El 27º Congreso : Un socialismo realmente inédito
Era la noche del 4 de diciembre de 1976. Faltaban sólo unas, horas para la inauguración oficial del 272 Congreso del Partido Socialista Obrero Español, el primero en España desde la guerra civil; poco. antes había terminado una cena ofrecida por el PSOE a Willy Brandt, presidente de la Internacional Socialista, llegado esa misma tarde a Madrid también por primera vez desde la guerra civil. Pero todo esto lo ignoraba el mando del benemérito instituto.Ante el alboroto organizado se acercó un miembro del Cuerpo General de Policía (denominado ahora Cuerpo Superior), quien informó: "En efecto, mi coronel, esta zona del hotel ha sido reservada al Partido Socialista Obrero Español y no se puede circular". "¡Pero qué dice, un partido político; eso está prohibido!". "Le ruego me disculpe, mi coronel. Son las órdenes que tenemos...".
El joven barbudo, Valentín Medel, estaba allí por una pirueta de su vida militante. Había dedicado los cuatro meses anteriores a elaborar la definición del PSOE como un partido marxista, y de pronto se vio investido con la responsabilidad de jefe de seguridad del congreso. Otro afiliado, Domingo Ferreiro -actual gobernador civil de La Coruña-, se encargaba de la seguridad exterior, que consistía en acompañar a las personalidades en sus desplazamientos por Madrid. Compartían dichas tareas con 15 miembros del Cuerpo General de Policía, que oscilaban entre la sorna y el desconcierto al repartir con aquellos aficionados la escolta a Willy Brandt, Olof Palme, François Mitterrand, Michel Foot, Pietro Nenni o Carlos Altamirano (este último era trasladado de habitación tres veces al día y dormía siempre fuera del hotel, en previsión de un atentado ultraderechista).
Al final, Pedro Pablo Mansilla, un estudiante de 22 años, emergió de las últimas filas del congreso con una bandera republicana y la paseó en triunfo por el salón, provocando grandes aplausos y gritos de "¡España, mañana, será repúblicana!". Enrique Múgica -situado justo enfrente del pasillo por el que avanzaba el portaestandarte- y otros dirigentes gesticularon hacia los encargados de la megafonía: "La Internacional, que pongan La Internacional', y a los acordes del himno cesó el grito republicano y todos comenzaron a cantar: "Arriba, pueblos de la Tierra...", la mayoría apoyándose en la correspondiente chuleta, que revelaba su poca práctica al respecto.
Faltaban seis años justos para que el portavoz del pendón tricolor fuera nombrado asesor ejecutivo del ministro de Sanidad del primer Gobierno socialista, Ernest Lluch. Pero el 8 de diciembre de 1976 Pedro Pablo Mansilla era un feliz militante de la Agrupación Socialista Universitaria (ASU), que hizo el recorrido con la bandera en medio de un clamor casi general. Y eso que le había costado lo suyo conseguirlo. Alertados de que los militantes de la ASU estaban dispuestos a exhibir el símbolo republicano, los servicios de orden trataron de disuadirles en plan amiguete -"no jodáis, no saquéis la bandera"- y después interceptaron tres veces a quienes trataban de colarla bajo las gabardinas. Pero en el último día lograron exhibirla en plan triunfal.
Esfuerzo titánico
(Pedro Pablo Mansilla, que ahora tiene gafas y ya no lleva barba, recuerda bien la escena: "No me arrepiento en absoluto de lo que hice, porque tenía un sentido, dentro de nuestra reivindicación de las libertades y de la democracia, que históricamente había encarnado la República mejor que la Monarquía. Ahora bien, hoy comprendo que la dirección estaba mejor informada y, por tanto, tenía sus raz6nes para preferir que la bandera no hubiera salido". Y añade: "Bien me gustaría tener la oportunidad de ver algún día al Rey para agradecerle lo mucho que ha hecho por la democracia en España").
El 27 Congreso del PSOE provocó un fuerte impacto en la sociedad española. Esta operación permitió la identificación plena entre el PSOE ,la figura de Felipe González y un conjunto de líderes que gobernaban o habían gobernado en Europa. A esas alturas, la percepción que la opinión pública tenía del PSOE era bastante confusa; en aquellos tiempos funcionaban, además de este partido, el Partido Socialista Popular (PSP), de Enrique Tierno, y la Federación de Partidos Socialistas (FPS), en la que se integraban los grupos de Enrique Barón, Joan Reventós, Alejandro Rojas Marcos, etcétera, todos los cuales habían celebrado ya congresos o jornadas públicas. Y el PSOE pretendía mostrar cuáles eran las diferencias de línea, de organización y de proyectos con aquéllos.
