Georgine Dufoix
Cuando en mayo de 1981 los socialistas, con François Mitterrand al frente, consiguieron el poder, no se sabía en Francia quién era Georgine Dufoix, una señora de 41 años, larga y afilada como una espiga, que el viernes último fue nombrada portavoz gubernamental sin abandonar por ello el Ministerio de los Asuntos Sociales y de la Solidaridad Nacional, que, entre otras gabelas y dolores de cabeza, le pone en sus manos la masa monetaria de más peso del país, es decir, la de la Seguridad Social.
El mundo político la reconoce como un animal político que sonríe bien, que sabe lo que son los medios de comunicación y que piensa demostrarlo, cosa que no ha hecho ninguno de sus antecesores, no se sabe si porque eran poco idóneos o porque no había nada que explicarles a los avispados ciudadanos.Da gusto ver sonreír a esta mujer en la pequeña pantalla. Y da mucho más gusto cuando se sabe todo lo que arrastra: desde el primer Gobierno socialista no ha parado de ser algo, y de promocionarse cada vez que se han movido los peones del mando. De entrada fue secretaria de Estado de la Familia. Después lo fue de los ancianos, y después de la población y de los inmigrados. Y, por fin, ministra a todo trapo desde que, el verano último, Mitterrand la premió con el Ministerio de las Cuestiones Sociales. Y ahora, por añadidura, portavoz.
Su hogar familiar está en Nimes, la capital francesa de la tauromaquia, donde la Dufoix, que no en vano se licenció en Ciencias Económicas, fundó hace años una empresa de obras públicas que ahora dirige su marido. Pero aún hay más: Dufoix -o Georgine que es más circular y sonoro- tiene cuatro hijos, estudiantes todos ellos.
Tanto ministerio aún no le ha malogrado el encanto del que presume, ni la sonrisa. El tiempo dirá si desde las escaleras del palacio del Elíseo, como portavoz, es capaz de mantener las palabras puntos y comas con los que ligó el otro día una declaración conmovedora: "Con frecuencia las gentes tienen la impresión de que el lenguaje político es una habilidad. Pues bien, yo tengo esa habilidad". De Georgine se dice que es capaz de todo, incluso de decir la verdad, toda la verdad y sólo la verdad.
Raza no le falta a la señora: empieza a trabajar en su ministerio parisiense a las 6.30 horas de la madrugada y no para hasta las 20.30 horas, mientras su marido cuida de los negocios conyugales allá en Nimes y cada uno de sus hijos está en su sitio. Para ahorrar la gimnasia, por falta de tiempo también, sube a pie los cuatro pisos del ministerio, y huye del mundanal ruido, no se presenta ni en un guateque, apenas fuma, no bebe, ni se maquilla siquiera, y, lo ya dicho, hasta ahora por lo menos, nunca ha dejado de sonreír. De todo esto deduce ella que no es una "dictadora, sino que posee una cierta autoridad".
Polifacética Dufoix, como ministra de los Asuntos Sociales, inició por primera vez la defensa del presupuesto monumental de este departamento. La tarea no fue fácil porque "hay que controlar los gastos de la salud", dijo.
La mujer perfectamente anónima de 1981, que ya en 1968 había conocido a Mitterrand para alistarse en el partido socialista dos años más tarde, ya no puede pasearse sola por la calle. Si su trabajo de portavoz del Gobierno le sale bien, justo cuando se avecinan unas terribles elecciones legislativas, es decir, si Georgine, en la primavera de 1986 puede vanagloriarse de que desde su puesto haya contribuido a una hipotética victoria, no se sabe lo que Mitterrand sería capaz de hacer con ella.
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