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Fría acogida en Washington al anuncio japonés de abrir su mercado a productos de EE UU

Francisco G. Basterra

El anuncio de que Japón adoptará medidas para abrir sus mercados a los productos norteamericanos ha sido recibido con frialdad y escepticismo en Estados Unidos, y se duda que sea suficiente para evitar que el Congreso responda con medidas proteccionistas al déficit comercial de 37.000 millones de dólares que tiene este país con Tokio. La Casa Blanca calificó de valiente la decisión del primer ministro, Yasubiro Nakasone, que apareció en la televisión pidiendo a los japoneses que compren más productos extranjeros para "evitar la repetición de la tragedia de la II Guerra Mundial".

Reagan manifestó estar agradablemente sorprendido por la iniciativa de Nakasone, que comporta unos riesgos políticos evidentes para el primer ministro japonés. Pero la Administración se ha apresurado a precisar que el plan contiene "pocas o ninguna medida inmediata" para reducir el desequilibrio comercial entre los dos países y ha pedido que se concrete en "medidas urgentes y prácticas". Incluso con la reducción de barreras para las exportaciones norte americanas y un descenso del valor del dólar, se necesitarán tres o cuatro años para reducir el déficit a la mitad, advirtió Donald Regan, jefe del gabinete de la Casa Blanca.

"El esfuerzo para abrir los mercados japoneses", explicó Regan, "requiere algo más que la eliminación de barreras específicas, requiere también un cambio de actitudes hacia las importaciones del exterior". EE UU pide a la economía japonesa, que ha basado su prosperidad en las exportaciones, un cambio total de estrategia, y a lo ciudadanos que cambien sus há bitos de consumo. El anuncio japonés ha sido calificado de insuficiente por el Congreso y medios económicos, que afirman que es el séptimo plan desde 1981 para abrir los mercados de Japón y desde esa fecha el déficit comercial con Tokio ha pasado de 16.000 a 37.000 millones de dólares. "No significa un progreso real", dijo el presidente del comité de finanzas del Senado, Bob Packwood, "aunque admiro mucho a Nakasone, nuestra paciencia ya agotado ya el punto límite". Para otros el plan japonés es sólo un paquete de promesas.

La Cámara de Representantes y el Senado, antes de las vacaciones de Pascua, solicitaron medidas de represalia contra Japón, abriendo la posibilidad de una guerra comercial de EE UU con su principal aliado estratégico en el Pacífico. La irritación del Congreso por la competitividad japonesa, que ya no sólo daña a las industrias del automóvil y siderurgia, sino que afecta seriamente a los sectores norteamericanos de telecomunicaciones, ordenadores y compo nentes electrónicos, ha forzado, al Gobierno de Tokio a tomar en serio la amenaza proteccionista. Nakasone advirtió a sus compatriotas que si EE UU cierra la entrada a las exportaciones japonesas, "nos amenaza una gran depresión y desempleo".

Para tratar de evitarlo, el jefe del Gobierno de Tokio anunció un plan de tres años, que se concretará en algunas medidas en el plazo de 90 días, para abrir el mercado de telecomunicaciones a la tecnología de EE UU, comprar más material electrónico sofisticado norteamericano y productos farmacéuticos, científicos y forestales. Este plan deberá pasar ahora la prueba de fuego de la burocracia gubernamental japonesa y lograr la aprobación del partido liberal, que tiene serías dudas sobre su viabilidad.

Reagan es partidario del libre comercio y quiere evitar la tesitura de tener que vetar una ley con medidas proteccionistas que podrían dañar tanto a este país como a los japoneses. El vicepresidente, George Bush, elogió ayer la actitud de Nakasone y advirtió al Congreso que la adopción de barreras a las importaciones, "sería un desastre que nos llevaría al caos". La Administración, a la que le ha venido muy bien políticamente la actitud del Parlamento como arma para presionar a Japón, confía en que el anuncio de Tokio evitará que el Congreso vote medidas proteccionistas.

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