abril de 1931. Y también quienes dieron la victoria al PSOE en 1982 se la volverán a dar en 1986, a pesar de tantas cosas: del paro, de la reestructuración, de la homogeneización autonómica, o sea, la supresión de sus rasgos de reivindicación histórica allí donde

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los haya, etcétera. Por tanto, ¿a quién se trata de aquietar?

Tal vez Txiki Benegas, que acaba de aterrizar en el tercer puesto ejecutivo del PSOE y está más embalado, lo haya aclarado en algún sentido al decir eso de que el PSOE pierde ideológicamente lo que tiene que admitir por digamos que razones de Estado. Por ejemplo, admitir, contra las convicciones opuestas del partido, que es preciso mantenerse en la OTAN. O que hay que llevar a cabo -esto lo añado yo- la reestructuración de la manera traumática en que se ha hecho, o sanear la Seguridad Social -también añado yo- reduciendo pensiones, puesto que se trata, al fin y al cabo, del peso muerto en la población activa, cada vez más reducida por el paro, etcétera. Pero quizá lo Miás interesante que ha dicho ha sido lo más fácil de entender, lo más sencillo, lo .que sospechaban quienes prefieren creer eso que otra cosa peor: "En política", éstas son las palabras exactas de Txiki Benegas, "no siempre se puede hacer lo que se quiere". Así, sin adornos, con lo que lequeda de austeridad verbal vasca, ha dicho el mencionado líder del PSOE trasplantado a Madrid lo que Felipe González acepta con más rodeos. "La cocina y las cañerías de los desagües del poder", dijo el presidente en El Paular, dondeestuvo tan verboso como en sus mejores tiempos andaluces, "aveces huelen mal". Y añadió, coilfiriendo a los intelectuales un valor nada grarnsciano de personajes inmersos en el nirvana del mírame-y-nome-toques: "El político trabaja con elementos repulsivos desde el punto de vista intelectual".

Uno creía que precisamente la diferencia entre estar en la política de la derecha o en la de la izquierda consistía en eso, en "limpiar la cocina y las cañerías de los desagües del poder" para que no huelan. En suprimir los "elementos repulsivos" para que no sea preciso tener detenido a un sospechoso 10 días sin la más mínima cobertura de defensa, puesto que todos sabemos, incluido el presidente González, en qué trabajos repulsivos se utiliza ese tiempo, y con qué resultados negativos, por otra parte.

La verdad es que ciertas sinceraciones recogidas con sordina en las informaciones posteriores a la tenida de El Paular -¡qué tentación la de añadir a ese nombre algún topónimo milagrero- dan la clave de lo que podía sospecharse con todo fundamento. Más que sospecharse, tenerse por cierto. Lo que es bastante amargo, porque deja la situación en ese punto desesperanzado del peor podría ser. En efecto, el presidente González dijo que cierto miedo a lo que pudiera pasar después de la victoria socialista del 28 de octubre indujo a "una política consciente de desmovilización" para evitar la tentación de "una nueva cruzada". Y es por eso por lo que seguramente añade, curándose en salud, que el proyecto socialista tardará al menos 25 años en realizarse. Muy largo nos lo fiáis, presidente.

Otras palabras han sonado, y no a música celestial precisamente, semejantes en, cierto modo, a pesar de estar dichas desde posiciones que cualquiera pensaría opuestas. Y, sin embargo, parecen tener la misma causa frustrante: el miedo a hacer tarde. Porque, ¿hay mucha diferencia entre comerse crudos a los que se oponen al liderazgo de Fraga en AP y pasarse por la entrepierna los reglamentos que esgrimen quienes pretenden someter a disciplina de partido a Carrillo?

Así están las cosas, no hay que equivocarse. Cuando otra vez haya elecciones, los que no tengan opciones inmediatas más sugestivas -o más urgentes y necesarias-, como ocurre, por ejemplo, en ciertas autonomías más o menos históricas, en las que queda mucho trabajo interno que hacer, tendrán que elegir entre lo malo conocido y lo peor a recordar, para preferir al menos que me quede como estoy.

Porque, en efecto, peor podría ser. Triste consuelo.

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