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Moral para criadas

Fernando Savater

Supongo que no habrán olvidado ustedes lo que míster Mervyn Griffith-Jones preguntó indignadamente a los tribunales británicos cuando se querelló contra Penguin Books por haber publicado una versión íntegra de El amante de lady Chatterly: "¿Es acaso el tipo de libro que pondríais en manos de vuestra criada?".- Estoy seguro de que por aquel entonces -1910- consiguió sobresaltar de remordimiento a más de un magistrado. Quizá el efecto de su admonición retórica hubiera aumentado de haber añadido "...o de vuestro jardinero", pero ni siquiera los inquisidores pueden estar en todo. En la actualidad, las criadas han desaparecido y hasta va dejando de oírse aquel lamento señorial de antaño: "¡Cómo está el servicio!", trocado hoy en un gemebundo "¿dónde está el servicio?". Ahora tenemos empleadas de hogar, asistentas domésticas, auxiliares íntimas o colaboradoras de la privacidad... En la mayoría de los casos no tenemos nada y hay que hacérselo todo solitos y luego bajar la basura al portal. Pero algo queda de aquella época de opulencia y sumisión: queda, precisamente, la moral para criadas de la que mister Mervyn Griffith-Jones se hizo en su día aventajado adalid. Es una moral hecha de escrúpulo y escándalo, de morbo y minucias, de pudibundos escalofríos y ordenancismo a ultranza, cuya exhibición pública es la regañina o la prohibición penal y cuyo deleite secreto es el vicio de atisbar... Advertirán ustedes que no menciono la hipocresía, porque la hipocresía al menos es un homenaje que el vicio rinde a la virtud y aquí lo considerado vicioso y lo tenido por virtuoso se diluyen en una misma y resfriada miseria. Moral para una sociedad donde cada cual ha vuelto ya a casa y ha atrancado la puerta, pero no resiste la tentación de vigilar por la mirilla, moral de funcionarios para quienes el reglamento sirve a la vez de espejo de perfección y cuchilla para podar a los rivales de despacho, moral para criadas, ahora que por fin somos ya criadas todas, como siempre debió ser.A un alumno universitario cuyas quejas sobre el cumplimiento de los horarios académicos iban acompañadas de edifilcantes pero innecesarias consideraciones morales, no tuve más remedio que contestarle: "Si alguna vez hubiese pensado que la ética y los horarios tienen algo que ver, me hubiera hecho relojero en lugar de perder el tiempo con Spinoza". Pero luego recordé a Kant y sus puntuales paseos a través de Königsberg, acompañado por su viejo criado Lampe, "que le seguía con aire inquieto y vigilante, con el paraguas bajo el brazo, como verdadera imagen de la Providencia" (Heine dixit) y tuve que admitir que los grandes hombres han hecho mucho daño a sus criados y viceversa, lo que aún seguimos purgando quienes hoy tenemos que servir.

Los partidarios de la moral para criadas lo hipermoralizan todo lo habido y por haber. Las huelgas o los impuestos se rigen por consideraciones éticas; sólo la ética orienta la política educativa o las reacciones contra ella, y sin una seria reflexión moral nadie sería capaz de acertar en política exterior ni de afrontar los problemas de la superpoblación urbana ni siquiera de conducir adecuadamente un autobús de línea. La moral para criadas lo va sustituyendo todo -al menos, claro está, en el plano de la verborrea ideológica- y ya no hay ni derecho ni política, ni sentido común, sólo ética. Pudiendo ser éticos, ¿por qué conformarse con menos? Decir de una medida que es legal o, aún peor, que es política es degradarla, reconocerla opresora o trivial; para que sea resplandeciente y elevada tiene que ser, por lo menos, ética. Vivimos en un imperialismo categórico. Si a uno se le ocurre sefialar que la ética es un área de la valoración racional, pero no el todo y que hay otros valores perfectamente respetables que no son éticos, queda uno catalogado

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Moral para criadas

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a la altura de Goebbels- si alguien recuerda que la ética sólo tiene que ver con la conducta de uno mismo, pero nunca sirve para juzgar a otro (eso no es ética, sino puritanismo y chismorreo), puede ser tomado de inmediato por un insolidario corruptor de las buenas costumbres. Por lo visto, contra el estafador de viudas, el dictador que extermina a sus adversarios, la carrera de armamentos que condena a la muerte por hambre a millones de criaturas o el simple ministro incompetente no hay más que argumentos éticos: ni el derecho ni la política tienen nada que decir al respecto que merezca ser escuchado. Pero, claro, esta majadería, como casi todas, es menos desinteresada de lo que parece. Como la ética -es decir, la moral para criadas- es puro limbo declamatorio, el magistrado, el político o el revoluciononario profesional quedan, en el ejercicio diario de su tarea, entregados a lasimple razón de Estado y a los intereses de la fuerza. Seis días a la semana para atropellar todo lo que se ponga por delante y colaborar con la irracionalidad del orden vigente, más un domingo ético en el que arrepentirse de los desafueros cometidos y sobre todo censurar la inmoralidad de los adversarios, deplorando de paso que la perfección ética no sea cosa de este mundo... De mí sólo sé decirles que, desde hace un par de años, en cuanto oigo utilizar la palabra ética en un contexto público, hecho mano a mis vicios...

