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El regreso al hogar

Percibo de nuevo una imagen visual que desde que era niño me revuelve el ánimo y me desasosiega. Esta imagen es la contemplación de esas bandadas de aves migratorias, en forma de cuña, que ocasionalmente advertimos en las transiciones de invierno a primavera, de verano a otoño. La pasada noche oí sus gritos o graznidos en lo alto, levanté los ojos, y allí estaban. Eran patos o ánades, no sé, y volaban a la luz de la luna. Era, aquélla, una visión un tanto inquietante. No me puedo quedar indiferente cuando percibo estas formaciones de aves migratorias, que me parecen como un símbolo o una llamada. ¿Qué esquinas de mi espíritu se inquietan y alertan ante esta contemplación? La imagen de estas aves, para mí, encierran el simbolismo de una liberación. Me recuerdan que el hombre es un ser prisionero, un ser incompleto que también necesita llevar a cabo un camino, un regreso al hogar de la propia identidad. Estos anhelos que me conmueven interiormente cuando advierto en el cielo el vuelo de estos pájaros constituyen como una pista, son una señal indicadora, un indicio de que, cuando nos sentimos revueltos y desasosegados, estamos un poco más cerca de la verdad. ¿De qué verdad?, se me podrá preguntar. De encontrar ese algo genuino, con calidades de absoluto y eterno, que siento que yace en mi interior. Y que es algo que está pugnando por salir, por brotar, por despertar. Todos anhelamos, casi siempre sin saberlo, hallar el sentido de nuestra existencia. Siento que es así. No voy a cometer el atrevimiento de decir que sé que es así. Pero sería faltar lisa y llanamente a la verdad si dejara de confesar que, desde hace algunos años, late en mi interior un anhelo muy preciso: comprender, entender el sentido de mi vida, tal vez despertar.He tenido una lenta conversación con Jean Klein, el autor de La alegría sin objeto, cuya traducción española, por cierto, está agotada. No voy a reproducir aquí nuestro diálogo. Ello supondría destripar uno de los capítulos de un libro que estoy a punto de publicar. Pero sí quiero decir, solamente, que en un momento de nuestra conversación Jean Klein me afirma con rotundidad: "El hecho de que usted crea que está aquí, haciéndome preguntas y oyendo mis respuestas... eso es un sueño. Y es un sueño no más real que el que haya podido tener anoche, en su cama, mientras descansaba". Más tarde, cuando yo le pregunto acerca del momento en que se disipará este sueño que creemos estar viviendo, Klein me comunicará, sonriendo: "El problema de despertar no tiene nada que ver con el tiempo. Nos podemos despertar en un solo instante".

Más extensamente aún que con Jean Klein converso con Antonio Blay, autor de Caminos de autorrealización, a quien dedico otro capítulo de mi libro. A mi pregunta de si esta vida es o no un sueño, Antonio Blay me responde: "En la medida en que se

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vive una conciencia de realidad, de amor permanente y de pura inteligencia, y se puede permanecer ahí... entonces, evidentemente, ves esta vida como un sueño". Blay, sin embargo, añadirá aún una frase por cierto bastante inquietante: "Ahora bien, en la medida en que uno no viva así, esta existencia es la única realidad para él, y hablarle de otra cosa parece como una ilusión".

Ambos autores, Jean Klein y Antonio Blay, se reúnen periódicamente con centenares de personas y conversan, explican, dan pistas, inducen y ayudan. No son unos ejemplares únicos en esta labor. Hay muchas más personas que se dedican a ello. Y quienes acuden -tal vez, quizá, en mayor número cada día- a estas reuniones o seminarios son seres exactamente igual que los demás, salvo en un detalle: inconformes con la falta aparente de sentido de esta vida, ellos tratan de saber, de comprender, de entender, de averiguar, de buscar, no sé qué clase de palabra puedo emplear para ser más explícito. Si este mundo fuera una apariencia, una irrealidad, ellos están tratando de ahondar en otra realidad, más profunda, más real -perdón por la redundancia-, que subyace en el interior de todo ser humano.

Este fenómeno de la búsqueda interior, desde una perspectiva numérica, es sencillamente desolador. Quiero decir que siempre -históricamente- han sido muy pocos los interesados en hallar la verdad. En todos los tiempos ha ocurrido lo mismo: junto a una vasta proporción de la humanidad que se desenvuelve, más o menos resignadamente, en el sopor o semisueño que constituye la vida humana, sólo unos pocos se muestran disconformes con la aceptación de esta apariencia y tratan de ahondar. ¿Por qué siempre son tan pocos? Le formulé esta misma pregunta a Antonio Blay, y su respuesta fue: "Es un misterio".

Es imposible buscar y no encontrar, siempre que la búsqueda sea auténtica y genuina. Hay una especie de sentencia que dice: "Cuando el discípulo está preparado, aparece el maestro".

Se puede aceptar, y de hecho muchos lo aceptan, que todo lo que existe está en nuestro interior. Pero esta mera formulación, en un plano simplemente mental, no nos servirá para nada. Hay una experiencia a vivir. De hecho, no es una experiencia, sino la experiencia. Ninguna utilidad me procurará la lectura de Aurobindo, Hamblin, Goldsmith y tantos otros autores que han llegado a experimentar esta realidad profunda si yo no accedo a ella. Estos testimonios son meras flechas indicadoras.

La contemplación de estas ocasionales bandadas de aves migratorias me ha traído hasta aquí, y creo que cuando empecé a escribir estas líneas no pensaba en llegar tan lejos.

Me parece que en la visión de estos pájaros que graznan en la noche, camino del hogar, camino de casa, hay una especie de simbolismo o de nostalgia: la significación podría ser que también nosotros estamos muy lejos de nuestras casas verdaderas y, desde el fondo de nuestros corazones, anhelamos ardientemente llegar a ellas.

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