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Las manos

Pregunta: "¿Podría sugerirme el nombre de un arbusto de hoja perenne capaz de resistir la ráfaga de aire caliente que sale de mi secadora?".Respuesta: "Ninguna planta es capaz de resistir la vaharada asfixiante que sale de una secadora, especialmente en invierno, cuando la vida vegetal se encuentra en estado latente. Pero ¿sería posible, en su caso, dirigir esa corriente hacia el suelo ajustando una manguera flexible de polipropileno al punto de salida?".

La señora consultante y el especialista en jardinería de The New York Times se entienden. La señora W. T., de Maryland, no necesita explicar por qué no ha procurado obviar el problema renunciando a tener un árbol justo en el lugar por donde expulsa el aire la secadora. Ni tampoco por qué necesita una secadora sí, como parece, vive en el campo. De otra parte, cuando se le menciona el polipropileno es seguro que sabe bien a qué atenerse. La vida de un país está fundada en estos sobreentendidos culturales.

Un 82% de los norteamericanos trabaja en su jardín. Su patria es una granja y el carácter nacional, desde el consumo de dulces al de cereales, desde la religión y el hábito de sentarse por los suelos hasta el culto naturista y el amor por los animales, está atado a esta conciencia agropecuaria. La ingeniería genética, la high-tec, la carrera espacial y tantos otros aparatos que otorgan a los americanos una primacía en el mundo son una consecuencia de los cientos de miles de ciudadanos mañosos apasionados por el bricolage. Entre la reparación de aperos en La casa de la pradera y las chapuzas del último Discovery hay una secuencia antropológica fundamental: la confianza en la destreza de las manos.

Es probable que se llegue a una cierta intimidad con los vecinos si se aborda el problema del ser para qué, pero puede, en cambio, surgir una estrecha amistad si se habla del delco. Más concretamente: ante un apremio es prácticamente imposible encontrar un optalidón en todo el barrio, pero cualquiera tendrá herramientas suficientes para desmontar y montar la secadora, trasladar el arbusto o empalmar la manguera, como si no hubieran hecho otra cosa desde Thomas Jefferson.

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