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NECROLÓGICAS

La muerte de Jorge Lluesma, un golpe a traición

El 21 de enero de 1985, cercano el mediodía, todos los colaboradores del Festival de Madrid ocupaban sus respectivos puestos. Alguno pulsaba un télex en inglés o francés o actualizaba la lista de invitados y de Prensa; otro luchaba desesperadamente con algún resquicio de burocracia para abrir un conducto que hiciera más real el festival, o bien arremetía con las ingentes filmografías que debían ser puestas al día; alguien procedía a la traducción de diálogos de un difícil filme en slang. Y varios se enfrentaban con teléfonos de más o menos dificil consecución. Pero un teléfono no respondió: algo más allá de su sonido yacía Jorge Lluesma, director del festival, víctima de lo que fuere -no viene al caso-, pero golpeado a traición.El conocimiento paulatino entre las personas tiene establecidas sus etapas: la gente puede comenzar a comunicarse por una búsqueda común, entre broma y copa, y la estima hace su aparición; luego, cuando la continuidad del trato se convierte en compañerismo, la gestualización cotidiana acrecienta la cercanía y se acaba cimentando una amistad. En estas condiciones, trabajar con un amigo deja de ser, precisamente, trabajar, para convertirse en la compenetración en una tarea. Con Jorge Lluesma -y estoy seguro de manifestar el sentir de todos los que formamos parte de la organización del Festival de Madrid-, tal era el caso. Esa manera tan suya de caernos bien a todos, su sonrisa cachonda para superar los mil disparates por los que también tiene que pasar la tramitación de un encuentro cinematográfico como éste, siguen aquí. Sus opiniones y denuedo por un género que antes de la realización del primer Imagfic era considerado menor dieron sus frutos, y la imaginación más desaforada de los creadores de la pantalla es hoy reconocida sin adjetivos que en su momento tuvieron carga peyorativa.

Estas líneas quieren ser un homenaje a cierto fanatisto -¿Por qué no?- que Jorge Lluesma jamás ocultó por un cine en el que se placía. Quienes le rodeamos en diversas ediciones de su festival supimos compartir su regodeo en escenas de tremendismo que nos muestran muchas caras ocultas del subconsciente, en el celuloide de cualquier latitud. Pero ese conocimiento de lo oculto debió seguir únicamente en la pantalla y no cebarse en plena juventud en, quien posibilitaba, con sus 15 horas diarias de tarea, el que fuese accesible masivamente. El sentimiento de impotencia ante lo inexplicable nos ha ganado a todos los que elaboramos el festival, pues nunca dejaremos de saber que la muerte -cualquiera fuere su manera de llegar, cualesquiera fueren las circunstancias de la misma constituye un golpe a traición.

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