_
_
_
_
Entrevista:

Carlos Castilla del Pino: "El loco también crea"

El catedrático de psiquiatría ha publicado un Ebro sobre la alucinación

, Pregunta. ¿En qué contexto surge La alucinación, el libro que acaba de publicar?

Respuesta. Constituye un capítulo de una obra más extensa, a la que pienso dedicar los próximos cinco años, qué es la conducta psicótica, es decir, la que caracteriza al que, en términos coloquiales, llamamos loco. Hay tres tipos de fenómenos psicóticos referidos a la denotación: la ilusión, que es la conversión de un objeto externo en otro; la deslusión, o transformación de la imagen del objeto (como ver llamas en los ojos del interlocutor), y la alucinación, que consiste en percibir fuera lo que uno tiene en la mente, y que revela un trastorno muy profundo del juicio de realidad.

P. ¿Qué aporta su planteamiento al estudio de la conducta psicótica?

R. Aunque las conductas psicóticas ya estaban descritas, hasta ahora no era fácil definir en qué consiste la alteración del sentido de la realidad que sufre el loco. Introduciendo la lógica formal, la semántica y una metódica que llamamos análisis hermenéutico del lenguaje, nosotros podemos con estas tres herramientas lograr que la psicología y la psicopatología tengan un rigor en la formulación y, por tanto, los fenómenos se presenten de una manera objetivable y mensurable. Hemos encontrado la manera de formular el texto psicótico. En el libro aparecen claramente las etapas por las que pasa el paciente hasta construir la alucinación bien formada, y las fases sucesivas, a partir del tratamiento, hasta que degrada la alucinación y se transforma de nuevo en un sujeto que no alucina.

P. ¿Qué importancia tienen las alucinaciones desde el punto de vista cuantitativo?

R. Se presentan prácticamente en el 100% de las psicosis esquizofrénicas y también en muchas psicosis de origen tóxico, como las producidas por el ácido lisérgico (LSD), por delirium tremens, es decir, alcohólica, o por otros procesos tóxicos, como los inducidos por la cocaína y la mescalina. Pero, sobre todo, es característica de la esquizofrenia, que constituye una psicosis de una importancia social extraordinaria, ya que el 1 % de la población está en riesgo de padecerla.

P. ¿Aplicará estas herramientas a las que aludía antes a otro tipo de estudios?

R. De momento, únicamente a la conducta psicótica. Es la labor que me he trazado hasta el año 1990. Luego, lo aplicaremos a otros textos, a los depresivos, obsesivos y, también, a los textos literarios.

P. Se trata de estudiar al autor a través de su obra, ¿no?

R. Exactamente. Y esto tiene importancia desde dos puntos de vista. Por una parte, la personalidad del autor puede ser interesante psicológicamente, pero, sobre todo, lo es desde el punto de vista de lo que representa la creación literaria y cómo se ha generado.

P. ¿Incluyendo lo que la propia obra puede haber representado para el buen estado de salud psíquica del escritor?

R. Sí, porque una obra literaria es muchas veces, la salvación psíquica del autor. Al fin y al cabo, el loco, como el artista, también crea. Lo que pasa es que su creación es inane. La diferencia entre la creatividad del loco y la del artista estriba en que la de éste es productiva y se mueve dentro de esos parámetros de realidad que le llevan a transformarla, mientras que al loco, al apartarse de ella, su creatividad le lleva por otros cauces.

P. ¿Qué obras tiene pensado analizar?

R. Por el momento hay que comenzar por cuentos, porque la novela es un material demasiado extenso. Ya tengo estudiado un texto de Clarín y otro de Kafka -que publiqué en EL PAÍS y se ha traducido al griego hace unos meses- y también algunos de Borges y una pequeña obra de teatro.

P. ¿Cómo selecciona los autores? ¿A través de sus gustos literarios?

R. Más que de gustos literarios, se trata de una especial empatía. Claro que hay autores que se prestan más fácilmente, como pueden ser Proust o Kafka, que tiene como leiv motiv de su obra la relación padre-hijo.

P. ¿Cuáles son sus actuales preocupaciones en torno a la psiquiatría?

R. La fundamental es la psicopatología, a la que pretendemos dar un cierto vuelco introduciendo criterios de precisión en su estudio. Y refiriéndome más concretamente al ámbito de la psiquiatría, tengo puesta una gran esperanza en el plan piloto de reforma psiquiátrica que estamos llevando a cabo en Córdoba desde hace aproximadamente un año y para el que hemos obtenido la colaboración de tres instituciones públicas.

Se ha creado un dispensario, que yo dirijo, y que, aparte de su tarea asistencial, se ha constituido en el centro de coordinación y control de calidad de la asistencia psiquiátrica, tanto de la unidad de admisión de agudos como de los dispensarios sectoriales que se han creado en Córdoba, como una experiencia de psiquiatría comunitaria. Ahora queremos que haya un segundo paso, consistente en la creación de dispensarios comarcales. Cuando se logre, tendremos una red perfectamente coordinada.