A fin de cuentas, es la enésima versión de Dios en la Tierra. La moral para criadas sirve de punto de encuentro en la blandenguería ideológica y a la vez en el celo tardo-inquisitorial a los curas tradicionales, modernos y posmodernos. Seamos éticos, porque si la ética no existe, todo está permitido. La ética en persona se aparece de cuando en cuando a sus fieles y les permite descalificar con amargo sarcasmo la supuesta ética de sus adversarios. Hay éticos de la liberación y éticos de la muerte de la ética, y éticos negativos. Pero todo viene a ser moral para criadas, no se vayan ustedes a creer. Y tal como frente a la varia caterva de los teólogos surgieron esos ateos racionalistas que no eran sino los herederos malformados de las teologías (a los que denunció Nietzsche al final de su Zaratustra), frente a los pluriéticos del día brotan como hongos los partidarios de versiones más científicas de la misma moral para criadas. Tomen ustedes por, ejemplo el caso de la droga, que resulta de los más conmovedores. Es uno de los temas en que viene siendo más difícil escuchar jamás algo sensato: ¡con decirles que hay perfecto acuerdo en sus apreciaciones entre comunistas y obispos! Dentro del marco general de la moral para criadas en que todos se mueven, unos, los palomas, se inclinan por lo asistencial frente a lo represivo mientras que otros preferirían ante todo la represión. Hay blandos-duros que querrían asistencia para los drogadictos y represión contra los traficantes, junto a duros-duros que quisieran represión contra todo el mundo, fuera consumidor o proveedor, y blandos-blandos, que por su gusto asistirían a todo quisque, pues también los traficantes sufrieron traumas infantiles a no dudar. Un descubrimiento muy importante y saludado en las altas esferas con el entusiasmo que merece es que "el problema de la droga es peor que el terrorismo". ¿Peor? ¿Acaso hay diferencia? A los ojos severos e incorruptibles de la ética, que es quien tiene la última palabra en administraciones intachables como la nuestra, ¿no es el terrorismo la peor de las drogas y la droga el peor de los terrorismos? Pues, voilá... También pueden ustedes leer, si tienen buen estómago, las informaciones de Prensa sobre el caso Edelweis, suceso por lo visto casi más horripilante que el hambre en Etiopía o los envenenamientos del aceite tóxico. El protagonista es marciano y sodomita, vaya lo uno por lo otro; además, nazi. Sometido a investigación psiquiátrica (supongo que no por nazi, pues aquí les hemos tenido durante años en ministerios, policía, magistratura, etcétera..., ni tampoco por creerse de otro planeta, pues cosas más raras creen los religiosos de cuya capacidad mental nadie puede dudar al poner a los niños en sus educativas manos) sometido, pues, a investigación psiquiátrica por ser bisexual, el forense no halló en él "ni ilusiones, ni alucinaciones, ni fobias, ni obsesiones", y en vez de extrañarse, le declaró responsable pleno de sus actos. Su padre, que desde pequeño advirtió cosas raras en él, intentó salvarle por la vía médica, pero sin éxito. Es que estamos en manos del destino de la ética.

Vayan las notas anteriores en mínimo homenaje a Michel Foucault. Sólo la supina incompetencia axiológica de la moral para criadas puede declarar a Foticault nihilista en cuestiones éticas. Por el contrario, su esfuerzo fue precisamente resaltar la contradicción inherente a la moralización coactiva de la sociedad, que pone el principio del dominio exterior allí donde se supone que nace la libertad de cada cual, sea en forma de control psiquiátrico, orden carcelario o normatividad sexual. Es cierto que no acometió la tarea especulativa de fundamentar y analizar en toda su profundidad ontológica la pregunta ética, es decir, la posibilidad de una categorización racional del querer humano. Pero sus descripciones en profundidad de lo que institucionalmente significa y ha significado ser responsable siguen siendo uno de los mejores antídotos que conozco contra la peste de la moral para criadas que desde todos los frentes nos predican. En uno de sus dos últimos libros, en uno de esos trllazos fulminantes que a veces atravesaban la engañosa serenidad de su estilo, aventura: "Quizá los hombres no inventan mucho más en el orden de las prohibiciones que en el de los placeres". ¿Será por la inconfesable vinculación que une a las primeras con los segundos?

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