El partido socialista llegó al 272 congreso con 9.141 militantes, casi tres veces más que en Suresnes; pero aún así seguía siendo una pequeña organización. La importancia del congreso no era proporcional a las dimensiones del partido, y para salvar esa realidad hubo un esfuerzo titánico por parte de Alfonso Guerra, secretario de información y propaganda de la ejecutiva socialista, quien utilizó las dos estructuras ya montadas por él: el Instituto de Técnicas Electorales (ITE), con Julio Feo, Roberto Dorado y José Félix Tezanos, y el incipiente aparato partidario, a cargo de Manuel Marín, Carmen García Bloise, Helga Soto, Carmeli Hermosín y Myriam Soliman, fundamentalmente.
Es prácticamente seguro que hubo un apoyo financiero especial de las organizaciones internacionales socialistas, que a esas alturas habían creado un fondo de solidaridad para España y Portugal. Todo se preparó, no obstante, con una infraestructura y medios económicos muy inferiores a los que podrían imaginarse, según fuentes dignas de crédito. Por supuesto, los organizadores recibieron órdenes estrictas de hacerlo en total secreto; por eso, cuando una revista revelé el eslogan previsto para el Congreso, Socialismo es libertad, los dedos acusadores cayeron sobre Roberto Dorado y Helga Soto, que "habían sido vistos almorzando con un periodista", y éstos permanecieron en entredicho hasta que el asunto fue olvidado, no sin muchos resquemores.
He aquí a los marxistas
El PSOE Se definió en su 272 congreso, por primera vez, como un partido marxista; pero es falso que lo hiciera por presiones de Francisco Bustelo, contra lo que aseveran algunas versiones. Esa propuesta fue formulada por un grupo denominado Colectivo Pablo Iglesias, nada vinculado a Bustelo. He aquí sus nombres: Baldomero Lozano, Alejandro Cercas, Valentín Medel, Emilio Garrido, Luis Pérez y Santiago Herreros, como núcleo fundacional, a los que más tarde se añadieron el hoy ministro de Trabajo, Joaquín Almunia; el hoy director de relaciones informativas de la Presidencia del Gobierno, Miguel Ángel Molinero; el actual parlamentario socialista Miguel Ángel Martínez, y así hasta casi medio centenar de personas.
(Lozano, que fue diputado en las primeras Cortes democráticas y al que el grupo consideraba como su alternativa a los dirigentes más públicos o conocidos, falleció en 1979; los demás continúan militando, excepto Santiago Herreros, quien abandonó este partido y marchó a Nicaragua para colaborar con el Frente Sandinista.)
El programa del grupo mencionado, fuertemente marxista, radicalmente anticapitalista, traspasó con éxito las barreras de su pequé fío grupo de estudios y alcanzó la aprobación del congreso, puesto que conectaba bien con el espíritu que reinaba en el PSOE por aquellas fechas. Pablo Castellano, a quien el Colectivo Pablo Iglesias se había permitido el lujo de re chazar por demasiado confuso, vio otra razón en aquel éxito: el Colectivo, dijo, era un grupo de submarinos de Alfonso Guerra en la federación madrileña, cuestión que los fundadores del grupo niegan rotundamente.
(Unos meses después del 27º congreso, este colectivo entró en crisis, principalmente por la actitud negativa de Almunia y Martínez a su continuidad. El grupo se autodisolvió y, casi un año después, algunos de sus miembros se ofrecieron a Guerra para organizarle un equipo, oferta que no llegó a cuajar.) Por otra parte, Alfonso Guerra había mantenido estrechos contactos con el Centro de Estudios y Documentación Socialista (Cedis), cobertura del PSOE sevillano de la época, que redactó todo un programa de transición al socialismo y que también fue incorporado a las resoluciones del 27º congreso; por cierto, siguiendo textos de Miguel Boyer en la parte económica.
Las resoluciones del 27º Congreso del PSOE muestran a un partido deseoso de alejarse tanto de la socialdemocracia de Europa occidental como del llamado socialismo real de los países del este de Europa. A fuerza de separarse tanto de un modelo como del otro, el resultado fue un curioso esfuerzo colectivo para fabricar un programa en el que se definía un socialismo realmente inédito, pero, en todo caso, mucho más próximo a las experiencias progresistas de Chile o de Perú -todavía cercanas- y al programa común de la izquierda francesa que a la línea pragmática adoptada casi inmediatamente por la dirección del PSOE.
La ponencia política declaró que el PSOE era un partido socialista "porque su programa y su acción van encaminados a la superación del modo de producción capitalista, mediante la toma del poder político y económico y la socialización de los medios de producción, distribución y cambio por la clase trabajadora". Y añadía: "Entendemos el socialismo como un fin y como el proceso que conduce a dicho fin, y nuestro ideario nos lleva a rechazar cualquier camino de acomodación al capitalismo o a la simple reforma de este sistema".
