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La victoria de la derecha en las cantonales abre la campaña electoral francesa para 1986

Soledad Gallego-Díaz

La segunda vuelta de las elecciones cantonales francesas, celebrada el pasado domingo, ha confirmado la victoria de la derecha. De los 2.044 cantones en liza, la izquierda sólo domina en 690, lo que, concretado en departamentos (equivalente a provincias), supone sólo 26 frente a los 96 de la derecha. Sin embargo, por lo que se refiere a los votos, el resultado permite reabrir la polémica sobre la relación de fuerzas de cara a las legislativas del año próximo: las cosas no están tan claras como pregonan los líderes de la derecha.

ParísToda Francia se mueve hoy día en un frenesí político: las cantonales han terminado, ¡vivan las legislativas! Nadie habla de las consecuencias que tendrá la victoria de la derecha en la Administración local, reforzada gracias a las leyes de descentralización aprobadas por los socialistas. El único interés es saber si la primera experiencia socialista en Francia acaba en 1986 con un fracaso rotundo o si la mayoría gubernamental tiene aún suficiente fuelle como para presentar batalla y defenderse del asalto de la oposición.Una semana antes de las cantonales, pocas personas confiaban en la capacidad de recuperación de la izquierda, sacudida el último año por la ruptura entre socialistas y comunistas. Hoy son pocos los que se atreven a enterrar definitivamente a François Mitterrand. La relación de fuerzas se sitúa en un 46,28% para la izquierda y un 53,5% para la derecha. No es suficiente para que el partido socialista se mantenga en el poder, pero tampoco es la catástrofe que temían incluso los propios militantes de izquierda. La derecha tiene la mayoría absoluta, pero sólo si cuenta con los votos de la extrema derecha, que, según todos los sondeos, aporta algo más del 7%. El panorama político en la oposición se ha complicado lo suficiente como para que la mayoría gubernamental pueda, por primera vez en muchos meses, sacudirse el pánico.

Los socialistas se juegan todo

Los socialistas se juegan todo en las legislativas de 1986: el Gobierno y la propia Presidencia de la República, porque resulta difícil imaginar cómo Mitterrand podría convivir con Jacques Chirac o con Raymond Barre como primer ministro. Se juegan también el futuro de la izquierda en muchos años. Así parece haberlo comprendido el electorado comunista, que ha apoyado disciplinadamente a los candidatos del PS, pese a que, en teoría, no soluciona la unión entre los dos partidos. La derecha, no podrá contar, como querría, con una división encarnizada en el campo del enemigo. Cuatro años de Gobierno han hecho que la izquierda no cuente ya con la mayoría, pero no han supuesto la desaparición pura y simple del Partido Socialista, tal y como pregonaba el alcalde de París.Según las simulaciones efectuadas nada más conocerse los resultados del domingo, si la izquierda mantiene el actual sistema electoral contaría en 1986 sólo con 141 diputados, frente a 333 para la derecha, pero si introduce una cierta dosis de proporcionalidad equilibraría la balanza hasta una relación 204 a 223, que dejaría abierta la puerta a la esperanza. Los sondeos demuestran también que el electorado que votó socialista en 1981 le da ahora en buena parte la espalda, porque se siente defraudado en un aspecto fundamental: la lucha contra el desempleo. Se trata de un voto de castigo que podría modificarse ligeramente si el Gobierno fuera capaz de convencer al elector de que la derecha no puede tampoco conseguir mejores resultados.

La derecha clásica, por su parte, se encuentra en una disyuntiva. Necesita los votos del Frente Nacional, pero cualquier acuerdo con el partido de Jean Marie Le Pen le aleja del electorado moderado, que no quiere oír hablar de pactos con extremistas. La derecha ha ganado las elecciones cantonales, pero no está hoy más cerca de la victoria en 1986 que hace dos semanas.

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