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Los jóvenes y sus maquinas

En el curso de las dos semanas siguientes a la triunfante reelección del presidente Reagan realicé mi primera visita a Estados Unidos desde mi jubilación, 20 meses antes, como catedrático de Historia en la Universidad de California. Una de mis hijas es especialista en química del suelo, y la otra, arquitecta paisajista, de manera que pasé la mayor parte del tiempo con jóvenes profesionales y sus familias. Observando sus casas y paseando por los barrios residenciales de Berkeley, me llamó especialmente la atención un rasgo cultural, nada nuevo para mí, pero cuya omnipresencia me resultaba positivamente aterradora: su preocupación por sus casas, sus máquinas y sus jardines. No era algo extraño ver tres coches, o dos coches más una camioneta o un jeep, más una motora o un velero, más equipo de esquí y caza, más un congelador, un cortacésped con motor y, en algunos casos, una antena de plato para captar los programas por satélite y los ruidos misteriosos del espacio exterior. Todos estos artículos se encontraban en el garaje o en el patio. Dentro de la casa, naturalmente, había una lavadora, un fregaplatos, una aspiradora y varias herramientas eléctricas.En el caso de las parejas sin hijos, tanto el marido como la mujer tenían empleos de jornada completa y se preocupaban por sus carreras individuales y por las mejoras salariales. Donde había niños, la mujer tenía un empleo de media jornada, se preocupaba claramente por mantener su posición profesional y, en cualquier caso, no permitía que se le tratase simplemente como madre y ama de casa. En la vida interna de la familia reinaba una gran cortesía, había cooperación en las tareas domésticas y en general poca conversación que noestuviera relacionada con el trabajo. Todos colaboraban en el ruido de las máquinas, participaban en la limpieza de la casa, el cuidado de las flores y cortaban el césped.

Otro rasgo sorprendente de esta visita fue el ambiente renovado de prosperidad material. Mis últimos cuatro años de profesor con horario completo y administrador con horario parcial correspondieron con los años de la presidencia de Carter. En esa época, la industria californiana estaba pasando por una fuerte recesión. Resultaba dificil conseguir fondos para la investigación, los sueldos de los profesores iban por detrás del índice de inflación, y los estudiantes se estaban alejando de la rama de ingeniería, ya que parecía ser una carrera con unas salidas laborales muy pobres. Este año, los profesores tendrán unos aumentos del 10% al 12%, hay multitud de empleos en dedicación parcial como consultores, ofrecidos por la industria, y los estudiantes están regresando en masa a los estudios de ingeniería.

Lo que me sorprendió aún más que el ambiente de prosperidad fue la indiferencia (puede que en algunos casos no fuese más que simple ignorancia) respecto a la base de la nueva prosperidad. Si hacen falta ingenieros, si los sueldos de los científicos de investigación aplicada y de los técnicos están subiendo, si corren liberalmente los fondos para la investigación y tareas de consulta, es porque se están invirtiendo miles de millones en una economía de preparación de guerra. Silicon Valley, así como todas las industrias de alta tecnología repartidas a lo largo y ancho de Estados Unidos, está produciendo miniordenadores y chips especiales para su uso en carros de combate, aviones, carros blindados, submarinos, jeeps, satélites de comunicaciones y meteorológicos, misiles, antimisiles y bombas limpias. Puede que la guerra de las galaxias del presidente Reagan no sea más que un concepto ilusorio de defensa contra un ataque nuclear masivo, pero entre tanto se están ganando millones en contratos de defensa. Y el enorme gasto militar supone también la prosperidad para una amplia variedad de industrias y servicios civiles: la construcción de vivienmdas, de carreteras y de todo tipo de instalaciones, guarderías, salones de belleza, centros comerciales, bancos, etcétera.

Pregunté a alguna gente de mi edad y de la edad de mis hijas si se daba cuenta de que el motor principal de su prosperidad era

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el presupuesto de defensa. Algunos dijeron que sí, pero que era necesaria la disuasión, que los soviéticos habían aumentado su capacidad nuclear a gran velocidad durante los años de Carter, que Estados Unidos debía ponerse a su altura y que, en cualquier caso, el armamento de destrucción masiva no se utilizaría más que para negociar desde una posición de fuerza. Otros evadieron la cuestión de la estrategia nuclear y del gasto militar, insistieron en el ciclo comercial acostumbrado, en la expansión tradicional norteamericana y en los componentes de la industria de servicios, de carácter civil, de la nueva prosperidad.

De repente me acordé de mi amistad con el desaparecido Herbert Marcuse. Tras recibir un anónimo amenazándole de muerte en 1968, varios colegas, entre los que me encontraba, nos turnábamos para acompañarle a lo largo del recorrido de un kilómetro de su casa a la universidad. Aquellos paseos me dieron la oportunidad de disfrutar de su conversación, siempre animada. Uno de sus temas más frecuentes era la forma en que la cultura industrial avanzada favorecía preferentemente a las clases trabajadoras, anteriormente revolucionarias, y a los elementos progresistas de la clase media, tales como estudiantes y profesores de Universidad. Los trabajadores de la industria automovilística y siderúrgica se habían vuelto conservadores porque defendían sus puestos de trabajo, sus altos salarios y sus futuras pensiones en la industria de defensa. Los profesores universitarios se habían vuelto conservadores porque la hora de trabajo estaba mejor pagada como consultores en la industria y el Gobierno que como profesores. Los estudiantes de ingeniería, que podían esperar ganar más en su primer empleo en la industria que lo que ganaban sus profesores tras 20 años de enseñanza, se harían, como es natural, políticamente conservadores o, por lo menos, políticamente indiferentes, lo cual, a efectos prácticos, significaba ser conservadores.

A raíz de aquella visita de dos semanas a California he pensado mucho en la psicología de los jóvenes profesionales entre los que estuve todo el tiempo. Muestran la ética del trabajo tradicional norteamericana en sus carreras y en la atención que prestan a sus casas. Su afluencia no se traduce en el empleo de la riqueza y el ocio en intereses humanísticos o en la preocupación por el futuro de la raza humana. Emplean el dinero para adquirir posesiones, y su tiempo libre y sus impulsos estéticos son absorbidos por el cuidado de sus casas, sus máquinas y jardines. Muchos van a la iglesia los domingos y se sienten reconfortados pensando que Dios aprueba la economía de guerra que forma la base de su prosperidad. Prácticamente todos consiguen ignorar o racionalizar las implicaciones destructivas de su estilo de vida. ¿Conseguirán despertar a tiempo los dirigentes de los países no ligados a Estados Unidos o a la Unión Soviética para salvarnos a todos de un desastre de alta tecnología?

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