El cambio en el PSOE / 1
Ha acabado el 30º Congreso del PSOE. Se ha optado en él entre los dos caminos que cabía escoger: adecuar la acción política a las resoluciones congresuales tradicionales, o fabricar unos acuerdos pragmáticos acomodados a la práctica política cotidiana, por esta última dirección. Y es obvio que ahora hay más coherencia y menos contradicción entre lo que se hace y lo que se proclama. Queda por ver adónde ha ido a parar la coherencia entre las siglas y los sigilos. Pero aun y con esto, no es ésta la cuestión importante. Los problemas con unas u otras resoluciones, y con una práctica política más o menos acorde con éstas, no desaparecen. Están ahí, y cada día con más crudeza.Por algunos se dice que todo ello no es sino una cuestión de táctica, dentro del marco de una gran estrategia, en el avance, en el camino hacia el socialismo previsto y calculado a muy largo plazo en estas tierras. Dos o tres décadas. Se reitera que por esa razón esta forma de hacer no supone ni una revisión de los fundamentos ideológicos ni un desprecio u olvido de los objetivos tradicionales del socialismo. Al parecer, sólo se discute el método, el ritmo, el tiempo. Es una expresión del gradualismo que la propia realidad impone con su tozudez. Todos desearíamos que así fuese, y no por meros anclajes históricos, sino porque valoramos seriamente el riesgo de equivocarnos, pues un yerro en estos cálculos condicionaría y perjudicaría todo lo demás.
Pero algunos tienen, o tenemos, el derecho a temernos que sea algo más que una simple cuestión de táctica, en el ámbito de una estrategia más o menos limitada o pacata.
Otro pensamiento
Puede que todo esto sea, y muy legítimamente, la muestra de la afloración de otro pensamiento político, y para sus mantenedores, como es lógico, mucho más acertado que el de otros, y obviamente contando con un mayor respaldo electoral, y habiendo acreditado popularmente su atractivo. Pero, sinceramente, a lo mejor y a lo peor es ya otra cosa.
Cuando no se discute lo que se quiere y por qué se quiere, se está en la misma posición política, aun cuando surjan diferencias, por serias que éstas sean, sobre el cuándo y el cómo, sobre el ritmo y la música, y nunca sobre la letra.
El 30º Congreso del PSOE es, por esto, uno de los más clarificadores de todos los que el mismo ha celebrado, no sólo desde 1974. Quizá sea comparable al de 1921, en el que se decidió no formar parte de la Internacional Comunista, y al extraordinario de 1931, en el que triunfó la tesis de la coalición social-republicana y, en suma, la de posponer las grandes reformas sociales a las reformas republicano-institucionales de la superestructura estatal o del simple cambio de régimen.
El 30º Congreso del PSOE es, ciertamente, el remate de la obra de un equipo, del núcleo del poder orgánico que representa y encarna Felipe González, que por ello ha hecho perfectamente en aprovechar tan fausto acontecimiento para presentarlo como tal, como la meta de 10 años de recorrido: de Suresnes a la Moncloa, al comparecer exhibiendo a los delegados y a toda la opinión pública un trayecto, una estrategia perfectamente desarrollada contra viento y marea, para llegar desde la conquista del poder en el partido a la conquista del Gobierno en el Estado.
En 1972, en el congreso de Toulouse, por coincidencia entre todo el interior y gran parte del exterior, se eliminó el obstáculo de la dirección en el exilio, de la vieja guardia.
En enero de 1974, la Internacional Socialista reconoció a los nuevos dirigentes, colegiadamente, como titulares legítimos de la representación histórica del PSOE, abriéndose entonces para algunos la lucha legítima por el poder en su seno, para irlo conduciendo a sus objetivos.
En octubre de 1974, en Suresnes, comienza el proceso de personificación del poder y su nucleación alrededor de Felipe González y su equipo coherente y armónico.
En diciembre de 1976, en el 27º Congreso, una nueva concepción de la organización va perfilándose, se eliminan ciertos controles democráticos de los estatutos para convertir a los delegados de los congresos en compromisarios, y se va abriendo el partido a los socialcatólicos y a los socialnacionalistas, en un proceso de evidente transformación.
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