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La alternativa progresista/ 1

En España no ha aparecido todavía un proyecto político relevante que rompa de forma innovadora con los clichés del asado y ofrezca alternativas progresistas. Ésta es la tesis que sostiene el autor de este artículo, en el que se analizan las deficiencias de los proyectos políticos actualmente en liza en el panorama político español.

Coincidiendo en un coloquio, hace ya algunos meses, con un conocido teólogo, José Antonio Gimbernat, pudimos escuchar la idea de que en poco tiempo los españoles habíamos pasado desde el entusiasmo político de mediados de los setenta al desencanto de UCD, al sobresalto del 23-F y a la perplejidad ante la política desarrollada por el PSOE desde el Gobierno. Y, en efecto, la fase final de esa secuencia política es un auténtico desvanecimiento del proyecto de cambio.

Pero, con todo, lo más grave del panorama actual podría radicar en el hecho de que el dependentismo del exterior y el monetarismo mimético que se practican desde el Gobierno están empezando a hacer cundir una especie de resignación de que no hay alternativa, de que tenemos Gobierno socialista -aunque sea centrista o incluso de derechas- para unos cuantos años más. Lo cual, en nuestra opinión, se corresponde con la circunstancia de que en España aún no se ha producido el fenómeno de la aparición de un proyecto político relevante que conecte con las necesidades y aspiraciones de lo más dinámico de nuestra sociedad, y que se aparte, de forma innovadora, de tantos clichés del pasado, de tantas falacias sobre el presente y de tantos planteamientos cuando menos etéreos sobre el futuro.

La virtual ausencia, hasta ahora, de ese proyecto innovador alternativo creemos que es posible apreciarla si hacemos un análisis de la evolución de las distintas fuerzas políticas convencionales; lo que precisamente es el objetivo de este primer artículo que planteamos sobre el contexto argumental de que, frente a la triste perspectiva de caminar hacia una democracia delegada, en serio peligro de convertirse en una democracia vigilada, aún estamos a tiempo de lograr una verdadera democracia avanzada. Es decir, creemos que es posible ensanchar y profundizar la democracia española para hacerla auténticamente participativa, posibilitando que se libere el potencial de imaginación y creatividad de las fuerzas políticas, productivas y culturales del país, en vez de seguir por la vía actual de acentuar el sistema político en sus artificiosos ribetes bipartidistas, crecientemente burocráticos e impregnados de la arrogancia del poder y del patriotismo de Estado.

Izquierda, centro y derecha

Ciñéndonos sólo al nivel de las fuerzas más significativas a, escala de toda España, podremos comprobar hasta qué punto se bloquearon los que podrían ser verdaderos impulsos de democratización profunda del sistema social español.

En la izquierda de lo que pronto se convirtió en arco parlamentario, el PCE ingresó en la legalidad en abril de 1977 con una indudable fuerza potencial. Pero ésta no fue aprovechada por la incapacidad de sus dirigentes históricos para asumir las aspiraciones renovadoras en favor de un cambio democrático y en profundidad de la propia organización, al oponerse al rejuvenecimiento de sus cuadros y de sus métodos. Se generó así toda una compleja polémica, que al no resolverse dejó al PCE descapitalizado de sus mejores cuadros y vacío de sus proyectos políticos más convincentes, con una crisis que aún persiste.

En cuanto al principal partido de los llamados de centro, no llegó a contar con una base ideólógica homogeneizada, ni con una estructuración popularmente enraizada. En buena parte se siguieron pautas de caciquismo, con no pocas inercias del pasado inmediato. Unión de Centro Democrático, en el fondo, no pasó de ser un conglomerado de aperturistas provenientes del antiguo Movimiento -cierto que no exentos de inteligencia y de audacia políticas-, a los que se yuxtapusieron sectores democristianos, nacionalcatólicos e individualidades más o menos liberales. Con esa composición, no es extraño que el desgaste y las tensiones que provocó el disfrute del poder entre 1977 y 1982 llevaran a la disgregación en toda clase de facciones y nuevas formaciones (PAD, PDP, CDS, PDL, UL, PL, CEPA, etcétera).

