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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Buscadores de oro negro y nazis nostálgicos

El prestigio de Anthony Mann se cimenta en los espléndidos westerns que rodara, películas en las que muestra con gran intensidad la lucha del hombre con la naturaleza, en las que los protagonistas deambulan por un espacio no domesticado, al margen de los libros de Derecho. En Bahía negra aparece James Stewart, que es un típico actor de Mann, la naturaleza también es conflictiva y el relato de corte aventurero, pero la acción no se sitúa en Alaska o en un territorio poblado por los sioux, sino en Luisiana, junto a los pozos de petróleo, ese moderno símbolo de la riqueza que, en manos de Douglas Sirk, adquirió connotaciones fálicas y edípicas, tal y como lo prueba el mimo con que Dorothy Malone acariciara una miniatura de una torre de extracción en Escrito sobre el viento.Los buscadores de oro aquí lo son de oro negro. Con eso está dicho todo. Entre una reluciente pepita hallada en aguas gélidas y la pasión del petróleo por enviar toda la ropa a la tintorería existe la misma diferencia que entre un aventurero puro y un especulador que sólo interesa porque es premonición de seriales televisivos. Eso no impide que Bahía negra tenga su encanto, pero sí lo empaña respecto a los westerns, con los que guarda demasiados puntos de contacto como para que no surja la nostalgia. A Mann ya le sucedió algo semejante al rodar El Cid, parcialmente fallida, mientras logró salir bien librado de La caída del imperio romano, que se sitúa totalmente al margen del cine que le hizo famoso.

Bahía negra se emite a las 16

05 por la primera cadena. Los niños del Brasil a las 22.40 horas, también por TVE-1.

La cinta de la noche es una moderna superproducción basada en una mala novela de Ira Levin. La película resulta curiosa, con algunos momentos inquietantes y varias composiciones formidables, sobre todo las de Olivier y Mason. Su aspecto menos atractivo es su carácter de película con tema importante, concretamente las posibilidades de clonizar personas a partir de los avances de la ingeniería genética. Eso podía servir para un relato de. ciencia ficción apocalíptico, a lo Blade runner, o para una reflexión existencialista como la de La flor amarilla, de Julio Cortázar, pero ambas opciones son desechadas en beneficio de una interpretación política y folletinesca del asunto.

Los niños del Brasil plantea la posibilidad de repetir personajes como Hitler, lograr recrearlos en el laboratorio para que nazcan y crezcan 40 años después de su muerte. Con ello se insinúa que la historia es un juguete en manos de los grandes personajes, que el fascismo no es el invento de un sector de una clase social, sino un virus cuyo germen sólo podía desarrollarse en un cuerpo humano determinado. De no ser una visión insensata del desarrollo de la humanidad -su carácter excesivo acaba volviéndose contra el filme, aunque éste fue fabricado con pericia e imaginación- habría que montar inmediatamente un buzón de sugerencias para que cada cual expresara su ideal clonizable: de John Lennon a De Gaulle, de Berlinguer a Marilyn Monroe.

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