Lo que usted mande, jefe
Es una historia más del profundo sur de Estados Unidos, región en la que los caballeros poseen un acendrado sentido del honor, secuela de la colonización española; este subgénero, ramificación del western, fue glorificado literariamente por Steinbeck, Faulkner y Tennessee Williams y luego promovido por el mejor cine de Hollywood, Scarlet O'Hara es su santa patrona y Lo que el viento se llevó su monumento fílmico, su epopeya.Chiefs (Jefes), folletín por capítulos cuya primera entrega se emitió el pasado viernes por TVE-1, es el producto final de la destilación de los ingredientes tradicionales del género, combinados sin excesivo convencimiento. Hay negros honrados que cantan blues en los campos de algodón y señoritos altivos aficionados al látigo y al julepe de menta, heroínas de tez muy blanca y ampulosa falda, policías brutales afiliados a la sección local del Ku Kux Klan, granjeros de buen corazón obligados a tomar el Winchester por imperativos éticos, alcohólicos anónimos seguidores entusiastas de la ley de Lynch... Una jauría humana dispuesta a la menor oportunidad a mancharse de barro los bajos del impoluto traje de lino o los bastos monos de trabajo en la noble labor de preservar la raza persiguiendo fugitivos de tez oscura a través de los marjales.
En las primeras viñetas el condado de Delano vive una paz casi bucólica. Charlton Heston, el jefe, es un individuo que no desiste hasta conseguir que sus ciudades posean los signos básicos de identificación que señalan el paso de la civilización occidental: un banco (el suyo), una iglesia, una comisaría y un cuerpo de bomberos subvencionados por su desinteresado patrocinio. Satisfecho, el jefe acaricia las rubias guedejas de los niños, se quita el sombrero ante las damas, en la calle Mayor y presiona con insistencia al consejo municípal para que la elección de sheriff recaiga en un pusilánime agricultor amigo suyo al que le han ido mal los negocios y que siente escrúpulos para desenfundar el monumental revólver símbolo de su nueva dignidad. -
Pero la convivencia está a punto de saltar en pedazos; en esta ocasión los muchachos del clan se han pasado de rosca y lo que comenzó como un clásico picnic campestre' con flagelación ritual a los postres ha terminado con la muerte de un blanco, la víctima, un joven ferviente partidario de la integración por la vía rápida del ayuntamiento carnal con jovencitas de oscura tez se ha roto el cuello al huir de los ensabanados cofrades de la hermandad.
Huida de la víctima
El asunto hubiera sido una nota más de color en la crónica negra de la villa si un meticuloso forense venido de la capital no hubiese informado de que la víctima en el momento de morir huía a calzón quitado de la agresión sexual de sus perseguidores, el via crucis estuvo a punto de terminar en aquelarre y orgía, los surcos de sangre en la bronceada espalda del reo excitaron los bajos instintos de aquellos honrados padres de familia acostumbrados a celebrar su Semana Santa en pleno recogimiento junto a la cruz en llamas.
El primer capítulo dejó varias incógnitas sin resolver. ¿Conseguirá el honesto banquero devolver la paz a su comunidad y mantener el volumen de negocios de su entidad financiera? ¿Se atreverá a disparar el benévolo sheriff llegado el momento? Y sobre todo, ¿quién es el probo ciudadano que oculta bajo una apariencia respetable y una sábana blanca sus perversos instintos de sodomita asesino? Nos tememos que pueda ser Keith Carradine, en la ficción televisiva candidato frustrado al sherifato, actor que no puede ocultar las huellas de un borrascoso pasado cinematográfico en el que convivió con directores excéntricos, actores hippies, toxicómanos célebres y estrellas del rock
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