En cuanto a la derecha, y dejando aparte la desaparecida opción política de características más proclives a lo que fue el régimen anterior -el caso de Fuerza Nueva, autodisuelta en noviembre de 1982-, la verdad es que el propósito de Alianza Popular de formar un bloque conservador en lo económico y en lo social, así como atlantista en lo internacional, no tuvo el rotundo éxito soñado. Desde luego, la tenacidad del principal impulsor de esta idea le llevó a un reforzamiento de su presencia política en 1982, tras las menguadas cotas electorales alcanzadas en 1977 y las casi catastróficas de 1979. Pero la realidad es que el importante número de escaños obtenidos por la Coalición Popular en octubre de 1982 cabe imputarlo más que nada al desastre de UCD. Y hoy existe prácticamente unanimidad en que esa derecha ha llegado a su techo, y que sólo una vasta renovación de sus líderes permitiría el enlace con los reformistas, o incluso con los centristas.

El autohundimiento de UCD por sus pugnas internas y la pérdida de imagen del PCE por sus crisis inacabables son procesos el uno por la derecha y el otro por la izquierda- que contribuyeron decisivamente a la imparable carrera ascendente del PSOE que le llevó al Gobierno en diciembre de 1982. El PCE, ya lo hemos visto, se adentró en querellas inacabables. Y UCD no supo entender algo tan evidente como que el cambio era necesario, y en fechas tan tempranas como marzo de 1978 comenzó a frenar lo más avanzado de los Pactos de la Moncloa, marcando así el inicio de la derechización de UCD. Se desperdiciaron de este modo las posibilidades de desbloquear las transformaciones estructurales, algo que en parte tal vez podría haber llevado a buen puerto una burguesía emprendedora. Pero los efectivos humanos del centrismo se revelaron incapaces de ello. Después, tras el 23-F de 1981, se adentrarían en la definitiva senda de su fracaso, al insertar a España en la OTAN.

Fue el PSOE el que en 1982 asumió, a efectos electorales, el proyecto del cambio, poniéndose en marcha hacia su gran triunfo. Incuestionablemente, con su inteligente marketing político, supo llevar a la gente la idea de que a lo largo de uno o dos mandatos de cuatro años, España podría experimentar una profunda transformación a mejor. Lo que sucedió después, lo que está sucediendo, es, sin embargo, cosa bien distinta: el ya mencionado desvanecimiento del cambio.

La crítica que sigue podrá parecer a algunos excesivamente dura y podrá argumentarse que "ataca más a un Gobierno de izquierdas que no a la oposición de derechas", y que "juega peligrosamente con la posibilidad de que la única alternativa real al PSOE -por mucho que se desprestigie- sea la derecha conservadora". Ante tales observaciones, esperables, creemos que de lo que se trata es de hacer un análisis en profundidad para apreciar lo siguiente:

- Si estamos ante un Gobierno, el del PSOE, que es realmente de izquierdas. Lo cual no parece ser el caso, pues, como veremos en lo que sigue, en lo económico y social ha derivado hacia el centrismo, y en la política de defensa y de relaciones exteriores ha virado claramente a la derecha.

- Si realmente hay desde la derecha una oposición verdaderamente activa al PSOE. Lo cual tampoco es el caso, pues la Coalición Popular coincide básicamente con la política centrista y conservadora del Gobierno en lo económico y social, y difiere sólo en matices en la derechizada política exterior y de defensa que practica el PSOE atlantista. La CEOE incluso se prepara ya, casi con entusiasmo, para un segundo mandato del PSOE.

- Finalmente, está el tema clave de cuál es la alternativa. El problema en este caso no es que el PSOE vaya o no a ser sustituido por AP, sino si el PSOE, dirigido desde su actual cúspide, va a acabar con cualquier opción verdaderamente progresista, creando las condiciones de un bipartidismo en el que las dos opciones posibles estén cada vez más próximas entre sí -fraseología y despiantes aparte- conduciendo todo ello a una sociedad dependentista y resignada.

Lo cierto es que desde diciembre de 1982 ha venido corroborándose que, en el congreso de Suresnes de 1974, lo que se produjo, más que la modernización de un viejo partido de izquierdas, fue la conquista, por un grupo homogéneo e históricamente poco socialista, del sello del PSOE para lograr el apoyo de la Internacional Socialista, a fin de convertirse un día en alternativa de poder, con el beneplácito de los poderes atlantistas e incluso en connivencia con ellos.

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