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Tribuna:LAS NOSTALGIAS DE ULISES
Tribuna
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'Lejana' Albania

¿Van a iniciarse las relaciones diplomáticas con Albania? Las señas parecen indicar que así va a ser: es el único país europeo con el que todavía no nos hablamos; la representación oficiosa en Madrid tiene cada vez mayor libertad de movimientos, a pesar de su republicanismo militante, y Radio Tirana ha dejado hace tiempo de considerar a la España posfranquista como una secuela y no como una rectificación del régimen anterior. Y cuando haya intercambio de embajadores y turistas ya no será importante, como lo ha sido durante una decena de años, haber estado allí. Ya no podremos presumir como lo hacíamos hasta ahora los pocos, poquísimos, que habíamos logrado cruzar la difícil frontera. ¡La de faroles que habíamos apagado! Hablaba el petulante viajero de sus recuerdos de Zambia, de los pingüinos de los mares australes y de los canguros de Australia, y entonces uno le decía:-¿Y Albania? ¿Conoces Albania? Seguro, porque está mucho más cerca.

El relator guardaba entonces casi siempre un desconcertado silencio, antes de balbucear avergonzado:

-No. Es muy difícil entrar ahí...

-¡Ah! Será para ti... Yo sí estuve.

La verdad es que sí dejaban pasar, pero con cuentagotas, y para cruzar ese embudo no valía la riqueza, el nombre famoso en las letras ni en la aristocracia. Salir en una revista del corazón era tan inútil para esa pretensión como aparecer entre los millonarios de Fortune o los actores de Variety. Ni la capacidad ejecutiva ni el apellido espectacular ayudaban lo más mínimo a conseguir visado. Al revés. Era más fácil llegar a Albania siendo una ATS valenciana que llamándose Robert Redford o Norman Mailer.

Justamente a mí me perjudicó en mi empeño, al principio, el tener una firma relativamene conocida. "¿Para qué quieres ir a Albania?", me preguntaba el cancerbero madrileño que por delegación de Tirana se encargaba de los visados. "¿Para ponernos verdes en tus artículos?".

-Es que... es el único país de Europa que no conozco -argüía yo-, pero si tenéis ese recelo os prometo no escribir nada sobre él.

Me dejaron entrar, me dejaron ver, me dejaron oír, me dejaron escribir y aún parece ser que no les molestó demasiado lo que conté en las páginas de este mismo periódico. Porque fui sin prejuicios y observé al Estado con ojos tan sinceros como sinceras eran las vistas que me ofrecieron. Y dije todo. Dije que en Albania no había colas para alimentos o vestidos, dije que no mentían como en otros países socialistas pretendiendo lo que no eran social o religiosamente. Que se proclamaban ateos y afirmaban esta idea en su código constitucional -el único país del mundo que lo hacía-, en vez de esconder su anticlericalismo bajo la necesidad de proteger al Estado. Dije que para evitar la burocratización de sus cuadros -habían aprendido de la URSS- obligaban a cada funcionario a pasar un mes al año con el arado o la llave inglesa en la mano; que el país tenía más médicos por número de habitantes -datos de la Unescoque cualquier otro del mundo. Y que eran los seres más independientes del universo, al rechazar con la misma dureza a los tres colonos que lo dominan, es decir, EE UU, URSS y China comunista, todos, según ellos, malvados imperialistas, el primero por su natural capitalista y los otros dos con engañosa apariencia socialista.

También dije las cosas desagradables: que seguían inmersos en el culto extremo de la personalidad, venerando al supremo guía Enver Hoxa; que nadie podía hablar, escribir o emitir nada que pudiera rozar siquiera levemente la única verdad del marxismo-leninismo, y que su represión contra los enemigos del sistema había sido y seguía siendo sin piedad.

Pero sobre todo insistí en la singularidad de un país que en el centro del Mediterráneo permanece más lejano que la Luna, encastillado en su ideología única y protegido del nefasto contacto exterior, tanto por su política como por un idioma increíblemente difícil, a pesar de ser una rama -retorcida, pero rama- del árbol lingüístico europeo.

Albania sorprendente, desde las costas sureflas frente a Corfú a la frontera yugoslava, que en lugar de camino hacia Europa es barrera militar, debido a las diferencias con Tito y al caso de la minoría en Kosovo; Albania asombrosa en la agricultura, que aterraza montañas para no dejar 100 metros estériles; Albania, país de pastores, que exporta hoy hilo de cobre a Suecia... Sorpresa tras sorpresa. Como la del puritanismo, más increíble para nosotros al proceder del ala que siempre hemos considerado más liberada sexualmente, es decir, la izquierda. Ya conté en aquella ocasión el asombro de las muchachas cuando, al mencionarse ante los albaneses el obsoleto tema de la virginidad, nos contestaron: "De eso, nada. Aquí esperamos que la mujer la mantenga hasta el matrimonio. ¿El aborto? ¡Qué dice! Totalmente prohibido. ¿El divorcio? Está muy mal visto. El partido aconseja a los cónyuges que mediten antes de tomar esa decisión".

Ahora me apresuro a recordar las que entonces fueron experiencias únicas, por temor a que dentro de poco resulten vulgares, cuando las dificultades de hoy hayan desaparecido y las relaciones se hayan intensificado, y ante la pregunta: "¿Has estado en Albania?", se conteste: "¡Pero hombre! ¿Quién no ha estado en Albania?".

Es decir, cuando ir a Tirana sea -mal, muy mal comparado- como ir a Marbella.

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