P. ¿Cuál es su valoración acerca de la importancia de la psiquiatría en la sociedad actual?

R. Los requerimientos de la sociedad respecto de la psiquiatría son hoy desmesurados, porque el médico general es consciente de que el 55% de los pacientes que van a sus consultas son enfermos psiquiátricos, en un sentido muy amplio. Por paciente psiquiátrico no hay que entender al loco, sino al neurótico, al sujeto que somatiza sus conflictos.

P. ¿Ha notado en su consulta la evolución experimentada por la sociedad española en los últimos años?

R. Sí, notabilísimamente.

P. ¿En qué sentido?

R. En la cualidad de los pacientes que acuden a ella. Hace 30 años, el tanto por ciento de pacientes psicóticos, los llamados locos, era mucho mayor que el de neuróticos, y actualmente se han invertido los términos. Ahora acuden a nosotros personas de clases económicamente débiles, mujeres de obreros acosadas por la neurotización que supone estar esclavizadas en su hogar, o que tienen problemas de relación con su marido o con sus hijos. Otras personas nos consultan problemas de pareja... En fin, todo esto era impensable hace unos años.

P. ¿Y cuáles son las principales causas por las que se acude actualmente al psiquiatra?

R. Es difícil establecerlas. Hace 30 años, por ejemplo, los cuadros de neurosis de angustia eran los más relevantes. Hoy predominan los de depresión minor, en forma de apatía, insomnio, desinterés, sentimientos de vaciedad de la propia existencia. Eso es lo que está a la orden del día.

P. ¿Cómo interpreta usted este fenómeno?

R. En primer lugar, esto no puede darse si no hay una mayor lucidez por parte de la población. El incremento de la lucidez, de la racionalidad, de la sociedad actual tiene un precio que -como también lo tiene el ser adulto, por ejemplo- y que en este caso consiste en una menor capacidad de soslayar los propios conflictos, junto a la conciencia de que éstos pueden ser solucionados; es decir, que ya no cabe la resignación.

P. Pero ante esto debería surgir la protesta y no la apatía.

Continúa en la página 29

Carlos Castilla del Pino: "El loco también crea"

Viene de la página 28

Exactamente, pero es que para protestar es necesario no perder la conciencia de uno mismo y de las propias posibilidades transformadoras de la realidad, y por eso, cuando una persona se siente impotente frente a una realidad que le desborda, lo que sobreviene es la apatía.

P. ¿Y esto explicaría, en cierta medida, la actitud ante fenómenos sociales, como el paro, por ejemplo?

R. La situación que estamos viviendo es mucho más complicada que la existente durante el franquismo. En aquella época, la protesta era una buena salida para hacer la catarsis de nuestra propia conflictualidad, mientras que hoy, ¿ante qué podríamos protestar? Es como dar golpes en un colchón; realmente estamos en una sociedad muelle. Estamos mejor que estábamos, y decir lo contrario es, cuando menos, una banalidad; pero la sociedad, hoy, deglute toda la capacidad contestataria y el objeto de la protesta, que en el franquismo aparecía claramente delimitado, ahora tendría que transformarse en una crítica en la que se exige un raciocinio.

P. Y al no haber un objeto donde volcar esas protestas, la frustración acaba volcándose contra uno mismo.

R. Por supuesto. Eso es fundamental. Toda instancia agresiva que no puede descargarse sobre un chivo expiatorio se transforma en autoagresividad.

P. ¿Se podría interpretar, en base a esto, parte de la génesis del problema actual de la droga?

R. Puede ser una dimensión psicológica del problema, aparte de la sociológica o económica. Hay otros factores sobreañadidos y no se puede olvidar que cada droga tiende a compensar un tipo determinado de conflicto. Pero, en último término, el neurótico es un sujeto que no tolera la frustración, y no cabe duda de que la sociedad actual depara un mayor cúmulo de frustraciones que los estadios anteriores de esta misma sociedad.

En los heroinómanos, de los que tenemos bastante experiencia, nosotros captamos un matiz que es muy sutil y difícil de describir, pero que podría definirse como esa insuficiencia para el necesario proceso de aceptación de la realidad, que no presupone integrarse en ella o estar conforme. Una de las muchas características del heroinómano es la intolerancia frente a la frustración en sus relaciones interpersonales.

Yo creo que ese es un parámetro muy importante sobre el cual se ha llamado muy poco la atención y que explica que el heroinómano sea un sujeto casi masturbardor de la heroína. En el círculo del vicio solitario, se refugia en sí mismo y busca allí el placer sexual cuando no es posible obtener la gratificación en las relaciones interpersonales. Y, al mismo tiempo, se produce un deterioro de las pautas de conducta que constituyen las reglas de la relación social. Es lo que los psiquiatras antiguos denominaban "embotamiento de la sensibilidad moral".

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_