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Gabriel Allende

Arquitecto de moda y responsable de las exposiciones del Ministerio de Obras Públicas

A sus 32 años, Gabriel Allende tiene el aire del triunfador sensato, el apretado currículo del joven arquitecto que lo ha hecho casi todo en pocos años. Y al que, por si fuera poco, se le viene encima un holgado porvenir. Sus maneras son agradables y pausadas, pero el cerebro del joven arquitecto parece moverse con mucha prisa. Parte de su éxito se debe a sus estudios en la universidad de California, donde Charles Moore le dirigió la tesis.

De ese modo, Gabriel Allende ha conocido ya el cielo y el infierno de su profesión: el joven padece de estrés. Desde hace unos meses, el arquitecto ha cometido la locura de atiborrarse de encargos y apenas dormir tres horas -dice-, porque se queda hasta las tantas de la madrugada en su estudio; e incluso, a veces, se levanta a medianoche aquejado de pasión por los planos y regresa al estudio entre dos luces acompañado de un termo de café. Trajín que ha terminado en manos del médico, que ahora le ha prescrito reposo. Hijo de un arquitecto que gana mucho menos que su hijo y que ya no puede competir con él -aunque su fortuna personal hace muy soportable tal destronamiento-, Gabriel Allende, que estudió en el colegio Maravillas de Madrid, cree que su educación "fue fantástica, porque, aunque conservador, mi padre fue bastante liberal y nos dejó seguir nuestras inquietudes". Él y su hermana Bárbara, la fotógrafa Ouka-Lele, -considerados como los originales e iriconformistas de la familia-, han sido el resultado de esa educación entre artística y cosmopolita.

Al acabar la carrera, Gabriel Allende empezó a trabajar con su padre y "surgieron los roces habituales entre padre e hijo de diferentes ideas". Con los honorarios que obtuvo de su primera casa -"de la que no me siento orgulloso"-, más un crédito del Colegio Oficial de Arquitectos, se marchó a Estados Unidos. Tras dos años de estancia en California, donde conoció a Moore y otros arquitectos de moda, Allende regresó a Madrid con su aspecto de niño seguro que se sabe muy bien la asignatura. "Fue un choque positivo porque en la Escuela de Arquitectura de Madrid predominaba la tendencia italiana y el racionalismo, pero en California había una lucha a muerte entre dos corrientes: la tecnología pura y arquitectura creativa". Pugilato en el que él optó por la corriente artística, aunque se considera ecléctico. Su pátina californiana le hace aparecer como posmoderno, término que considera una entelequia, "porque este movimiento está abierto a múltiples raíces".

Ha hecho viviendas unifamiliares, así como la reforma de un dúplex en la Cruz del Rayo, y la remodelación del edificio de Gil y Carvajal, obras publicadas en varios libros y catálogos. Próximamente dirigirá la revista El Croquis internacional, aunque cederá parte de la dirección a un colaborador más joven, "porque me gusta crear equipos y no acaparar parcelas".

Desde hace dos años, se encarga, junto con Martha Thorner, de montar las exposiciones de las Arquerías del MOPU (Ministerio de Obras Públicas). En mayo, será el mismo quien expondra en París junto a una treintena de jóvenes arquitectos de moda.

Ellas le consideran guapo, aunque probablemente llegue a serlo más cuando los años de estrés y de triunfos se hagran carne en su cara. "He tenido una vida loquísima y he vivido incluso con una china, y tambien conviví en California con una inglesa, pero llega un momento en el que, aunque tengas varios rollos, se te cruza una chica especial que se convierte en tu único rollo". Ella -con la que se casó en 1982- es Livia, hija de un coleccionista de arte. Y para remachar que ha sentado cabeza, dice que no entiende a esos amigos "continuamente agobiados de ligues para no quedarse solos... Siento necesidad de hacer un dibujo, pero no de ir detrás de una señora".

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