Para conseguir ese modelo de sociedad, el 272 congreso rechazaba los métodos aplicados en los países comunistas. "Para evitar la degeneración burocrática", decía la resolución, "se exige levantar una democracia socialista, democracia en los partidos y sindicatos, en todos los órganos de poder y decisión, que han de ser elegibles y revocables. Se exige la más amplia libertad de creación y crítica. En resumidas cuentas, el control y la autogestión de los trabajadores en todos los terrenos".
Este respeto a la democracia no era óbice para que los redactores de la propuesta pensaran en la posibilidad de fuertes resistencias a la implantación del socialismo, que deberían afrontarse por medio de la dictadura del proletariado, concebida en los siguientes términos: "Hasta que se cubra el objetivo final de la desaparición del Estado y se cambie el gobierno de los hombres por la administración de las cosas existirá una etapa transitoria de construcción del socialismo en la que serán necesarias intervenciones enérgicas y decisivas sobre los derechos adquiridos y las estructuras económicas de la sociedad burguesa. Consistirá en la aplicación real de la democracia y no en su abolición".
Y seguían: "El grado de fuerza a aplicar estará en función de las resistencias que la burguesía presente a los derechos democráticos de las masas, y no descartamos, lógicamente, las medidas de fuerza que sean precisas para hacer respetar los derechos de la mayoría. Es en este sentido en el que entendemos la etapa de transición, la dictadura del proletariado de la que hablaron Marx y Engels, y rechazamos la formulación estalinista de este concepto, que supone de hecho la dictadura del partido incluso sobre el proletariado, que queda, de esta forma, marginado del proceso de transformación social y sujeto a un nuevo tipo de explotación alienante".
Esta propuesta llegó al congreso igual que la del marxismo, pero a Felipe González le pareció demasiado. En lugar del texto antes transcrito, el congreso aprobó lo siguiente, que tampoco era manco: "El grado de presión a aplicar deberá estar en función de la resistencia que la burguesía presente a los derechos democráticos del pueblo, y no descartamos, lógicamente, las medidas de fuerza que sean precisas para hacer respetar los derechos de la mayoría haciendo irreversibles, mediante el control obrero, los logros de la lucha de los trabajadores".
Autogestión a todos los niveles
El objetivo de la sociedad socialista no podía obtenerse de golpe, según este programa, sino a través de un proceso de transición, concebido en tres etapas. La primera consistía en pasar del Estado fascista a las libertades públicas y al ejercicio de la democracia formal; era la fase llamada "de consolidación de la democracia". Logrado esto último, se pasaría a la "hegemonía de las clases trabajadoras".
Finalmente, se llegaría a la sociedad sin clases, en la que el Estado y los aparatos de poder quedarían sustituidos por la autogestión a todos los niveles. Desde el principio se hacía hincapié en el control del crédito y en el incremento del sector público de la economía, por medio de la socialización de los principales bancos y de las mayores empresas del país.
El 27º congreso mantuvo la propuesta de Suresnes sobre nacionalidades y regiones, al reiterar que "el PSOE propugna la instauración de una República federal, integrada por todos los pueblos del Estado español". Mencionaba asimismo el posible ejercicio del derecho de autodeterminación, pero ponía el acento sobre todo en la apertura de un proceso para que "todas las nacionalidades y regiones que lo deseen puedan dotarse de sus propios regímenes de autonomía". Un teórico del PSOE, Antonio Santesmases, hoy en la corriente Izquierda Socialista, dice que "quizá por el carácter vertiginoso de los acontecimientos, por la realidad ineludible de que los días de entonces eran las semanas o los meses de la época dictatorial, parece como si no hubiera posibilidad de intentar detener el tiempo y captar las contradicciones del proceso", según se lee en La evolución ideológica del socialismo en la España actual, tesis realizada para el Centro de Estudios Constitucionales.
El tono radical de las resoluciones aprobadas e incluso del programa de transición contrastaba con la moderación de Felipe González en su discurso al congreso y la inmediatez de los objetivos políticos por él marcados: la convocatoria de elecciones libres y la pro puesta de un procedimiento para redactar la Constitución. El PSOE confiaba en que después de los comicios persistiera un compromiso constitucional y agregó que "nuestra lucha no es sólo electoral, pero no podemos ni debemos caer en la trampa de despreciar las llamadas libertades formales o de considerarlas como un paso previo y a extinguir en la conquista de una democracia superior".
La moderación del discurso de Felipe González se reflejó también en la composición de la comisión ejecutiva. Alfonso Guerra fue promovido a secretario de organización, no sin reticencias en varios sectores. La federación madrileña tuvo un disgusto ante la inclusión de Guillermo Galeote, Luis Yáñez y Carmen García Bloise como representantes de Madrid, además de los más genuinos Luis Gómez Llorente y Javier Solana, que sí respondían a sus propuestas. Madrid tampoco había propuesto a su militante Miguel Boyer, quien, sin embargo, entró en la ejecutiva fuertemente apoyado por andaluces y vascos.
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