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Tribuna
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Movida

Aquí, más que las cosas, están cambiando las palabras, esas bielas transfonnadoras del perpetuo vaivén de nuestras ideas en el renqueante chacachá del Ibertrén. Así, verbigracia, ya no se estila hablar, militantemente, a nivel del planteamiento de la problemática del tema socioeconómico, como mandaba el frasemecum del progre hasta hace un par de años. Ya no se habla así, porque ya no se plantean problemáticas. A ningún nivel. Ni quedan mifitantes. Ni progres. Ese es el tema. Ahora se dice:-Y tú, ¿de qué vas?-Voy de passo y me lo monto a mi aire, con mucha marcha, para vivir a tope el mogollón de la movida.

-¡Qué gozada!

El planteamiento y la problemática a nivel, al igual que los posicionamientos puntuales del colectivo en base a las altemativas a determina, das estructuras que había que camibiar, denotaban conflicto desconstructivo. No sólo entre las ideas y sia expresión correcta, sino también entre aquéllas y la realidad cambiable. Eran palabras soflama, rescoldos dispersos, no muy brillantes, de la antigua llama sagrada. Y aún quemaban labios en las discusiones y provocaban conatos de incendio al ser lanzadas a las masas en los discursos preelectorales. Incluso movilizaron a 10 millones de votantes enardecidos y esperanzados.

La nueva jerga, en cambio, bajo su apanencia marginal, es conformista y autosatisfecha, aunque su dinamismo formal sea más bien el del pollino condenado a dar etemamente vueltas al círculo nada vicioso de la noria.

Ir de no significa forzosamente ir a parte alguna. En su lugar descanso en el sofá de un pub se puede estar de passo. Uno puede montárselo a su aire cabalgando el caballo de un fotógrafo como si fuera un potro desbocado. Se vive a tope circulando por la vida en el estribo de un tranvía llamado deseo más que realidad. Y se puede tener mucha marcha manteniendo el cuerpo móvil aparcado en un bordillo o mientras se hace la cola del paro. El mogollón (meollo del cogollo del follón) es el caos, pero dentro de un orden. La movida consiste simplemente en moverlo todo sin (¿o para?) que nadie cambie, al modo lampedusiano.

Y la auténtica gozada es la de los promotores oficiales de la movida al ver lo bien que funciona el invento.

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