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Dos veces isla

-Puerto Rico es una isla...-¡Hombre, claro!

-Perdón; es que esta verdad de Pero Grullo tiene aquí una doble vertiente: Puerto Rico es una isla no sólo porque está rodeada de mar, sino porque está rodeada de incomprensión.

-¿De incomprensión?

-Lo van a entender en seguida, como diría Felipe González; resulta que su aislamiento físico es también ideológico y nacional. Es quizá el único territorio del mundo que, siendo de raza y cultura distintas de la metrópolis que la domina políticamente, está tan unido a ella que en las elecciones consideradas libres e imparciales incluso por los comunistas el problema que se plantea no es, como sería lógico, la posible separación, sino la posible integración total en EE UU como Estado número 51. El programa de mantener la situación actual de Estado Libre Asociado (una contradicción in términis, dicho sea de paso) es la que ha triunfado en la última consulta electoral, mientras los independistas, como ocurre cada vez ante el tema de recibir el mínimo apoyo del electorado puertorriqueño, como les ocurrió siempre que decidieron apoyar corno mal menor a Hernández Colón.

Estos separatistas tan minoritarios en las urnas parecerán, sin embargo, mucho más numerosos al visitante de la isla que limitara su relación humana al trato con el mundo universitario y el de los escritores; este fue mi caso en el lejano 1963 y sigue ocurriendo ahora mismo, según me comunican. Efectivamente, quien frecuente sólo las aulas y las tertulias literarias creerá que el antiamericanismo es moneda corriente en las islas, y esta visión parcial tiene su lógica. Profeso res y escritores son los únicos para quienes el lenguaje español -o castellano, como ellos dicen- es algo más que un medio de comunicación; es la señal de identidad que les une a la gigantesca tradición de escritores en dos hemisferios. "Mi patria es mi lengua", recordaba Unamuno, y, efectivamente, para ellos USA significa algo más que una imposición política; es una penetración cultural que, aunque no acabe de calar totalmente (los puertorriqueños siguen hablando totalmente en nuestro idioma, aunque prácticamente todos comprendan el inglés), puede llegar a privarles de un oído normal para la transmisión de su pensamiento en verso o en prosa.

Son los únicos que piensan así en la isla, y ésta, a su vez, es la única en el Caribe que presenta esa curiosa característica. Sin llegar al grito de Patria libre o muerte del castrismo, todos los países de la zona tienen a gala afianzar su personalidad propia y les cuesta imaginar que alguien no comparta esa idea. Recuerdo el día que desde La Guaira venezolana compartí el taxi con unas muchachas de San Juan camino de Caracas. El conductor empezó a hablar de política internacional y en un momento dado se dirigió a ellas con un aire entre compasivo y prometedor.

-No se preocupen. Un día también ustedes serán independientes.

-¡Pero si no queremos serlo! -prorrumpieron ellas a coro- Estamos muy bien así.

Y es verdad que están bien así desde su punto de vista de comodidad física y política. Tras un año de vivir en la isla llegué a la conclusión de que la unanimidad se apoya en razones distintas, pero que en cada ocasión resultan ciertas. A los ricos les encanta poseer el pasaporte USA, que les permite viajar, como los romanos antiguos, bajo el paraguas protector de una gran potencia, y a los pobres les encanta una nacionalidad que les permite ir sin trabas a Nueva York si intentan ascender en la carrera social o, por el contrario, si no tienen ambición, vivir con un subsidio de paro inadecuado para los que viven en un clima frío, pero que basta en un país donde no hace falta abrigo ni casi techo. Este subsidio representa para el Gobierno federal el coste más alto de lo que se gasta en los distintos Estados de la Unión pero nadie se queja en el Congreso, porque saben que es dinero que se compensa larga mente con la baza que representa tener un fortín en el centro de la zona neurálgica del Caribe y a pocas millas de Cuba.

Claro que en la corriente americanófila hay matices. En mis conversaciones con los bañistas de las playas -algunas, como la de Luquillos, son tan bellas como las de Hawai- noté que las mujeres, en general, son más proclíves a americanizarse que los hombres. La graciosa discusión cantada entre la admiración femenina y el recelo masculino de West side story es representativa de esa dúalidad. Mi impresión personal es que la puertorriqueña gusta, sobre todo, de lo que la sociedad americana le ofrece de liberación feminista, y por la misma razón esa influencia es rechazada por el todavía en gran parte machista puertorriqueño.

Pero, insísto, son sólo matices. En un amplio 90%, a la población de Puerto Rico no le pasa siquiera por la mente la separación de su ama y protectora del Norte. La única discusión que se plantea es sobre si siguen con el papel de amantes como hasta ahora (Estado Libre Asociado) o se casan (Estado número 51 de EE UU). Por lo que cualquier protesta contra el colonialismo de PR presentada ante la ONU por el bloque comunista o tercermundista se estrellará con la realidad imperante, por asombroso que resulte, de un pueblo al que le parece bien que decidan sus destinos en otra lengua y desde otra cultura.

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