España y Portugal distanciamiento, iberismo, cooperación
España y Portugal debieran complementarse, señala el autor de este trabajo, quien constata la tradicional indiferencia, hostilidad y alejamiento que han sufrido ambos pueblos entre sí. Pero ahora, tras la llegada de la democracia, el ingreso en la Comunidad Econ ómica Europea y la existencia de sendos Gobiernos socialistas en Madrid y Lisboa, es el momento de rectificar esta situación lamentable que provoca sonrojo en ocasiones.
La entrada sumultánea de Portugal y España en la CEE puede romper un viejo hechizo secular: estar ambos países bajo la tutela de Europa, tutela de la que hablaba ya Montesquieu en sus Pensamientos. Política y cultura, en efecto, tutelaron siempre (Reino Unido, Francia) a nuestros dos países: afrancesamiento y anglofilia caracterizaron, incluso con sus oponentes, nuestra realidad ibérica. Con la actual integración en la Europa comunitaria, culminada por dos Gobiernos presididos por los socialistas, al menos pasamos de la tutela histórica dependiente a una coparticipación ante un desafío común, que esperamos sea fructífera.Nuestro destino de expectativa con respecto a Europa en todo este largo proceso histórico no ha significado una conciencia operativa común, cultural y política de nuestros dos países frente a la modernidad europea. Paradójicamente, cuanto más distantes / dependientes hemos estado portugueses y españoles, más distante / antagónica también ha estado esta relación peninsular. El modelo europeo a alcanzar -modernización y secularización, desarrollo económico y primacía de la sociedad civil- llevaba consigo una actitud generalizada, aunque con excepciones de ambos países, de lejanía, desconocimiento e incluso de reticencias hostiles. Siendo los más próximos somos, en efecto, los más ajenos. Algo así como si el distanciamiento coadyuvase a consolidar la propia identidad o especificidad nacionales. Afianzar la unidad sería para los portugueses objetivar un antagonismo histórico y un temor anexionista: Portugal se hace frente a Castilla. Consolidar el distanciamiento, para los españoles sería aproximamos al mundo europeo Las categorías antagonismo distanciamiento definirán, de esta manera, una relación pecu liar y constante entre dos pueblos y dos culturas que normalmente deberían complementarse.
Excepciones
Sin embargo, si esta constante está generalizada, con apoyatura popular y no sólo elitista, ha habido también excepciones. Una tradición liberal-democrática, así como una corriente tradicionalista, han pretendido, a partir sobre todo el siglo XIX, revisar una anomalía o actualizar una nueva relación inevitable. Sergio y Oliveira Martins, Unamuno y Azafía, Pessoa y Sarinha, Mella o Preto, desde distintos ángulos, intentaron llamar la atención sobre este problema. Las dictaduras franquista y salazarista diseñaron también un planteamiento con efectos nacionales e internacionales, a partir de esta realidad compleja.
El iberismo no será, pues, uní voco. Por el contrario, múltiple y diversificado. Habrá un iberismo ideológicamente democrático-republicano (Alfonso Costa, federalismo español), en donde se pretende asentar desde la diferenciación una base común de convivencia progresista y modernizadora. A este sector se le denominará en Portugal, en la derecha, "enemigos / españoles del interior". El iberismo crea en antúberismo como revulsivo nacionalista de afirmación chovinista. Habrá también un iberismo arcaizante y tradicionalista, que en España podría simbolizar Mella, y que en Portugal, con imaginación o ingenio, revisará Fernando Pessoa. (El iberismo pessoano, que aunque elogie a Mella y ataque a Unamuno, tiene, como toda su obra, una connotación atípica: más que una federación ibérica, está presente en él un . acuerdo civilizador", basado en la lengua y en la común expansión ultramarina, incluyendo un mágico imperialismo conjunto norteafricano y antifrancés). Y finalmente, el pseudoÍberismo de nuestras dos últimas dictaduras: la simulación iberista respondía al intento, muy conseguido, de institucionalízar la distancia entre portugueses y españoles, fomentando un populismo xenófobo, bajo la cobertura de una amistad que realmente era un simple pacto de no agresión (Pacto Ibérico) y de interés pragmático para su subsistencia como dictaduras.
El restablecimiento de las democracias en nuestros dos países, en 1974 y 1975, con una relación de las diferentes opiniones democráticas durante el franquismo-salazarismo, la actual incorporación conjunta a Europa en este año y, por último, la existencia de dos Gobiernos socialistas (en Portugal, con una coalición centro-izquierda), obliga a un replanteamiento teórico y a una realización práctica de nuestras relaciones. El balance en estos últimos años de democracia es francamente negativo: salvo esporádicas reuniones y conferencias, mantenemos un impasse muy poco justificable. Salir de este impasse aparece ya como un objetivo inmediato.
No se trataría, a mi juicio, de relanzar una nueva polémica ideológica sobre el iberismo o un neoiberismo. Desideologizar, en el sentido romántico, nuestras relaciones sería entrar en una línea de cooperación intensa y programada. Partiendo de nuestras propias identidades, la cooperación tendría que centrarse tanto en los aspectos bilaterales como multilaterales. Sin una aproximación cultural, crítica y autocrítica que permita conocer nuestro pasado y presente, dificilmente se eliminarán prejuicios y reticencias y abordar así nuestro desafío comunitario. Pero hay mucho más: Portugal y España, acentuando esta cooperación bilateral, no sólo cultural, pueden asentar y promover proyectos conjuntos sobre Iberoamérica y África. La competitividad se convierte aquí en complementariedad operativa e imaginativa. Revisar esta relación de portugueses y españoles, desde su perspectiva moderna y progresista, constituye, sin duda, un reto adicional a nuestra íntegración en Europa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.